ENUNCIADOS PROTOCOLARIOS

PROBLEMAS DEL CRITERIO SE CORRESPONDENCIA: 

LOS ENUNCIADOS PROTOCOLARIOS


Dentro del criterio de la correspondencia empírica, hay que distinguir entre las formas de verificación pública (experiencia de hechos elementales, hasta ahora referida) y las formas de verificación privada (autoexperiencia, experiencia interna, en el sentido de que los estados mentales sean autorreferenciales).

En este último caso, se trata de un tipo especial de enunciados, porque en ellos la verdad se deriva de forma inmediata e indudable, ya que el enunciado y el hecho referido por él están directamente relacionados. Hablaríamos entonces de lo que se llama evidencia empírica (enunciados protocolarios), en contraposición a la evidencia racional, derivada de enunciados axiomáticos matemáticos, con la que comparte el componente esencial de la inmediatez, la necesidad y la indudabilidad de sus proposiciones. Estos enunciados son evidentes por sí mismos e incorregibles aunque sean contingentes (no absolutamente necesarios como sí lo son los axiomas matemáticos), porque son verdaderos en tanto que son conocidos y responden a una autoexperiencia que genera una creencia, ya que se refieren a estados mentales privados (que no se pueden verificar desde fuera del sujeto, porque los estados mentales no pueden compartirse como tales, salvo por el uso común del lenguaje, que oculta así la existencia de una barrera infranqueable, que separa una mente de otra, un estado mental de otro, como bien sostiene Thomas Nagel).

En el caso de la evidencia empírica, hablamos de correspondencia porque se produce una comparación entre el enunciado y el hecho referido por el enunciado, pero con una diferencia respecto de los enunciados empíricos, que hacen referencia a estados de cosas, ya que aquellos hacen referencia exclusivamente a estados mentales. Por ejemplo:

  • Cogito ergo sum. Descartes consideró que su sentencia fundacional era una evidencia racional, no empírica, dados sus componentes de claridad y distinción, indudable (porque no podía negarse sin entrar en contradicción) y de captación inmediata.
  • Enunciados elementales, protocolarios o atómicos, como veo una manzana o noto el sabor de la manzana, creo que Laura me ama o creo que hoy me siento mujer. Estos enunciados son, evidentemente, diferentes de aquellos que se refieren a hechos externos, estados de cosas, cuya verificación será necesariamente pública: en la mesa hay una manzana, o en el aula hay un reloj. Son lo que Russell llama conceptos empíricos indefinibles, como la experiencia del rojo o del sabor de la piña.

 

El problema de estos enunciados protocolarios, que hacen referencia a la autoexperiencia como estado mental, es que no sirven para fundamentar el conocimiento del mundo, sino sólo la existencia de un sujeto observador inmerso en su propia autoexperiencia, de la que no puede salir. Se trata del solipsismo en que cae Descartes y en el que se sumergen los empiristas contemporáneos, como Russell, el primer Wittgenstein y los positivistas lógicos. 

Los enunciados de este tipo, que hacen referencia a estados mentales o procesos psíquicos, a las propias sensaciones, lo experimentado por una persona en tanto que experimentado por tal persona, es decir, en primera persona, técnicamente llamados protocolarios (llamados así porque hacen referencia al hecho de que en un laboratorio se siguen determinados protocolos para describir los resultados obtenidos en cualquier observación o procedimiento de investigación), son proposiciones o sentencias básicas que describen algo directamente observado por alguien, lo que llamaríamos también una experiencia directa, que sólo puede tener una verificación subjetiva: veo un reloj en el aula, o , más protocolariamente, en el tiempo X veo una luz roja en M. Se supone la posibilidad de ser verificables por cualquier sujeto que siga los mismos procedimientos marcados en cualquier proceso de observación (científico o no). Es decir, que otros sujetos pueden tener la misma experiencia que yo al observar que hay un reloj en el aula, o que el sabor de la manzana es dulce. Pero ningún sujeto puede tener la experiencia de otro sujeto (la idea del teatro personal de E. Mach). 



La proposición noto que la manzana es dulce puede ser formulada por varios sujetos que hayan probado la manzana, pero la experiencia a que se refieren los enunciados no es compartible, sino privada (es lo que Searle llama ontología de primera persona). Cualquier tipo de verificación empírica remite a una experiencia individual y privada, de manera que cualquier otro observador nunca va a poder comprobar o verificar mi experiencia. En consecuencia, la verificación de tal experiencia sólo puede ser subjetiva, bajo un solipsismo lingüístico (sólo yo sé cómo sabe la manzana en mi boca, aunque todos digamos que es dulce porque creemos que compartimos la experiencia, ese engaño psicológico llamado teoría de la mente, cuando en realidad sólo compartimos la palabra y no podemos ir más allá de la palabra; sólo yo sé cómo me siento yo, pero no puedo describirlo mediante el lenguaje, y mucho menos sabré en qué consiste sentirse un murciélago, en referencia a Nagel, o sentirse mujer ya que soy hombre, pero no sé tampoco en qué consiste sentirse hombre. Por lo mismo, el enunciado “sé cómo te sientes” es intrínsecamente falso, porque yo sólo sé cómo me siento yo, pero la teoría de la mente me incita a pensar que lo que siento yo debe parecerse a lo que sienten los demás, de manera que el fundamento de la empatía es cuestionable) que parece contrario a la pretensión de objetividad de las proposiciones científicas. 


Otto Neurath
Otto Neurath
La ciencia se fundamenta en proposiciones empíricas que pretenden ser intersubjetivas, es decir, que puedan ser verificables por varios observadores, pero el solipsismo lingüístico es un obstáculo para ello: "el sabor de la manzana" se refiere a lo que la manzana sabe, pero en realidad no tiene un referente que podamos señalar fuera de nosotros. Los filósofos del Círculo de Viena Otto Neurath y Rudolf Carnap afrontaron este asunto desde una posición que ellos mismos llamaron fisicalismo. Veían que estos enunciados protocolarios debían ser verificados sólo en primera instancia, de forma privada y subjetiva, en un lenguaje privado (sólo yo sé a qué sabe la manzana); consideraban, sin embargo, que todos estos enunciados debían poder ser traducidos a un lenguaje intersubjetivo, admitiendo la condición límite de que tales enunciados no pueden ser convertidos en proposiciones sobre la realidad en sentido ontológico, es decir, pasar del nivel de los estados mentales (hay relación con la teoría intersubjetiva de Habermas). 


Rudolf Carnap
Para Neurath, los enunciados relativos a estas experiencias privadas remiten a algo físico y pueden ser expresados mediante el lenguaje de la física (como fundamento de la ciencia natural). De alguna manera, los enunciados protocolarios no describen experiencias, en tanto que sólo son experiencias aquellas que podemos verificar de forma compartida o intersubjetiva. Para Carnap, los enunciados protocolarios son primitivos (en sentido de primeros), fundacionales, que describen directamente una experiencia y son por ello básicos. Supone, además, que se pueden traducir a enunciados que describen estados del cuerpo de quien los enuncia, es decir, que podríamos pasar de la descripción de un estado mental privado (el sabor de la manzana en mi boca y en mi mente) a la descripción de un estado físico (el efecto del sabor de la manzana en mi lengua, en mi cerebro, que se traslada a mi mente; color rojo, resultado mental de las ondas de luz de una determinada frecuencia que inciden en mis ojos y llegan hasta el nervio óptico y de allí al cerebro). Para Carnap, la verificación de tal enunciado se basará en la correspondencia entre los enunciados físicos correspondientes a varios enunciados protocolarios similares.


Wittgenstein

Así, pues, los enunciados protocolarios no pertenecen al lenguaje de la ciencia, pero pueden traducirse a lenguaje de la ciencia. Wittgenstein, que en el Tractatus había puesto las bases inspiradoras del Círculo de Viena, dos décadas después replica a Neurath y Carnap en estos términos: no hay lenguaje privado (que se refiera a experiencias privadas tales como el sabor de la manzana en mi boca), así que los enunciados protocolarios carecen de significación y de relevancia epistemológica, ya que son redundancias y no constituyen conocimientos (es decir, que todas las certezas cartesianas están fundadas en una falsa interpretación de las primeras proposiciones que Descartes formulara, como el cogito ergo sum). No hay para el segundo Wittgenstein significados privados, sino sólo significados compartidos por el uso público del lenguaje dentro de un marco concreto. Todo lenguaje es público, un juego de lenguaje, o también una forma de vida, por esencia compartible. Las sensaciones (en tanto que estados mentales) son privadas, pero el lenguaje que las describe no lo es, porque está sometido a un criterio público: todo el mundo da un significado al término dulce, aunque tal significado sea una ficción gramatical, un juego de lenguaje (Wittgenstein, Investigaciones filosóficas 256).



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