BERNSTEIN Y EL REVISIONISMO
Bernstein considera que hay que purificar el marxismo de los vestigios del pensamiento utópico que lo impregnan (Favre, 23). Una cosa es la ciencia objetiva y otra la fe ciega del revolucionario, que deforma la objetividad de los hechos, El recurso a la revolución no tiene fundamento científico. De esta forma, Bernstein se sitúa en medio de la discusión sobre los fundamentos de la revolución, es decir, en el terreno en que la teoría marxista salta hacia la praxis.
En sus obras, Bernstein reduce la idea de desarrollo histórico de Marx a teoría científica pura, ajena a todo voluntarismo ético o a todo deber ser, para luego añadirle el contenido ético del kantismo, bastante prestigioso en esa época. Su idea es que el imperativo categórico, en tanto que universal, contiene las reivindicaciones obreras, reconocidas por la comunidad social. Por lo mismo, la función del proletariado no es disolver a las demás clases sociales, sino integrarse en el cuerpo social, entorno a unos fines éticos comunes. La ruptura con lo esencial de Marx es evidente.
En cuanto al materialismo histórico y dialéctico, Bernstein los refuta en
nombre de la libertad individual, de la conciencia moral y de la lógica. El
materialismo histórico es mecánicamente rígido, condena la libertad humana en
nombre de un fatalismo económico. La sociedad, sin embargo, se orienta hacia el
socialismo, en virtud del ideal socialista presente en todos los hombres, como
si de un imperativo categórico se tratase. Por esto critica también la dialéctica
marxista, incompatible con el imperativo universal. El socialismo se impondrá
por sí mismo, sin necesidad de convulsiones inútiles (Favre, 24-25). Si la
libertad humana se mostraba operativa y permitía elegir a los hombres el futuro
de su sociedad, y la existencia del movimiento socialista demostraba tal cosa,
entonces la distinción marxiana entre prehistoria humana e historia
verdaderamente humana quedaba invalidada. Bernstein ataca el determinismo
defendido por Engels y la ortodoxia, según el cual las leyes de la historia son
leyes de hierro que la sociedad no puede alterar. Por lo mismo, el socialismo
no debería entenderse como un salto o nuevo estadio, sino como un hecho gradual
que sucedía progresivamente a las reformas conseguidas por el liberalismo,
siguiendo la opinión de Stuart Mill. No obstante, para Lichtheim,
era falso afirmar que el tránsito hacia el socialismo no suponía más que una
extensión de los logros reformistas ya visibles, por ejemplo, en la legislación
laboral, el sindicalismo y la intervención estatal en la economía. El cambio
gradual podría ser también una fantasía de Bernstein. Hay que tener en cuenta
que Marx entendía el socialismo no como un cambio gradual, sino como un orden
social nuevo que rompe con el anterior, aunque sea pacíficamente (Lichtheim,
342).
Niega la necesidad de una revolución, y para ello rechaza el análisis
dialéctico de la sociedad (proyección abusiva de la dialéctica hegeliana sobre
la historia): no hay dos cuerpos opuestos, sino una multitud de clases unidas
unas a otras por distintas formas de solidaridad (Favre, 27). De este modo,
Bernstein postula la solidaridad y la colaboración entre las clases como
contrapartida a la idea marxiana de la reivindicación de clase. Así, repudia
los métodos de fuerza, la dictadura del proletariado, adhiriéndose a los
mecanismos democráticos como medio de conseguir las reivindicaciones sociales
de los obreros, contemplando al mismo tiempo la representación de todas las
categorías sociales. De este modo, se lograrán las reformas suficientes para
acabar con la dominación y la explotación capitalistas, aprovechando la progresiva
instauración democrática (Souyri, 18).
Es cierto que el revisionismo de Bernstein se aleja del aspecto más hegeliano de Marx para retroceder al kantismo, pero también es más amplio de miras que la versión mecanicista post-marxiana. Si Kautsky era determinista, Bernstein no pensaba en la inevitabilidad del objetivo socialista, sino en su sentido ético, en algo que debía ser en un sentido casi utópico y ajeno a la ciencia y la historia: la perspectiva de la revolución no es más que un mito, un ideal cuyo camino puede truncarse. Es, por ello, una posición casi pre-marxista.
En relación con el movimiento histórico del capitalismo, y con la actitud del marxismo ortodoxo hacia esta evolución, se puede decir que Bernstein se opone al Programa de Erfurt y a las posturas quietistas de Kautsky; el reformismo de espera confiada en la llegada de la revolución postulado por el líder de la socialdemocracia era visto por Bernstein en 1889 como un error ante la realidad de un orden consolidado, seguro, que comienza a dar prosperidad y a repartir riqueza. Como el capitalismo había conseguido superar la crisis revolucionaria de mediados de siglo, recurriendo al imperialismo, Bernstein comienza por dudar de la infalibilidad del Marx-mecanicista divulgado por Engels y Kautsky. Y muestra, con estadísticas _como en su tiempo hizo Engels_, que el desarrollo imperialista del capitalismo había generado mayor riqueza entre las clases medias y se atrevía a ceder posiciones ante las demandas obreras, lo que hacía pensar en el equilibrio de fuerzas de toda la comunidad social.
En cuanto a la crítica a la economía marxiana, para Bernstein no se da la
prevista agonía del capitalismo, sino una progresiva socialización, por lo que
no es necesario preparar una inútil revolución económica. Critica en Marx su
estrechez de miras al decir que el trabajo humano es el mismo instrumento que
permite establecer el valor de un producto, porque así se puede decir que
quienes obtienen sus riquezas de actividades bancarias o bursátiles son
parásitos. El valor de un producto no depende sólo del trabajo, sino también de
su utilidad, que es subjetiva. La ley de la oferta y la demanda se ajustaría
mejor a la realidad, según Bernstein, pues “en el juego de la competencia que
rige el mercado, las diversas utilidades subjetivas se conjugan para determinar
el precio” (Favre, 26). Y de este modo queda también vacía la teoría marxiana
de la plusvalía.
Critica también la teoría marxiana
de los monopolios, diciendo que no son incompatibles ni con la pequeña empresa
y la artesanía ni con la participación obrera. Son útiles, además. Para superar
las crisis económicas y controlar el mercado. Si el capitalismo se transforma,
no es un instrumento de opresión y ruina de los trabajadores, sino para
generalizar la condición burguesa.
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