ANTIFONTE DE ATENAS: NATURALEZA O LEY MORAL
Los datos aportados por los documentos de los Papiros de Oxyrhynchos (DK
frag. 44 A), publicados entre 1915 y 1922, permitieron una nueva perspectiva
sobre Antifonte, que pasa de ser un sofista menor a considerarse uno de los más
importantes y coherentes por sus originales aportaciones sobre temas como el
origen de la sociedad, la legitimidad de la ley positiva y la idea del contrato
social. Tales textos, que contienen fragmentos de su obra Sobre la verdad,
ponen de relieve avanzadas ideas sobre el estado natural (libertad como
posibilidad, como libertad negativa de Berlin). Aportan la versión más
extremista de la distinción entre naturaleza y convención, de tono
utilitarista: el principio supremo es la vida, y todo lo que no contribuye a su
conservación o beneficio es irrelevante moralmente; de modo que puede haber una
paradoja en la noción de justicia, si ésta nos obliga a asumir algún daño
propio (Melero, págs. 38 y 327). No obstante, los estudiosos no se ponen de
acuerdo sobre cómo interpretar algunas aparentes incongruencias de los textos,
hasta el punto de llegar a suponer que podría haber dos, tres e incluso cinco
autores bajo el nombre de Antifonte.
Antifonte opone lo natural a la convención, son niveles diferentes, aunque superpuestos. Su idea de estado natural u originario, anterior al establecimiento de cualquier acuerdo social, es equivalente a una primera ordenación del universo frente a la posterior distribución ahora dominante (según frag. 23, Harpocración, Léxico, s. v. diástasis, en Melero, pág. 352 y nota 34). En este sentido, compara la justicia positiva con la natural: las leyes positivas son accidentales, convencionales y relativas a cada ciudad, mientras que las leyes naturales son necesarias y provienen de la naturaleza misma (de esa ordenación del universo).
La
naturaleza (physis) es aquello que se da en todo tiempo y lugar
(expresión de necesidad), y donde cada cual persigue satisfacer sus deseos
materiales (egoísmo) (Romilly, pág. 129).
Así que
las leyes naturales tienen que ver con lo útil: lo útil promueve la vida, y se
opone a lo nocivo, que va contra la vida. “El vivir y el morir sí son naturales
y el vivir les viene a los hombres de aquello que les resulta útil; el morir,
en cambio, de lo que no les es útil (Pap. Oxy., 67-99 Hunt, Melero, pág. 361),
y “lo verdaderamente útil no debe producir daño, sino resultar provechoso” (ibid.,
100-131 Hunt). La naturaleza reconoce como bien lo que produce placer y agrada,
y como mal lo nocivo o desagradable. Así, el ser humano debe elegir lo útil,
debe elegir la vida, aquello que satisface los deseos e instintos individuales,
no contaminados por la convención humana.
En
cambio, la justicia tiene un sentido puramente convencional (nomos), legal,
vigente en la ciudad, que obliga a un respeto público por las leyes. La
justicia, lo que es justo, consiste en no transgredir las leyes de la ciudad.
Hace equivaler lo justo con lo legal, y admite que en cada ciudad puede haber
un marco legal propio y, por tanto, una forma de justicia diferente a otras
ciudades (Romilly, pág. 128).
Hablamos,
pues, de dos ámbitos diferentes, pero no radicalmente separados, ni siquiera
separados por el tiempo (en el sentido moderno de que el estado natural precede
al estado civil). Para Antifonte, parece haber una intersección entre la
naturaleza y la ley civil, dado que coexisten e interfieren uno con el otro; las
leyes se respetan siempre que haya testigos (en un espacio público); pero hay
que admitir que un individuo aislado, y sin testigos, acabará obedeciendo a sus
impulsos naturales, a menudo opuestos a las leyes. En condiciones de anonimato
e impunidad, no hay vergüenza ni daño a sí mismo (Romilly, pág. 129; inevitable
pensar en el mito de Giges, mencionado por Platón en República, libro
II; el pesimismo de Platón se basa precisamente en su desconfianza hacia la
naturaleza humana, que Antifonte también manifiesta).
Esto da
a las leyes positivas un estatus de accidentales, contingentes (no siempre se
imponen), todo lo convencional es variable, depende de los acuerdos y de las
condiciones en que se den las leyes, mientras que en la naturaleza todo es
necesario y depende de sí mismo. La naturaleza, en sentido amplio, físico,
condiciona a la naturaleza humana, empuja al hombre a actuar incluso
oponiéndose a la ley convencional, si se dan las circunstancias pertinentes.
Más aún, la naturaleza puede suponer un dolor derivado de sus propias
condiciones, los riesgos de lo salvaje; transgredir las leyes de la naturaleza,
incluso en condiciones de anonimato, supone un mal para uno mismo, un mal que
no depende de la convención ni la opinión de otros, sino que es verdadero y
objetivo, es un daño a la propia naturaleza humana, que es egoísta, de manera
que las leyes positivas nos alejan de nuestros impulsos naturales, de la
búsqueda del placer, de la vida misma, por necesidad de mantener un orden
social; no obstante, aunque las leyes se oponen al interés humano para
regularlo, en ocasiones las obedecemos buscando realizar ese propio interés (Romilly,
págs. 129-131; Melero cita el frag. 44, A, pág. 358; inevitable pensar en el
concepto freudiano de represión).
Para
entender mejor esta relación entre physis y nómos en Antifonte,
algunos autores recurren a una breve referencia de Aristóteles en su Física
(II 1, 193a 0-16). Para ilustrar la diferencia que existe entre las cosas
naturales y las artificiales, Aristóteles recurre a un ejemplo que afirma
provenir de Antifonte: sugiere el argumento que hay una dinámica interna en las
cosas naturales que se impone sobre las artificiales, en tanto que éstas han
sido construidas con materia prima natural. Por ello, las cosas artificiales,
en su forma y evolución, están supeditadas a la dinámica propia de la materia
natural de que están hechas. Y el ejemplo que Aristóteles proporciona dice
provenir de Antifonte: “si alguien enterrara una cama de madera y esta se
pudriera y tuviera la capacidad de germinar de algún modo […], lo que se
generaría no sería jamás una cama, sino madera”, ya que la madera es el
constituyente original de la cama (Corrales, op. cit., págs. 138-139).
Aristóteles
ha usado esta idea para mostar el carácter informe de la materia respecto de
las formas posteriores que haya de adquirir. Al recurrir a Antifonte, el asunto
se extrapola desde la física a la antropología. Podría decirse que hay en el
ser humano una materia primera natural, de la que está constituido, que
contrasta con aquella forma que recibe a lo largo de su formación como ser
social, y que condiciona de alguna manera el resultado. Es decir, una materia
primera subyacente a todas aquellas modificaciones que la sociedad pueda
imponer al sujeto, considerando la artificialidad del nómos que se
impone sobre la naturalidad primera del ser humano.
En
manos de Antifonte, esta tesis puede apoyar el argumento igualitarista: por
ejemplo, en tanto que la esclavitud no sería una característica natural del ser
humano, sino algo añadido sobre lo que sí es esencial, aún o sometido a
modificaciones desde las convenciones sociales. De modo que un hombre concreto,
un carpintero, libre o no, es desde este punto de vista una composición de
partes simples y homogéneas, constituidas a partir de los cuatro elementos
naturales y sus combinaciones, partes que tienen determinadas funciones
naturales. El hecho de ser carpintero no altera lo que es de forma natural ese
sujeto, ni alterará lo que llegue a ser su descendencia. Sólo será un ser
viviente con las características propias de esa particular combinación de
elementos naturales, de manera que la adquisición de su profesión y de las
implicaciones sociales que ésta conlleva será algo adquirido después, fruto de
la convención; del mismo modo, al esclavo se le impone una norma, la de la
obediencia, como un añadido a su naturaleza, pero no porque ya lleve la esclavitud
en su naturaleza, dado que en su naturaleza es igual al hombre libre, sino
porque se le impone la obediencia desde la ley, la convención (Corrales, op.
cit., págs. 139-140). No podemos obviar que la
teoría de Platón de los linajes choca directamente con estas ideas,
considerados como diferencias naturales inamovibles.
No
obstante, conviene subrayar que la doctrina de la esclavitud de Aristóteles no
encaja bien en estas ideas del sofista, dado que Aristóteles vería en el
esclavo un ser que naturalmente tiende a la obediencia, mientras que el sofista
vería simplemente una serie de procesos sociales impuestos sobre la naturaleza,
forzándola. Obedecemos por miedo, pero en soledad tendemos a olvidarnos de la
ley convencional y seguir nuestras pautas naturales. De ahí la necesidad de una
ley positiva reguladora y coactiva, para evitar que la naturaleza impida la
convivencia, pero que a la vez se trate de una ley que responda a las
voluntades colectivas en lugar de imponerse a ellas, como en un equilibrio
entre la naturaleza individual y las necesidades sociales. Así se entiende bien
la afirmación de Antifonte de que la justicia es la obediencia a las leyes que
una ciudad se haya dado a sí misma.
Pero la
justicia, la convención, es un estado que se superpone al natural y lo
contradice, de manera que interfiere en él, del mismo modo que la naturaleza
interfiere en la ley desde dentro. Lo justo no radica en la naturaleza, sino en
la convención, que es un artificio, de modo que la justicia equivale a la
obediencia a las leyes (Romilly, pág. 129). Pero la ley no puede proteger a
todos los que la respetan, porque siempre interviene después que la naturaleza:
quien te roba a punta de navaja actúa por su propio interés, se ha adelantado y
el daño ya está hecho cuando apelamos a la ley, y nada hay que hacer si no hay
testigos. Es una insuficiencia del derecho frente a la naturaleza (Romilly,
pág. 131).
Sobre
estas cuestiones, Romilly resalta la diversidad de interpretaciones que los
críticos han puesto sobre la mesa. Se puede suponer que Antifonte está
exponiendo una definición de justicia que podría no ser la suya. Esta
suposición se fundamenta en que alguno de los fragmentos parece ser expositivo
(el tercero), cuando define la justicia como el hecho de no perjudicar a nadie
y muestra ciertas objeciones a esta definición, que podría no ser la suya.
Estas reticencias se deben, según Romilly, a que Antifonte llega a conclusiones
demasiado radicales (Romilly, págs. 128-129). Pero Romilly propone leer el
texto tal como está, asumiendo su radical distinción entre naturaleza y ley,
aunque no encaje en otras formulaciones del autor, como se aprecia en Sobre
la concordia.
Qué no hay en los textos conservados (Romilly, pág. 130):
- No especifica si en la naturaleza hay leyes que hagan pensar en un orden cósmico y una justicia natural.
- No se refiere al poder de los fuertes sobre los débiles, como sí hace Calicles en Gorgias.
- No emplea nunca las palabras reglas, leyes, sino que habla de arreglos.
- Habla de “las tendencias que impulsan a los seres a sobrevivir, a prosperar, a regocijarse, sin necesidad de un orden legal.”
- Las leyes civiles son cadenas que someten a los hombres, libres en el ámbito natural. Pero no hay referencias a la necesidad de rechazar las leyes positivas, a la desobediencia, como sí propone Calicles.
Aunque
hay coincidencias entre Antifonte y Calicles (la oposición entre naturaleza y
ley positiva), en Antifonte no hay una propuesta de rebelión. Calicles es un
militante de la ley del más fuerte, mientras que Antifonte tan solo desarrolla
objetivamente un análisis teórico de cuáles son las condiciones de uno y otro
ámbito. De ello no se puede derivar que se oponga a las leyes positivas, aunque
las califique de contrarias a la naturaleza humana. Romilly señala que los
especialistas tienden a ver en Antifonte lo que no hay, un ánimo semejante al
de Calicles, pero los textos no justifican semejante trasposición. Tampoco se
puede justificar una postura amoralista en él, como sí la hay en Calicles: para
Antifonte, la moral sería un producto social, no natural, tampoco reclama la
recuperación de lo natural como respuesta a la presión de la moral social, sino
que la asume como aquello que es justo, seguir las leyes de la ciudad (Romilly,
págs. 132-133).
FUENTES
Corrales, F. D., “Consideraciones sobre las tesis igualitaristas del Sobre la verdad de Antifonte el Sofista”, en Astrolabio núm. 11, 2010 (2011), pp. 134-142; el texto digital se puede leer en este enlace.
Melero, A. (ed.), Sofistas, Testimonios y fragmentos. Madrid, Gredos, 1996.
Romilly, Los grandes sofistas en la Atenas
de Pericles. Barcelona, Seix Barral, 1997.
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