LOS GRIEGOS Y LA LIBERTAD INDIVIDUAL

Benjamin Constant, un liberal romántico, sostuvo que eran diferentes la libertad de los antiguos y la libertad de los modernos. Benjamin intentaba aclarar que los liberales de su época, los modernos, al teorizar sobre la defensa de la libertad, estaban refiriéndose a algo diferente de lo que los antiguos entendían por la misma palabra, pero cuyo sedimento semántico aún contaba en el uso común del lenguaje, generando confusiones en las discusiones sobre esta cuestión. Era necesario, pues, esclarecer el significado efectivo del concepto de libertad en uso en esa época.

Popper, por ejemplo, estaría en el lado opuesto, contrario a determinismos y paradigmas. Toma a Platón como enemigo acérrimo de la democracia y del pensamiento individual libre de trabas, y como un precursor del totalitarismo, sin tener en cuenta que Platón se oponía más a la libertad de los antiguos, es decir, a la participación política del pueblo, que a la libertad de los modernos, es decir, a la libertad personal y de pensamiento, que él mismo ejerció tenazmente inspirándose en el modelo de Sócrates. No obstante, las críticas de Platón a la democracia también se ceban en este aspecto de la libertad, como ejercicio de la voluntad personal en el entorno privado. De alguna manera pudo advertir que este ámbito de la libertad es anterior al ámbito público, donde la libertad se manifiesta como participación política. Algunos textos de Platón muestran que hay una interacción entre los males de la democracia participativa y los inconvenientes de la vida privada en el seno de un régimen democrático, lo cual supone en Platón y en su entorno una comprensión suficiente de lo que podía suponer el desarrollo de las libertades personales en el orden de la ciudad (al menos desde la perspectiva de un aristócrata educado en la inmovilidad).

Una postura intermedia, más razonable, como la de Isaiah Berlin, permite considerar las ventajas de cada posición y desprenderse del rígido determinismo popperiano. No hay duda de que cada época está en disposición de tomar unas ideas e ignorar otras, según sus intereses y sus posibilidades culturales. Los griegos conocían los principios de la máquina de vapor, pero no le vieron ninguna utilidad y no desarrollaron nada en ese sentido, pero tampoco pudieron destruir la idea. Algo semejante ocurrió con la idea de libertad personal: los griegos gozaron de esa libertad negativa o individual, pero estaban anclados en el ideal de la libertad cívica participativa y no daban importancia a la libertad en el ámbito privado (es decir, privado de vida pública). La libertad individual no era fundamental en la cultura clásica y por ello en las formulaciones teórico-políticas se valora más el carácter cívico de la libertad que su aspecto privado. Los ejemplos que suelen citarse para mostrar que la libertad personal era valorada por los atenienses carecen, según Berlin, del necesario énfasis en lo personal y en el carácter creativo y voluntarista de la libertad individual, fuente de pluralismo. 

Así, la famosa Oración fúnebre de Pericles, de haber sido una formulación más ajustada a la defensa de la libertad personal, habría contenido una mayor exaltación de la vida privada, de los intereses particulares y de la posibilidad de que estos fuesen superiores a los intereses colectivos. Esta formulación es sólo moderna, aunque se encuentre también en autores enclavados en la crisis del clasicismo antiguo (Epicuro, cínicos y cirenaicos post-socráticos, estoicos en relación con el tema del libre albedrío, etc.). Berlin sostiene que hasta antes del siglo XVIII, la variedad por sí misma no es un ideal prominente. Posiblemente hasta entonces los hombres no estaban en condiciones de concebir una forma más sofisticada de libertad, porque las estrecheces obligaban a centrarse en formas más simples o sencillas. Sin embargo, este argumento no es decisivo: los niveles de vida de Atenas y Roma eran altísimos, y sólo fueron igualados en el siglo XVIII europeo. No es que la libertad individual fuese entonces tan implícita que no precisase una explicitación, sino más bien que la mentalidad antigua, aferrada a la polis, sólo permitía una explicitación débil e incoherente de unas ideas de libertad individual que no tenían aún auténticos desarrollos sociales y culturales.

El texto de Pericles puede interpretarse como una primera exaltación del pluralismo social basado en las diferencias particulares, pero según Berlin una interpretación que haga hincapié en la libertad personal no es coherente con la realidad política del momento, y el caso socrático lo demuestra. Admitamos que el texto de Pericles fue una tímida y primeriza exaltación del pluralismo social basado en las diferencias particulares. Sócrates fue un gran ejemplo de ejercicio contundente de la libertad personal sin pretender superar los límites, ciertamente estrechos, de la vida cívica. Estrechos incluso en una ciudad democrática como era Atenas, que se permitió la libertad de quemar los libros de Protágoras por propagar el escepticismo sobre la divinidad. Tanto Sócrates como Protágoras fueron víctimas del exceso de libertad colectiva frente a la actualización de la libertad personal bajo la forma de libertad de pensamiento y expresión. En la democracia ateniense se manifiesta perfectamente _como no podría ocurrir bajo un régimen tiránico_ la tensión entre lo que Berlin llama libertad positiva (colectiva, política) y la libertad negativa (personal). Precisamente aduce Berlin que la democracia ateniense era estrecha porque no contemplaba la libertad personal y podía traspasar los límites que quisiera si, en nombre de la ciudad, sus ciudadanos decidían hacerlo. La libertad personal podía ser tratada sin contemplaciones por la autoridad pública, legitimada por el acuerdo de la mayoría que actuaba en nombre de una voluntad colectiva, y esta voluntad colectiva podía ser tan arbitraria como la de cualquier tirano. Atenas condenó a Sócrates porque no tuvo en cuenta su libertad personal.

En el escenario político ateniense primaba ciertamente la libertad como participación política, y en cambio se desdeñaba el ámbito de lo personal, de lo privado (privado de utilidad, de interés para aquellas gentes). Los atenienses sentían apego por la participación política, y no dejaban de asistir a la Asamblea ni de ejercer las funciones que les eran asignadas; se tomaban muy en serio su participación en las actos públicos porque no era ésta una cuestión abstracta, sino bien concreta y cercana: al menos desde la época de Pericles había la posibilidad real de ocupar un cargo público de importancia al menos alguna vez durante la vida de un ciudadano ateniense, gracias al sistema de la adjudicación por sorteo, que era independiente de la renta. Así, la práctica de la democracia extendió la discusión en todos los ámbitos de la vida pública ateniense. No se trataba de un fenómeno impulsado por los sofistas, sino de una costumbre arraigada en la democracia ateniense que puede remontarse a las reformas de Solón, iniciador del proceso de incorporación de los ciudadanos a la participación política directa.

El ateniense accedía al poder como cosa normal y propia de su situación civil; ser ajeno a la política era considerado incluso un vicio. Puede entenderse también que en la sociedad ateniense, y en sus colonias democráticas, el valor de la participación ciudadana fuese tan alto por una simple cuestión aritmética: los ciudadanos, es decir, aquellos sujetos con derechos políticos participativos, son pocos en relación con los metecos. Hoy, al contrario, son tantos los que pueden intervenir (gracias al sufragio universal) que forzosamente la participación tiene escaso valor ideológico. Sin embargo, no faltaron entonces teorizaciones ni vivencias sobre la necesidad de la libertad personal frente al énfasis de la participación casi tribal en la vida de la polis, que autores como Tovar identifican como corrientes ideológicas del desarraigo. Sólo que en aquel momento no tuvieron un peso suficiente para desplazar a las ideas que sí eran tenidas por interesantes.

Por otro lado, hay autores que, aun admitiendo la imposibilidad práctica de realizarlo, sostienen que el ideal de la libertad personal fue plenamente explicitado entre los griegos clásicos. De modo que la libertad personal no es una idea original de la modernidad, sino que cuenta con formulaciones clásicas que fueron desdeñadas por la historia y quedaron sedimentadas en los anales del pensamiento humano, sin llegar a ser destruidas. Tales formulaciones se dan primariamente en el terreno mitológico, que es, a efectos teóricos, muy resbaladizo: del mito no se desprende ni exaltación ni reprobación, sino sólo la manifestación simbólica de una idea que parece rondar por el imaginario colectivo de esa época en que el pensamiento aún no había encontrado el sendero empirista y racional. El mito de Heracles, por ejemplo, nos proporciona pistas sobre las posibilidades de la acción que habían imaginado los griegos arcaicos. Sin una formulación teórica precisa (dando la razón a Berlin: no había necesidad de ella, ni los hombres disponían de las herramientas conceptuales precisas para llevarla a cabo), el mito de Heracles se refiere a la fascinación (mezcla de temor y admiración) que la potencial libertad negativa imaginable generaba en los griegos arcaicos (y que cuenta con manifestaciones paralelas en otras culturas más antiguas, como la narración mesopotámica de Gilgamesh, o la bíblica de Nemrod, etc.).


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