TRASÍMACO DE CALCEDONIA Y LAS LEYES

De la obra de Trasímaco apenas se conservan algunos fragmentos, apenas dos páginas de un discurso; pero su pensamiento fue recogido por Platón en el libro I de la República (a partir de 336b), presentado con toda su crudeza: lo justo no es más que el interés de los más fuertes. Romilly piensa que esta tesis no es tan radical como parece si se interpreta como una descripción de aquello que vemos, que las leyes las hacen aquellos que tienen en poder de promulgarlas, y lo hacen, de facto, en función de su propio interés. El interés de los más fuertes equivale a lo que es justo, según formulan las leyes. Y esos más fuertes pueden ser un tirano, una oligarquía o una democracia de ciudadanos, unidos por su interés común frente a los intereses de una minoría (la unión los hace más fuertes). Es una formulación muy cercana a la de Aristóteles, e incluso aparece en boca de Sócrates en Gorgias (488d-489b). En consecuencia, dado que todos persiguen su propio interés, la justicia nunca recompensa al gusto de todos.

Pero la injusticia ofrece más oportunidades a los audaces (República 343a), y puede dar al tirano un poder y una prosperidad que nadie se atreverá a criticar, por miedo a padecer un trato injusto. La injusticia opera en un terreno diferente que la justicia; es libre, fuerte, dominante. Cuando el interés, que mueve a todos los humanos, se decanta por los caminos de la injusticia, entonces puede ser terrible (República 344ac).

Aquí, Trasímaco ha dado un paso que le aleja de Protágoras y Gorgias. Pero Romilly advierte que las palabras de Trasímaco, citadas por Platón, aunque rompedoras, exigen prudencia a la hora de ser interpretadas: Trasímaco está describiendo, constatando hechos evidentes, que la justicia es una ingenuidad, que es mal asunto; pero tal cosa no implica que sea partidario de la injusticia, de la desobediencia a las leyes. Trasímaco no da ese paso.

En cuanto a la relación entre el Trasímaco del libro I de la República y el Calicles del Gorgias, hay ciertas afinidades entre ambos que pueden conducir a confusiones, advierte Romilly. Calicles es, no obstante, mucho más radical y podemos acabar pensando, por aquellas similitudes, que Trasímaco también lo es. En realidad, las posiciones de Trasímaco y Calicles en cuanto a quién favorecen las leyes no son opuestas, sino complementarias. Trasímaco afirma que las leyes (nómos) las imponen los fuertes a los débiles, según sus intereses. Calicles dice que las leyes las hacen los débiles para protegerse de los fuertes, pero los fuertes salen beneficiados, porque los débiles no se atreven a transgredir lo que ellos mismos han promulgado, y se conforman con parecer fuertes gracias a las leyes (Gorgias 484bc y ss).

Para Romilly, este cambio se debe a que Calicles es un individualista radical, que detesta obedecer las reglas, detesta la democracia y reniega del derecho en nombre de la fuerza del egoísmo, que es un componente natural previo a la existencia de las leyes. Así, pues, las leyes son una construcción no solo diferente de la naturaleza, sino contra la naturaleza, por lo que, en realidad, lo justo solo puede ser la manifestación de la ley natural, esto es, que los fuertes dominen a los débiles. 

En contraste, la propuesta de Trasímaco es audaz, pero no tanto si se compara con las palabras de Calicles. Trasímaco sólo constata que los sagaces, los audaces, son capaces de aprovecharse de los entresijos de la justicia, de sus fisuras y flaquezas, y salir bien parados por ello, como es el caso de algún tirano feliz (República 344bc). Las palabras de Trasímaco son el resultado de un análisis crítico audaz, que sacude los fundamentos de la moral tradicional, pero eso no prueba que Trasímaco añada a ello una postura práctica en pos de la desobediencia. Pero Calicles sí da ese paso claramente: la ley puede ser desobedecida porque no es legítima, ya que no responde a las condiciones de la naturaleza. 


FUENTE:

Platón, Gorgias y República. Se ha seguido la edición de Gredos.

Jacqueline de Romilly, Los grandes sofistas en la Atenas de Pericles. Barcelona, Seix Barral, 1997, capítulo IV.


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