ORFISMO Y PITAGORISMO EN PÍNDARO

“El riesgo grande no admite a un mortal cobarde. Y ya que la muerte es ineludible, ¿por qué esperar inútilmente una vejez anónima sentado en la sombra, ajeno a toda gloria?” (Olímpicas I, 81-87).

Esto nos dice Píndaro acerca de la muerte y del sentido de la vida, que son temas inseparables. Riesgo, valentía, cobardía, gloria, son valores propios de la aristocracia y lo deportivo. El héroe no debe estar sin hacer nada y es enemigo de la vida apacible, la que ansían las clases medias; ama el riesgo y por ello no teme a la muerte, en tanto que es ineludible y en tanto que una muerte heroica significa alcanzar la gloria para sí y para los suyos.

Pero el tema de la muerte recibe en Píndaro un tratamiento más complejo de lo que aparenta este primer bosquejo heroico, tan cercano al concepto homérico-jonio. Píndaro es tebano, aristócrata y asiduo en las cortes sicilianas de Agrigento y Siracusa, donde circulan ideas diferentes de la tradición jónico-homérica. Píndaro describe en su segunda Olímpica algunas ideas propias de la tradición órfica, de manera un tanto oscura pero con la suficiente claridad para ver en sus versos la idea de la transmigración de las almas en los sucesivos cuerpos, y su paso por sucesivos juicios en los cuales reciben premios o castigos, según la forma de vida realizada durante la estancia de las almas en sus respectivos cuerpos (Olímpicas II, 60-86).

Así, las almas que no se hayan contaminado por el pecado, alcanzarán una vida de gloria real, un premio en vida, al final de la cual acabarán en la Isla de los Bienaventurados, que es un paraíso sin dolor ni trabajo, en estado de perpetua bonanza. Se trata de un premio para los buenos, en dos entregas: una vida corporal en la que se obtendría la gloria, porque el alma residiría en el cuerpo de algún aristócrata; y una última muerte tras la cual se alcanzaría el paraíso. Para los malos, en cambio, queda un castigo: alguien bajo tierra dicta sentencia, emitiendo su fallo con ineluctable hostilidad, pero Píndaro ya no da más detalles sobre esta cuestión (Olímpicas II, 57-60).

A pesar de que Píndaro expone en sus poemas algunas ideas órficas sobre el proceso vida-muerte, hay que considerar que su mensaje no es del todo coherente, pues combina tanto lo órfico como lo puramente heroico, y ambas concepciones son frecuentemente contradictorias. El orfismo entiende la vida como un proceso de purificación del alma sometida a los caprichos del cuerpo; pero en ocasiones, la excelencia que buscan los héroes, deportivos o militares, aristócratas todos, esta reñida con ese ideal de purificación y tiende a una especie de carpe diem arcaico: ya que el destino del mortal es la muerte, y en la vida “los males sobrevienen en doble proporción que los bienes”, lo más inteligente es disfrutar de la poca felicidad que se nos permite, pues “junto a un solo bien los inmortales reparten a una males a los humanos” (Píticas III, 77-81).

La vida es una sucesión de bienes y males, con mayor abundancia de los segundos, por lo que es mejor aprovechar la primera oportunidad de gozar ante una perspectiva menos optimista de la muerte, esto es, la visión homérica que Sócrates insinúa en la Apologia: vagar por el Hades eternamente. Sin embargo, Píndaro transmite una visión menos pesimista que la homérica y que la órfica: la vida no es sufrimiento del alma dentro del cuerpo, sino una sucesión de bienes y males, de los que habremos de aprovechar unos y soportar los otros. Al triunfo sigue el fracaso, y viceversa. También hay aquí una vertiente deportiva, pues Píndaro alude a esta cuestión a propósito de un atleta cuya familia es pródiga en victorias pero también en derrotas. Así, dice: “la costa se ve como algo próximo a los campos feraces, que unas veces procuran a los hombres el anual sustento, fruto de las llanuras, y otras en cambio, alternativamente, reúnen en barbecho sus fuerzas” (Nemeas VI, 8-14). Así, la alternancia de la fortuna en la vida tiene aquí un símil agrícola, naturalista.

  

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