EL SOLIPSISMO CARTESIANO
El
argumento del sueño es la más alta expresión de la duda sobre el mundo
sensorial, dado que pone en cuestión el rango ontológico de la experiencia. La
duda de los sentidos es, desde luego, un ataque contra la línea empirista de la
nueva ciencia que está fraguándose en estos momentos sobre la base de
presupuestos metafísicos diferentes. La duda de los sentidos conduce a
invalidar todas las proposiciones empíricas y experimentales, nos conduce
incluso a la duda sobre la existencia de nuestro propio cuerpo y del mundo
exterior en su totalidad. Toda la información de los sentidos se reduce a
proposiciones mentales, a estados de la mente: “veo una manzana”, “siento su
sabor dulce”. A partir de este estadio del proceso de duda, Descartes se sitúa
en lo que se puede llamar solipsismo provisional, punto de partida
de su reflexión no escéptica, de su reflexión constructiva.
“Filosóficamente
es muy atractivo observar cómo Descartes se colocó en una situación tal que
tenía que recurrir desesperadamente al argumento ontológico”,
para poder salir de ella, del solipsismo radical, sobre todo si nos atenemos a
las consecuencias derivadas de la falsedad de tales argumentos que conducen al
solipsismo (el del sueño, sobre todo).
El problema del solipsismo no es tanto
probar la existencia de otras distintas a uno mismo, en el sentido de estar
fuera, separados de uno mismo, sino más bien ver cómo se puede encontrar uno,
sin darse cuenta, sometido a la idea de que una prueba de esta clase no es
posible.
No
hay pruebas contra el solipsismo. Ni desde el empirismo ni desde el mismo
Descartes: toda percepción, externa (sentidos) o interna (sueños, alucinaciones),
es algo mental. Tal es el sentido último del argumento del sueño
cartesiano. En última instancia, no hay forma de dilucidar si lo que percibimos
se corresponde con algo que está fuera de nuestra mente, porque aunque lo
percibamos claramente y nos parezca que está fuera, que viene de fuera (ideas
adventicias), no deja de ser un estado mental, pues no hay diferencia entre lo
que experimento despierto y lo que experimento en sueños o bajo una
alucinación: todo es mental. La experiencia en sí no se puede dilucidar,
discernir o verificar desde dentro, debería poder hacerse desde fuera, pero tal
cosa no es posible.
Descartes se encuentra, a estas alturas, sólo en el mundo, encerrado en su mente, puesto que todo lo que percibe ocurre en su mente (de ese estadio no pasará Berkeley, idealismo subjetivista, esse est percipi). Ahora que ya no puede confiar en una correspondencia entre los estados mentales y un mundo exterior, el problema de la separación de sustancias ya está en marcha, porque toda la información de los sentidos se produce en la mente. El alcance de la reflexión escéptica de Descartes en torno a la falibilidad de los sentidos se sustenta en la convicción cartesiana de que la información de los sentidos ha sido fundamental en la concepción tradicional del conocimiento (Meditaciones I). Más claramente: el conocimiento se asienta sobre la convicción humana (tendencia a admitir sin más duda, como una verdad evidente) de que hay una correspondencia entre los datos de los sentidos (subjetivos) y la realidad de un mundo supuestamente exterior a nuestra mente (objetivo). Descartes abre la posibilidad de que semejante convicción, semejante confianza, sea una quimera. Esta convicción responde a una tendencia de la naturaleza humana, que privilegia la percepción como fuente de verdades.
La base de la duda cartesiana sobre los datos de los sentidos es psicológica, esto es, es una duda sobre la potencia ontológica de las proposiciones psicológicas, en tanto que las primeras no pueden deducirse de las segundas. Un determinado estado mental no justifica que haya una conexión con un supuesto mundo externo a mi mente.
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FUENTE
A. C. Danto, Qué es filosofía. Madrid, Alianza, 1976, cap. 20.
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