¿Debemos quemar a Sade?

Selección de fragmentos interesantes de este libro de Simone de Beauvoir
La paginación corresponde a la edición de Leviatán, Buenos Aires, 1956, a partir de una edición digital.



“¿Podemos, sin renegar de la individualidad, satisfacer nuestras aspiraciones a lo universal? ¿O es solamente mediante el sacrificio de nuestras diferencias que logramos integrarnos en la colectividad? Este problema nos atañe a todos. En el caso de Sade, las diferencias son llevadas hasta el escándalo y la magnitud de su tarea literaria nos revela con cuanto apasionamiento ansiaba ser aceptado por la comunidad humana. […] Aquí reside la paradoja y en cierto modo el triunfo de Sade: en el hecho de que, por haberse obstinado en sus singularidades, nos ayuda a definir el drama humano en su generalidad” (págs. 9-10).

“En los linderos de su vida de adulto descubre brutalmente que entre su existencia social y sus placeres individuales la conciliación es imposible” (pág. 15).

“Se le brindan ocupaciones, cargos, honores. Nada le entusiasma, le interesa, le divierte o excita. No quiere ser solamente el personaje público en quien las convenciones y la rutina rigen todos los actos, sino además un individuo vivo. Y sólo existe un lugar donde puede experimentar esa afirmación de sí mismo y que no es precisamente el lecho donde es acogido con demasiada fatalidad por su esposa gazmoña, sino el prostíbulo, donde compra el derecho a desencadenar sus sueños” (pág. 16).

“A decir verdad, es una minúscula hazaña la de azotar algunas mujeres mediante retribución convenida por anticipado” (pág. 17).

“Hasta me inclino voluntariamente a creer que era cobarde” (pág. 18).

“Si habla tanto de la firmeza de espíritu, no es porque la posea, sino por que la ansía” (pág. 18).

“Puesto que no puede separar en paz el mal del bien para entregarse alternativamente al uno o al otro, es ante el bien, y aún en función de él, que es preciso reivindicar el mal” (pág. 22).

“A través de Renée-Pélagie [su esposa], Sade conoció la ñoñería de la virtud y su tedio infinito” (pág. 23).

“Infligir un placer _Sade lo advirtió ciento cincuenta años antes que los psicoanalistas y numerosas son en sus obras las víctimas a las que somete al placer antes de torturarlas_ puede ser quizás una violencia tiránica” (pág. 24).

“La señora de Montreuil [su suegra] sintetiza su fracaso, pues encarna la justicia abstracta y universal contra la cual el individuo se estrella […] ella es la que hizo de Sade un criminal” (pág. 26).

“El mundo en el cual trata adaptarse [estamos en 1790] es todavía un mundo demasiado real, cuyas brutales resistencias lo lastiman; es un mundo regido aún por esas leyes universales que él juzga abstractas, falsas e injustas. Cuando en nombre de ellas la sociedad se autoriza a sí misma para matar, Sade se aparta horrorizado. Mal lo comprende quien se asombre de que en lugar de solicitar un puesto de comisario del pueblo en provincias, que le hubiera permitido torturar y matar, se haya desacreditado por su humanidad. […] Juzgar, condenar, ver morir desde lejos a seres anónimos, no lo tienta. […] No sabría perdonar al Terror. Cuando la muerte se hace constitucional no es más que la odiosa expresión de principios abstractos, tórnase inhumana” (pág. 34).

“A través de esas torpes hecatombes [la guillotina], la política demuestra con inobjetable evidencia que considera a los hombres como una simple reunión de cosas y Sade exigía para su contorno un universo poblado de existencias singularísimas. […] El Terror, ejercido con las mejores intenciones, constitúyese entonces en la negación más radical del mundo demoníaco de Sade” (págs. 35-36).

“La guillotina es la que ha asesinado la tenebrosa poesía del erotismo. Para complacerse en humillar la carne, en exaltarla, es preciso otorgarle valor; ella carece ya de sentido si se tiene que considerar a los seres como cosas” (pág. 36).

“Existe una experiencia íntima que [Sade] parece ignorar por completo: la de la emoción. […] Mediante la emoción, la existencia es captada en sí, y en el otro como subjetividad y pasividad a la vez; a través de esa unidad ambigua los dos compañeros se confunden, cada uno libérase de su propia presencia y alcanza la comunicación inmediata con el otro. La maldición que pesa sobre Sade _y que sólo el conocimiento de su infancia podría explicarnos_ es ese autismo que le prohíbe olvidarse jamás y jamás realizar la presencia del otro” (págs. 47-48).

“Cabe también preguntarse si Sade no odiaba lo femenino porque veía en ello no el complemento sino su doble, del cual nada puede recibir” (pág. 55).

“Se desconocería el sentido y el alcance de las singularidades de Sade, si se limitara a considerarlas como simples datos. Cada una de ellas está siempre marcada de significación ética. A partir del escándalo de 1763, el erotismo de Sade no se limita a una actividad individual: es también un desafío a la sociedad” (pág. 61).

“La sexualidad en Sade no pertenece a la biología: es un hecho social” (pág. 67).

“Por definición, una representación no sabría coincidir ni con la intimidad de la conciencia ni con la opacidad de la carne. Entonces menos aún puede conciliarlas. […] Es preciso violentar a lo que se desea; cuando se rinde el placer termina. Pero ¿dónde encontrar esclavos libres? […] Lo que nosotros haremos aquí no es más que la imagen de los que quisiéramos realizar” (pág. 70).

“Al elegir el erotismo, Sade eligió lo imaginario” (pág. 71).

“No es mediante la presencia de la muerte que el erotismo de Sade llega a la plenitud de su cumplimiento, es mediante la literatura” (pág. 72).

“Sade, a través de sus desordenes, siempre vivió de sus imaginaciones” (pág. 73).

“Los desórdenes que Sade pone en escena minuciosamente agotan todas las posibilidades anatómicas del cuerpo humano, pero no muestran nada de sus complejos afectivos” (pág. 83).

El acto de gozar es una pasión que, en mi opinión subordina todas las otras, pero que las reúne al mismo tiempo. No solamente en la primera parte del texto Sade presiente ya lo que se ha dado en llamar pansexualismo de Freud y transforma el erotismo en resorte principal de la conducta humana; también en la segunda sugiere por añadidura que a sexualidad está cargada de significaciones que la superan. La libido se halla en todas partes y es también mucho más que ella misma. […] Estas intuiciones nos autorizan a saludar en Sade a un precursor del psicoanálisis” (págs. 85-86).

“Lo que puede reprocharse a sus declamaciones contra la religión es que reproducen con fastidiosa monotonía los lugares comunes más estragados; y ello ocurre hasta cuando Sade logra infundirles un giro más personal y denuncia, antes que Nietzsche, que el cristianismo es una religión de víctimas, que debe ser substituida por una ideología de la fuerza” (págs. 92-93).

“Siempre estamos más influidos de lo que creemos por las ideas que combatimos” (pág. 100).

“Sade denuncia graciosamente el engaño burgués, que consiste en erigir como principios universales sus intereses de clase: ninguna moral universal es posible cuando las condiciones concretas en que viven los individuos no son homogéneas” (pág. 106).

“De lo que está completamente seguro en todo caso es de que las gentes que se satisfacen flagelando, de tanto en tanto, a una prostituta, son menos perniciosas que un recaudador de impuestos. Las injusticias establecidas, las prevaricaciones oficiales, los crímenes constitucionales, ésos sí son auténticos flagelos. Y es el cortejo ineludible de las leyes abstractas, lo que pretende imponer su uniformidad a una mayoría de individuos radicalmente distintos” (pág. 108).

“Si los propósitos humanos pretendieran conciliarse en una común procura del interés general, serían necesariamente inauténticos, pues no existe otra realidad que la del individuo encerrado en sí mismo y hostil a otro sujeto que les dispute su soberanía” (pág. 111).

“Para contener la arrogancia de los poderosos, los débiles han inventado la idea de fraternidad, que carece de base alguna” (págs. 112-113).

“Supriman a los pobres, o supriman la pobreza, pero no perpetúen mediante semimedidas la injusticia y la opresión. Y sobre todo no pretendan redimirse de las propias exacciones abandonando, en manos de aquellos a quienes despojan, una limosna insignificante” (pág. 114).

“El rico que acepta pasivamente sus privilegios existe a la manera de una cosa; si abusa de sus poderes, si se convierte en un tirano o un verdugo, entonces es alguien” (pág. 117).

“Con análoga severidad a la de Kant, que halla su fuente en idéntica tradición puritana, Sade no concibe el acto libre si no está liberado de toda sensibilidad. Si obedeciera a motivos afectivos, nos convertiría en esclavos de la naturaleza y no en sujetos autónomos” (pág. 122).

“Sólo el hombre atribuye importancia a su propia existencia, pero podría aniquilar totalmente su especie sin que e universo se alterara lo más mínimo” (pág. 125).

“La sensualidad hedonista que profesa el siglo XVIII no propone al individuo otro proyecto que el procurarse sensaciones y sentimientos agradables. Lo inmoviliza en su solitaria inmanencia” (pág. 130).

“Admite que un padre de familia prevenga o vengue, aun con la muerte si es preciso, la violación de su criatura. Lo que exige es que en la lucha que enfrenta existencia inconciliables, cada uno se enrole concretamente en nombre de su propia existencia. Aprueba la venganza, pero no los tribunales” (pág. 135).

“Si la totalidad de los hombres que pueblan la tierra se hiciera presente a todos, en su total realidad, la acción colectiva no podría realizarse y el aire tornaríase para cada uno en irrespirable. En cada instante millares de seres sufren y mueres, vanamente, injustamente y nosotros no nos conmovemos. A ese precio, nuestra existencia es posible. El mérito de Sade reside no solamente en gritado lo que cada uno se confiesa vergonzosamente, sino en no haber elegido esa actitud. Contra la indiferencia, prefirió la crueldad” (pág. 140).



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