ARENDT: ENTRE EL PASADO Y EL FUTURO

NOTAS DE LECTURA DEL LIBRO DE HANNAH ARENDT:


Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política
 (1950-1970). Traducción castellana en Barcelona, Península, 1996.


Arendt inicia su libro reflexionando sobre la ruptura entre nuestro presente y nuestro pasado, cosa que nos deja sin una perspectiva adecuada para encarar el futuro, en términos de civilización, política sociedad, etc. Téngase en cuenta el momento en que escribe este conjunto de artículos, entre 1950 y 1970, en plena Guerra Fría entre los bloques occidental y oriental, entre capitalismo y comunismo, el temor al desarrollo de armas nucleares; Stalin había muerto en 1953 y la URSS estaba en pleno proceso de desestalinización, lo que se conoció como el deshielo, palabra acuñada por Ilya Ehrenburg en su novela homónima, publicada en 1954 (sobre Ehrenburg, véase este enlace).

Este texto de Arendt aporta un sencillo y a la vez rico análisis de las transformaciones ocurridas en el pensamiento occidental durante de la modernidad, entendida como ruptura con la tradición, en una operación que ha sido más bien autodestructiva. El vanguardismo de la modernidad ha rechazado el pasado para encarar el futuro desde cero, pero Arendt rechaza esta vía. Considera que la filosofía política ha de echar mano de recursos conceptuales presentes en la tradición occidental, para con ellos reconstruir un horizonte que permita entender el presente y reorientarnos en un momento a la vez tan opaco y tan abierto a nuevas posibilidades. A pesar de la distancia que nos separa de este texto de Arendt, podemos atrevernos a sugerir que aún hoy tiene sentido su propuesta.

La causa de esta ruptura estriba en el espíritu revolucionario moderno, que se empeñó en romper con la tradición, con todo lo anterior (tal es el espíritu fundacional de la filosofía cartesiana, por ejemplo), y que ha derivado en el olvido de algunas cosas importantes que estuvieron a punto de realizarse: las libertades públicas, señala Arendt. La modernidad, en su afán de ruptura con el pasado, apostó por no tener futuro (reflexión paralela lleva a cabo Lipovetsky, en cuanto a la evolución de las vanguardias artísticas y la posmodernidad). Porque la modernidad desdeñó un tesoro que había heredado de atrás, un tesoro que tuvo en sus manos y se le esfumó del mismo modo que se le había aparecido. Esa ruptura con la tradición es la responsable de no poder encontrar en el presente un punto de equilibrio para entender la historia y el devenir, un punto de apoyo para entender el presente, entre el pasado y el futuro.


Así se explica Arendt la pérdida de sentido de algunos de los conceptos políticos esenciales, y su libro se justifica en la tarea de recobrar tales ideas recargadas de sentido, recuperar aquello por lo que las antiguas preguntas metafísicas tenían una significación, extraviado en la modernidad (con la ayuda del erosionador movimiento analítico). Pero la intención de Arendt no es recuperar viejos conceptos, sino recuperar el camino para que el pensamiento sea capaza de hallar significados acordes con ese espacio de ruptura entre el pasado y el futuro. Arendt intentará llevar a cabo una crítica y una experimentación (del pasado hacia el futuro), sobre incidentes o fenómenos actuales en el seno de la política. Se trata de hacer una interpretación crítica del pasado para indagar sobre los conceptos tradicionales de la política (libertad, justicia, virtud, responsabilidad, gloria, etc.) y destilar su espíritu original, a través del cual podríamos hallar algún sentido para el pensamiento político contemporáneo y futuro.

 

Tradición y modernidad

La tradición filosófica a la que Arendt se refiere comienza con Platón y acaba con Marx (a lo que añade el pensamiento postromántico, Kierkegaard, Nietzsche, hasta alcanzar la ruptura que el totalitarismo ha causado, una ruptura en términos inimaginables). En estos puntos extremos, los enunciados son clarificadores de la situación y en muchos aspectos coincidentes en cuanto a ideales, marco conceptual, visión de conjunto, etc. No hay mucha distancia entre la utopía platónica y la marxiana.

Arendt añade que para entender a Marx es necesario atender a conceptos tradicionales, a los que se opone o en los que se apoya: Dios, trabajo, razón, violencia, ocio, etc. Es en algunos de estos conceptos marxianos donde se aprecia su ruptura con la tradición de la filosofía política. Aunque la tradición filosófica desprecia el uso de la violencia, por ejemplo, Marx (siguiendo a Hobbes y Maquiavelo) le asigna un puesto importante, quizás esencial. Esto puede discutirse: en la cultura clásica, la violencia, la guerra y la muerte no tenían una connotación tan negativa como Arendt sostiene, aunque es cierto que en lo político la violencia quedaba relegada por el predominio de la palabra. En este sentido, cuando Marx glorifica la violencia, niega el lenguaje como elemento esencial de lo humano.

Arendt critica este movimiento marxista de alejamiento de la tradición política, que primaba el uso de la palabra por encima del uso de la violencia. Marx da la vuelta a esta jerarquía de valores y otorga a la violencia un papel en la historia y en las relaciones sociales, un papel superior al de la palabra, convertida en depositaria de la ideología y la hipocresía de las clases dominantes. Olvida Marx que incluso Sócrates, Platón y Jenofonte denuncian esa hipocresía, porque en la palabra se incluye también la posibilidad del pensamiento crítico contra lo ideológico. Es revolucionario dar mayor sentido a la acción que a la palabra para conseguir la obediencia o la adhesión políticas, aunque es también ingenuo pensar que las relaciones de poder se pueden fundamentar sólo en el arte de convencer, de persuadir o de disuadir con la palabra. Nada es inocente: todo acto democrático puede entenderse como una imposición violenta de la voluntad de una mayoría sobre la voluntad de una minoría. No perdamos de vista que todo lo que hay detrás de la parafernalia retórica de la política ateniense es un conjunto de relaciones de poder basadas en la violencia, pues la democracia ateniense se sustentaba materialmente en una estrategia imperialista, donde el peso de la palabra era más bien ligero: recuérdese el episodio de la rebelión de Mitilene, donde la palabra sirvió para canalizar la violencia extrema.

Hay en Platón tanto uso de la palabra como negación de la misma. En la polis de Platón no sería aceptada la Academia platónica, al menos tal y como la diseñó Platón para la polis ateniense, es decir, un centro de diálogo y transmisión de ideas sin directrices ideológicas previas. Quizás Platón no lo advirtió, pero el único régimen que admitiría sin reservas su Academia era la democracia contra la que Platón cargó insistente y ferozmente. Por lo demás, en el mito de la caverna hay un mensaje revolucionario: el filósofo vuelve a la caverna dispuesto a cambiar las ideas de sus semejantes, mediante la palabra. Pero, además, Platón intentó poner a prueba sus ideales en una polis real, en la Siracusa de Dionisos el Viejo y luego su hijo, el Joven, donde quiere aplicar sus métodos tecnocráticos usando a su inocente (o indecente) tirano.

En este sentido, los textos de Arendt en este libro, aunque independientes, nos pueden resultar imprescindibles para entender las sucesivas entradas y salidas del hombre contemporáneo en la caverna platónica, entender el trasiego del pensamiento occidental entre la política real y la política ideal.

 


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