EL ABSTRACT DE HUME, EN UN RATITO


El Resumen del Tratado (1740) es una reseña que Hume escribe sobre su propia obra, el Tratado de la naturaleza humana, con el propósito de darle publicidad. El Tratado había sido ignorado por los ambientes intelectuales y filosóficos de Edimburgo, y dos años después de su edición, Hume pensó en la necesidad de darle publicidad, aunque también anónimamente, como si el autor de la reseña fuese una tercera persona. Hume tenía 27 años cuando publicó su Tratado, y se sintió decepcionado ante el escaso eco que logró (los genios nunca son entendidos por sus contemporáneos, como también le ocurrió a Kant con su Critica de la razón pura).
El economista J. Maynard Keynes descubrió el manuscrito y que el verdadero autor del Abstract era Hume (cosa que se sospechaba pero sin poder ser confirmada), y reeditó el texto en 1938, doscientos años después, siguiendo la edición facsímil de 1740. Las paginas de la edición original se ponen entre corchetes [ ], con el fin de poder seguir el texto. Tanto la edición catalana como la que disponemos en pdf están adaptadas a esta paginación, y las explicaciones que siguen también. Estas explicaciones pretenden seguir el hilo conductor de la obrita de Hume.


[5, 6] Hume se propone estudiar la naturaleza humana (en su aspecto psicológico, cognitivo y moral) según el estilo de la nueva filosofía, es decir, la filosofía moderna, que se quiere fiel a la racionalidad, a la reflexión racional. Hume confiesa su voluntad de “mantener una secuencia continua de proposiciones” para desarrollar una ciencia completa y precisa.
Obsérvese que Hume no rechaza el racionalismo, y que incluso su punto de partida es semejante al cartesiano, es su inquietud por crear un discurso filosófico dentro de una secuencia lógica. Ser empirista no significa oponerse a la razón, sino atender a la experiencia como punto de partida, ese punto de partida que Descartes rechazó porque era susceptible de duda.


[7, 8] La experiencia es fuente y punto de partida de la investigación humeana sobre la naturaleza humana. Y por ello anticipa cuales serán las principales partes de su filosofía:
  • Lógica: explica los principios y las operaciones de la facultad de razonar, así como la naturaleza de las ideas, las condiciones de probabilidad y las características de la evidencia, la causa y el efecto.
  • Moral: explicación de las pasiones como fuente de la actividad humana.

Sobre este punto, Hume reconoce la deuda con ciertas figuras del pensamiento empirista: Francis Bacon, Locke, Shaftesbury, Mandeville, Hutcheson y Butler.


[8, 9] Inicia su reflexión con una serie de definiciones.
  • Percepción: todo aquello que se puede presentar a la mente (o lo que es igual, estados mentales, sensaciones, emociones, dudas, deseos, etc., tal y como describía Descartes bajo el nombre de ideas. Las percepciones son contenidos mentales derivados de:
    • Los sentidos (una forma de percepción externa)
    • Las pasiones, emociones, sentimientos (una forma de percepción interna)
    • El pensamiento
    • La reflexión
  • Hay dos tipos de percepciones, según su origen:
    • Impresiones
    • Ideas
  • Impresiones: imágenes derivadas directamente de los sentidos, o sentimientos y emociones que esas imágenes nos suscitan. Tienen un carácter inmediato, que las define y proporciona una fuerza y viveza características. Las impresiones son claras y evidentes, dice (en [10]), usando una terminología muy cartesiana.
  • Ideas: acto del pensamiento, reflexión por la cual se reproduce en la mente una imagen o un sentimiento referido a algo que no está presente a los sentidos. Es un acto del pensamiento, un estado mental como las im presiones, pero no inmediato sino por reflexión, de manera que reproduce imágenes y sentimientos más débiles y tenues que las impresiones. El pensamiento, en este caso, reproduce los objetos y las sensaciones que antes había tenido presentes, las representa.


[9, 10] A partir de aquí, Hume lanza una propuesta típica del empirismo: las ideas derivan de las impresiones, no podemos pensar nada que no haya sido antes una impresión (sentidos, sensaciones, sentimientos). En este sentido, no hay ideas innatas; todas las ideas han tenido que ser antes una impresión. A esto se le llama principio de la copia, pues las ideas son copias imperfectas y débiles de las impresiones (nótese que formula la tesis contraria a Platón, y a Descartes).
Sí hay, en cambio, la admisión de un innatismo en el planteamiento de Hume, pero no debe confundirse con el innatismo cartesiano, porque está en el lado opuesto de éste: unas impresiones son derivadas de los sentidos, de manera que se presentan ante nosotros cuando un objeto está ante nosotros (más allá de suponer que ese objeto es exterior a nosotros); otras impresiones derivan de nuestra propia manera de reaccionar ante estímulos tales como impresiones de los sentidos, y han de entenderse como innatas en tanto que propias de la naturaleza humana, instintos naturales que nos definen como seres humanos (y que, según Hume dice en su Investigación sobre el entendimiento humano, 3, no pretende indagar sobre sus cualidades, origen o esencia, sino que da por sentado que los seres humanos somos así, son nuestras respuestas a los estímulos del mundo; esto es un postulado que luego desarrollará el conductismo psicológico).
Entre esas impresiones o sentimientos que el ser humano es capaz de desarrollar y manifestar, Hume identifica (como base para el desarrollo de la filosofía moral):
  • El afecto natural
  • El sentido moral o interés por la virtud
  • El resentimiento
  • El deseo y otras pasiones

[11] Sigue desarrollando el principio de la copia. La regla propuesta por Hume, según la cual, toda idea deriva de una impresión, es un método discriminatorio, un criterio lógico para zanjar discusiones filosóficas. Así, “siempre que una idea es ambigua, el autor recurre a la impresión que la puede hacer clara y precisa”, que es lo que también buscaba Descartes. Por esta vía, ante cualquier concepto filosófico oscuro, simplemente cabe preguntarse: ¿de qué impresión deriva? Y si no se encuentra ninguna impresión, ese concepto carece de significación, no podemos referirlo a nada, carece de referente.
Esto es muy importante para el desarrollo posterior de la filosofía empirista, en el siglo XX, bajo el paradigma analítico (Russell, Wittgenstein, Círculo de Viena, positivismo lógico, filosofía de la ciencia, Popper, etc.).
Entre los conceptos que son abarcados por este criterio discriminatorio, y que están desprovistos de significación por carecer de referente empírico, encontramos: la causa, la sustancia, la esencia, mundo exterior, Dios, etc.
Sin embargo, parece necesario explicar cómo se producen estas ideas que sin duda están en nuestra mente, como bien afirmaba Descartes (yo encuentro en mi la idea de un ser supremo, perfecto e infinito, y me pregunto de donde vendrá, dado que yo soy un ser finito e imperfecto). En este caso, Hume dice que todas esas ideas no vienen de fuera, sino que somos nosotros quienes las montamos, mediante operaciones propias de nuestro entendimiento (lo que Descartes llamaba ideas facticias), cuya razón de ser no es posible explicar, sino simplemente porque somos así.
En este punto resulta interesante recurrir a otro texto de Hume, donde queda mejor explicada la cuestión. Se trata del punto 3 de la Investigación sobre el entendimiento humano, relativo a la asociación de ideas (texto). Hume se refiere a las operaciones de la mente como principios de conexión entre diferentes pensamientos, ideas, emociones, etc., como facultades de la mente humana, apoyada en la memoria y la imaginación. El resultado de estas operaciones son ideas complejas construidas a partir de la unión de diversas ideas más simples.
Hume establece tres principios fundamentales en la asociación de ideas, es decir, tres condiciones a partir de las cuales nuestra mente puede asociar diversas ideas (ampliación):
  • Semejanza
  • Contigüidad (en el espacio o el tiempo)
  • Conjunción causa-efecto (o causalidad)

Por ejemplo, mediante la idea de causalidad, enlazamos dos proposiciones o cuestiones de hecho y construimos otra más compleja, una relación de ideas donde se añade una conexión necesaria entre los dos hechos ocurridos (una descripción de ocurrencias). Sin embargo, se pregunta Hume, ¿está justificada esta operación de la mente? ¿Podemos dar por buena esta operación que conecta dos hechos que han ocurrido de forma contigua, y cuya consecución se repite una y otra vez? ¿Tenemos alguna impresión relativa a tal conexión entre dos eventos, de la cual derivar legítimamente la idea de causalidad o relación causa-efecto? ¿La idea de causalidad remite a alguna impresión de los sentidos?

[12] En este punto es necesario referirse al famoso texto de la partida de billar (la misma referencia en las Investigaciones o como idea de conexión necesaria).

[13] No podemos inferir el efecto a partir de la causa, pero es así como pensamos, dado que hemos alimentado una expectativa basada en la regularidad del pasado. La inferencia desde el pasado hacia el futuro es fruto del hábito, de la costumbre que hemos adquirido en la observación de los hechos. Si no tuviésemos experiencia alguna el movimiento de la primera bola, no podríamos inferir el movimiento de la segunda, porque en realidad lo único que hay son los movimientos de dos bolas, que se dan en contigüidad en el espacio y el tiempo, uno tras otro, lo que favorece la creación de expectativas sobre los siguientes hechos semejantes. Por esta razón:
  • Es la regularidad de los acontecimientos de donde derivamos la idea de causalidad, pero de las regularidades pasadas no podemos inferir las regularidades futuras.
  • La regularidad genera un hábito y de él surge la expectativa.
  • La mente (o la razón, o el entendimiento), por su cuenta, siempre podrá concebir cualquier acontecimiento a partir de otro, y realizar las combinaciones que desee. Son eso las relaciones de ideas, que son posibles en sentido metafísico, pero no siempre demostrables en sentido lógico, si no hay una impresión de la que se deriven.

[14] En cuanto a las relaciones de ideas, si no hay una impresión que las sustente, hay que considerar que son ideas facticias, construcciones de la mente, a menudo ficticias. La idea de causalidad tiene el mismo estatuto epistemológico que la idea de montaña dorada.

Es importante distinguir, como hace Hume, entre dos tipos de conocimiento:
  • Conocimiento racional: fruto de las relaciones de ideas, según un proceso deductivo demostrativo, completo, por el cual desarrollamos ciencias como la aritmética y la geometría (que producen juicios analíticos a priori, verdades indemostrables al margen de la experiencia, pero a la vez que no aportan un conocimiento muevo, como ocurre con los axiomas matemáticos y geométricos, o las operaciones aritméticas, equivalentes a las tautologías lógicas; Kant, sin embargo, criticará esta idea). Por esta razón, la demostración matemática es clara y distinta, en la terminología cartesiana. En este sentido, el método cartesiano quedaría reducido a este estrecho ámbito, y la razón limitada a él. Descartes pensaba que podía hacerlo, que podría encontrar la claridad y la distinción matemáticas al aplicar su método deductivo al mundo natural. Hume muestra que en realidad lo que se produce es una enorme confusión: las metafísicas racionalistas.
  • Conocimiento empírico: basado en cuestiones de hecho relacionadas a partir de un proceso inductivo, incompleto, por inferencia, y que da lugar a la filosofía natural (ciencias naturales) y a la filosofía moral (ciencias sociales).

La razón ha de estar limitada a este ámbito matemático. Como la mente puede concebir cualquier efecto desde cualquier posible causa, ha de tener limitados los movimientos, no ser aplicados libremente al conocimiento empírico, y su reino de aplicación debe estar limitado desde un proceso demostrativo que no es tan libre como la razón, dado que está sometido a las leyes de la lógica (principio de no contradicción, aludido en [17]). 
En la experiencia siempre puedo concebir lo contrario, y admitirlo si lo creo. Así que sólo debo admitir lo que es experiencia, aunque haya seguido un proceso inductivo incompleto (porque no puedo acumular experiencia infinitamente). La razón no ha de poder hablar libremente del mundo, ha de pasar por el filtro de la experiencia y conducirse inductivamente, mediante la acumulación de hechos producidos regularmente. No podemos predecir el efecto sólo a partir de la causa (lo dice también en [22]; ver más abajo), racionalmente, sino que necesitamos de la acumulación de experiencias pasadas para realizar inferencias sobre los acontecimientos futuros y generar así leyes científicas.

Sobre la ignorancia de Adán [14 y 15], he aquí un buen ejemplo gráfico.

[15] Pero esta operación no tiene consistencia lógica, no es demostrativa. La inferencia proporciona expectativas sobre la regularidad de la naturaleza, pero no se puede demostrar racionalmente. “Todo razonamiento relativo a la causa y el efecto se fundamenta en la experiencia, y todo razonamiento de experiencia se fundamenta en la suposición de que el curso de la naturaleza continuará siendo uniformemente el mismo”. Y añade: “de todo aquello que es posible [concebible como tal] no puede demostrarse nunca que sea falso, y el curso de la naturaleza puede cambiar, dado que un cambio así puede concebirse.”

De esta forma, la causalidad queda vinculada a la regularidad de los hechos, es la unión de dos acontecimientos realizada por la mente, es una relación de ideas sustentada en la experiencia. “Pero la experiencia del pasado no puede ser prueba de nada para el futuro sin suponer que habrá una semejanza”, aunque no puedo tener la experiencia de la semejanza del futuro respecto del pasado. Lo que ocurre es que damos por buena la asociación entre pasado y futuro sin contar con pruebas. Lo hacemos así porque tenemos una inclinación natural a ello, la costumbre o el hábito nos lleva a construir una esperanza de regularidad natural en la que confiamos. Somos así.

[16] No podemos construir leyes científicas absolutamente probadas, como pretendía Descartes, pero necesitamos confiar en la regularidad de la naturaleza para poder hacer nuestra vida. El conocimiento requiere un pensamiento estructurado pos la experiencia, más el sentimiento o convicción o fe en la verdad. Este trozo de pan podría envenenarme, pero confío en que seguirá alimentándome, como ha ocurrido hasta ahora.

No es la razón quien guía nuestra vida (teorética y práctica), sino la costumbre: la costumbre nos lleva a pensar cosas que la razón no puede demostrar. Hume descubre que el acto del conocimiento comporta mecanismos que hoy sabemos dependientes de la psicología, elementos psicológicos propios de la naturaleza humana, actos instintivos que no podemos evitar, tendencias naturales que realizamos sin remedio.

[18] A propósito de esto, formula un argumento contrario al ontológico de Descartes, sobre la existencia de Dios, que puede tomarse como un anticipo del kantiano, en tanto que sugiere que en la formación de un concepto por la mente, si se le añade la suposición de su existencia, no supone ningún añadido al concepto, no descubriría nuevas cualidades.

[19, 22] Creemos en la verdad de estas inferencias no demostradas, creemos de una manera peculiar, como un sentimiento. Esto es psicología del conocimiento. La verdad es la sensación o sentimiento de certeza. Hume es uno de los pioneros de la psicología experiencial (método de la introspección). Este mismo esquema puede aplicarse a otras operaciones de la mente: movimientos voluntarios, interacciones anímicas, interacciones psicológicas, etc.

[22, 23] Volviendo sobre la idea de causalidad, Hume afirma que este concepto implica:
  • La noción de conexión necesaria.
  • La noción de que la causa es una forma de poder, energía o fuerza.
Sin embargo, en la relación causa-efecto nunca podemos predecir el efecto sólo a partir del hecho que tomamos como causa, salvo que tengamos experiencia de ello, cosa que no ocurre en el caso de Adán, que carece de experiencia alguna. No es la razón quien determina el camino que tomarán nuestros juicios sobre los hechos futuros, sino la costumbre respecto del pasado, cuya regularidad ha creado un hábito en nuestra mente.
Los factores que operan en la asociación de ideas (contigüidad espacio y tiempo), sumados a la anterioridad del hecho considerado causa, y la conjunción constante entre éste y el hecho considerado efecto, dan lugar a la formación de la idea de causalidad o conexión necesaria, como si el hecho considerado causa tuviese una energía o fuerza para producirlo. Pero de esta energía o fuerza no tenemos ninguna impresión que dé validez al concepto.
No hay ninguna idea clara de energía o fuerza o potencia, son palabras carentes de significación, porque no pueden referirse a ninguna impresión, no tienen referente, no remiten a nada que podamos señalar.

[24] Consecuencias: escepticismo. Sólo podemos saber de los hechos ocurridos en el pasado y de sus posibles conexiones con otros hechos, pero no podemos hacer inferencias a partir de estos hechos, sino sólo suposiciones no demostrables. Todo queda reducido a la experiencia y a un sentimiento producido por el hábito, sentimiento que no demuestra nada y no permite ir más allá de la experiencia pasada.

Usamos la razón porque no podemos hacer nada más, i confiamos en lo que tenemos, en sus expectativas, pero sin fuerza lógica. Lo hacemos para no caer en un escepticismo pirrónico, sin salida: he de confiar en el pan que me alimentó ayer, creo que mañana también lo hará.
A partir de aquí, las consecuencias sobre los conceptos filosóficos que han manejado hasta ahora los filósofos son estas:

[23] La idea de deidad o de Dios mismo: es una idea que adquirimos por reflexión y asociación, pero sin referente a impresión alguna.

[24] Existencia externa: suponemos que las cosas existen cuando no las percibimos (Descartes, Berkeley), pero no hay fundamento racional para un conocimiento de este tipo.

[25] Sobre el alma: sólo es un sistema o una sucesión de percepciones, pensamientos y emociones, dentro de una cierta continuidad (o sensación de continuidad). De ello no se puede deducir la pretendida unidad del alma (Descartes). La identidad del yo es sólo una conjunción de sensaciones que nos parecen conectadas, en una continuidad de la cual no tenemos prueba alguna [ejemplo gráfico: imaginemos una sucesión de dibujos que unidos forman una animación porque pasan muy rápido ante nuestros ojos, pero en realidad son discontinuos]. La mente no es una sustancia. No hay una res cogitans, sino tan sólo pensamientos que componen la mente; los pensamientos no pertenecen a la mente, como si la mente fuera una cosa capaz de albergar pensamientos: los pensamientos son la mente.

Sobre la sustancia: no hay ninguna idea de sustancia que pueda derivarse de alguna impresión, no hay impresión de sustancia.

Idea de cuerpo (unidad): sólo se trata de un conjunto de impresiones particulares que no permite establecer una unidad subyacente, pues no hay impresión a que pueda remitirse tal idea.

[26, 27] Geometría y matemática. En este punto, Hume discute la divisibilidad infinita de la extensión o el espacio, aunque usa como referencia la idea que tenemos de espacio (apariencia, impresión) y no la noción geométrica.

[28, 31] A partir de aquí, Hume inicia el comentario sobre el segundo volumen del Tratado, dedicado a la filosofía moral, es decir, a las pasiones y emociones que estructuran la naturaleza humana y que nacen de las impresiones recibidas, como respuestas a los estímulos de los sentidos (las emociones que nos puede reportar la visión de una manzana o de la persona amada, por ejemplo).

En este punto discute la cuestión de la libertad, es decir, de la existencia de la llamada voluntad libre. En principio, Hume sostiene que el hombre está sometido al determinismo causa-efecto, como todos los seres que pueblan este mundo, en tanto que todos los hechos se explican como resultado de la causalidad. Pero también, en tanto que la conexión necesaria entre los objetos y seres no se da, no es una relación objetiva, Hume considera que todo ello es fruto del hábito de las observaciones, es decir, que desembocamos en una explicación subjetiva de las relaciones entre los humanos. La conexión entre las acciones humanas y la voluntad no es objetiva, sino subjetiva.

Atribuimos a motivos particulares la capacidad de impulsar acciones particulares, en tanto que la contigüidad entre ambas cosas nos lleva a inferir una relación causal entre ellas. Pero esta inferencia es tan cierta como cualquier otro razonamiento relativo a las cosas naturales. La necesidad es un elemento subjetivo creado a partir de nuestras inferencias experienciales, proyectadas hacia el futuro. Nada más.

[31, 32] Conclusiones. Hume establece el primado de la imaginación en las operaciones de la mente sobre las ideas. Memoria e imaginación dominan la asociación de ideas, según los parámetros de la semejanza, la contigüidad y la causalidad. Las percepciones (impresiones, sensaciones, reflexiones, pensamientos, etc.) son el mundo, el cimiento de nuestro universo (fenomenismo, a un paso de la fenomenología de finales del siglo XX, con Husserl, Brentano, etc.).




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