TRUMP-NETANYAHU-GAZA (2025 d. C.)/CLEÓN-MITILENE (427 a. C.)
Las comparaciones históricas son arriesgadas pero inevitables. Leyendo a Tucídides no podemos dejar de sorprendernos al comprobar hasta qué punto la historia se repite una y otra vez. La animalidad humana es desgraciadamente rutinaria. En este caso se dan dos coincidencias: los atenienses actuaron en Mitilene, la ciudad más importante de la isla de Lesbos, como Netanyahu en Gaza, pero inspirados en un personaje, Cleón, cuyo paralelismo conductual y psicológico con Trump es también sorprendente. Vamos qué pasó entonces, siguiendo las palabras de Tucídides:
429 a.
C., Pericles muere de peste. Pericles sobrevivió dos años y medio al inicio de
la guerra (Tuc., Historia de la Guerra del Peloponeso, II 65, 6; Plutarco, Pericles
XXXVIII), es decir, murió en septiembre de 429. Durante el episodio de la
peste, murió la mayor parte de su familia (Plutarco, Pericles XXXVI). Las conclusiones de Tucídides sobre la figura de
Pericles son estas: todo el tiempo que Pericles gobernó en Atenas, durante la
paz siguió una política moderada y conservadora, y bajo su gobierno Atenas
alcanzó su máximo esplendor. Durante la guerra se hizo evidente que había
previsto las posibilidades de Atenas, e incluso esas previsiones fueron útiles
tras su muerte, aunque los atenienses no siguieron entonces sus consejos (Tuc.,
II 65, 5-7). Pericles había gozado de enorme influencia entre los atenienses,
por su prestigio y su manifiesta insobornabilidad. Según Tucídides, dominaba a la
multitud respetando su libertad, y la guiaba en lugar de ser guiado por ella.
Aquel régimen era una democracia por el nombre, pero en realidad era el gobierno
del primer ciudadano (Tuc., II 65, 8-9).
Los sucesores de Pericles, que no gozaban de la preeminencia de éste, cambiaron la estrategia y confiaron los asuntos públicos a los caprichos del pueblo y se enzarzaron en disputas entre las diferentes facciones, lo cual condujo al fracaso de Atenas (Tuc., II 65, 10-13).
Toma el poder Cleón, su enemigo político dentro de su propio partido, que representa a la clase comercial ateniense. Nicias es el jefe de la clase más elevada, anterior oponente de Pericles. Cleón apoyará una estrategia ofensiva contra Esparta e intensificará la actitud imperialista ateniense hacia sus aliados. Según Aristóteles, Cleón es “el que más dañó al pueblo con sus maneras apasionadas, y el primero que en la tribuna dio gritos y profirió insultos” (Aristóteles, Constitución de los atenienses 28, 3). Tampoco Tucídides le tiene estima: opina que era “no solamente el más violento de los ciudadanos, sino también el que más ascendencia tenía entonces sobre los demócratas” (Tuc., Historia III 36, 6). Aristófanes también lo deja malparado.
428 a. C. Cuarto año de guerra. Durante el verano, se sucede una nueva incursión en el Ática de los peloponesios, con las mismas consecuencias: devastación del territorio. Los atenienses sólo responden esporádicamente. Casi simultáneamente, se produce la rebelión de Mitilene, principal ciudad de la isla de Lesbos. Según Tucídides, ya lo habían intentado antes, pero sin mayores consecuencias por no haber obtenido la ayuda de los espartanos (Tuc., III 2). Al advertir los atenienses que la revuelta contra su dominio es efectiva, envían 40 naves que tenían preparadas para una incursión contra las costas peloponesias (Tuc., III 3, 1-5). Hay un principio de acuerdo entre atenienses y lesbios, pero como éstos no están seguros de la situación, envían emisarios a Lacedemonia para solicitar ayuda (Tuc., III 4). Seguidamente se rompe todo posible acuerdo y se inician los enfrentamientos. Los espartanos ayudarán a Mitilene (Tuc., III 5). Los atenienses y sus aliados establecen un bloqueo naval sobre la isla de Lesbos, pero sin controlar el interior (Tuc., III 6).
Las
razones de la revuelta de Mitilene encajan con la hostilidad que el
imperialismo ateniense despertaba entre los griegos: la Liga de Delos se formó
para combatir a los persas, y tenía su razón de ser a partir del abandono de
Esparta de la Liga Griega (478). Pero los lesbios comenzaron a desconfiar de la
liga délica cuando vieron que los persas dejaban de ser el objetivo principal
de ésta, y los atenienses comenzaban a atar cabos entre sus aliados. La Liga
había sido creada para liberar a los griegos del dominio persa, pero no para
hacer que los griegos sirvieran a los atenienses (Tuc., III 9, 2-6).
Los
mitilinenses se quejan de haber tenido que conservar su independencia a base de
un continuo regateo con Atenas, que había conseguido aislarlos del resto de los
aliados para debilitarlos. Tal cosa no es propia de dos ciudades aliadas y
supuestamente amigas, ya que Atenas no parecía dispuesta a respetar la libertad
de su aliada. Era una alianza por miedo, no por amistad (Tuc., III 11-12).
Ahora que los atenienses se han debilitado por la guerra con Esparta y por la
peste, los de Mitilene ven la ocasión de liberarse, y por eso piden ayuda a
Esparta, y tiene un buen argumento para lograr su apoyo: si se deshacen del
dominio ateniense, dejarán de pagar el tributo y Atenas se debilitará aún más,
y los espartanos ganarán un aliado con una flota importante, que es lo que no
tiene Esparta (Tuc., III 13).
Esparta
acepta la propuesta de Mitilene, así como la idea de invadir el Ática no sólo
por tierra, sino también desde el mar. Los lacedemonios se despliegan, pero sus
aliados no son diligentes y les falta entusiasmo (Tuc., III 15). Eso da tiempo
a los atenienses para reunir una flota complementaria para hacerles frente sin
dejar de amenazar a Mitilene. Al final, todos se retiran sin la menor
consecuencia. Con todo, el coste económico de la guerra pone en dificultades a
los atenienses (Tuc., III 17), lo que conduce a la necesidad de recoger los
tributos con presión militar (Tuc., III 19).
427 a. C. Durante el verano, los lacedemonios envían 40 barcos para ayudar a Mitilene (Tuc., III 25-26), pero se retrasan. Después de esperar en vano la ayuda de los espartanos, y en total carencia de provisiones, la ciudad de Mitilene se rinde a los atenienses, que ocupan la ciudad y envían a los responsables de la rebelión a Atenas, junto con una embajada para intentar mediar con los atenienses, a cambio de no ejercer ningún castigo contra los de la ciudad sin antes haber escuchado a sus embajadores (Tuc., III 27-28). En Atenas se celebra un debate sobre la suerte que debían correr los vencidos, un debate que muestra la actitud prepotente de los atenienses. Tucídides da cuenta de los discursos protagonistas del debate, a cargo de Cleón y Diódoto (Tuc. III 36 ss).
En un
primer momento, la Asamblea ateniense, a instancias de Cleón, se deja llevar
por la ira y decide un duro castigo para los sublevados de Mitilene: ejecución
de toda su población masculina adulta y esclavización de niños y mujeres (Tuc.
III 36, 2). Envían una galera con las órdenes oportunas, pero al día siguiente
recapacitan y consideran que es demasiado cruel condenar a toda una ciudad en
lugar de limitarse a los responsables directos de la sublevación (Tuc. III 36,
3-4). Se convoca una nueva asamblea para estudiar la revocación de la orden
anterior, y de nuevo Cleón, que la propuso, toma la palabra para defenderla
(Tuc. III 37-41).
Cleón
comienza su discurso con una gran verdad: “una democracia es incompetente para
ejercer el imperio” (Tuc. III 37) (esto es cierto incluso para Star Wars). Para ejercer el imperio ha
de haber un poder efectivo indiscutible, porque la discusión es el principal enemigo de la acción y de las decisiones
expeditivas y de mano dura, como ha ocurrido en ese momento al respecto de los
sublevados de Mitilene; lo peor de todo es haber retrocedido una decisión
tomada que había de servir de ejemplo para los otros aliados, pues manifiesta
la blandura de la democracia ateniense. Hay que aceptar, dice Cleón, que el
imperio ateniense es una tiranía impuesta y aceptada por la fuerza (otra gran
verdad), y que los dominados obedecen porque la fuerza de Atenas es superior a
la suya. Por eso, las decisiones han de ser firmes, no se ha de mostrar ninguna
debilidad (Tuc. III 37, 2; Pericles había dicho lo mismo en II 63, 2).
Esta forma de hablar sin tapujos ya no es la retórica de la que se queja Platón, aquí hay una aplastante sinceridad. Cleón ataca a los sofistas y su espíritu ilustrado, que ha corrompido la política ateniense: “Lo peor de todo será si no se mantiene firme ninguna de nuestras decisiones, y no nos persuadimos de que un Estado con leyes poco buenas pero inamovibles es más fuerte que los que tienen buenas leyes pero sin autoridad; que la ignorancia unida a la firmeza es más útil que el talento unido a la falta de carácter; y que los hombres mediocres, comparados con los más inteligentes, en general gobiernan mejor los estados” (Tuc. III 37, 3).
[NOTA: Platón se reservará la ignorancia para el pueblo, pero prefiere que los gobernantes sean inteligentes; los sofistas creen que la inteligencia ha de cultivarse en ambas partes, por eso son ilustrados.]
Y
sigue Cleón: “En efecto, siempre quieren aparecer más sabios que las leyes y
triunfar en todas las deliberaciones de interés público, como si no pudiesen
mostrar su inteligencia en otras cosas más importantes, su conducta lleva a
menudo a la ruina del Estado. Los otros, en cambio, como no se fían de su
propia habilidad, se consideran más ignorantes que las leyes y menos capaces de
criticar las palabras de un buen orador; en cambio, como jueces imparciales
tienen más éxito que como contendientes” (Tuc. III 37, 5).
Esto
es un ataque directo a la dialéctica de Protágoras, basada en la deliberación de
los contendientes, en la fuerza de la elocuencia y el impulso de la rivalidad
intelectual, la erística. “Es así, pues, cómo hemos de obrar: no dejándonos
exaltar por la elocuencia y la rivalidad intelectual, para no aconsejar al
pueblo de Atenas contra sus propias creencias” (Tuc. III 37, 5). Aquí aparece
el lado gorgiano de Cleón, el guiño al sentimiento popular: las gentes piensas
que sus propias creencias suelen ser más acertadas o válidas que las ideas
sometidas a deliberación racional; las creencias son convicciones, contenidos
indiscutibles que conforman el idiotés,
lo propio. Cleón es tan sincero que ni siquiera las presenta como una forma de
saber, ya que el idiotés representa
las ideas de una comunidad encerrada en sí misma, que se niega a aceptar otras
experiencias, otras representaciones del mundo que podrían tener cierta
validez, se niega a contrastar lo propio con lo extraño, convencida de tener la
verdad; es la ignorancia de lo ajeno lo que determina la validez de lo propio,
por lo cual es tomado como una forma de saber válida para la práctica y la toma
de decisiones. Cuando Gorgias llegue a Atenas, en el transcurso de este mismo
año, va a encontrar el terreno abonado y preparado para recibir sus nuevas
ideas sobre la retórica basada en las emociones de las masas.
Siguiendo
con su discurso, Cléon va a defender la posición inicial a favor de un duro
castigo contra Mitilene, y reprocha a los atenienses haberse dejado llevar por
la retórica, haber dado más credibilidad las palabras que a los acontecimientos
[como si los acontecimientos no fuesen también
palabras, entonces y ahora], y haber importunado la acción diligente con
debates que no benefician a Atenas (Tuc. III 38, 1-4). Los atenienses parecen
“espectadores de una exhibición de sofistas, en lugar de ciudadanos que
deliberan sobre los intereses de la ciudad” (Tuc. III 38, 7). Cleón cree que la
revuelta de Mitilene es muy grave porque no era una ciudad sojuzgada por
Atenas, sino una aliada que buscó la ayuda de Esparta para arruinar a Atenas
(Tuc. III 39, 1-2). El buen trato de Atenas a Mitilene generó menosprecio y
resentimiento, en lugar de respeto y amistad (Tuc. III 39, 5). Si se castiga a
Mitilene ligeramente, otras ciudades se rebelarán y Atenas dejará de tener
aliados y recibir tributos (Tuc. III 39, 7-8). Y acaba: los tres peores
inconvenientes para un imperio son la piedad, la seducción de los discursos y
la clemencia (Tuc. III 40, 2). Se trata de actuar no por justicia sino por
conveniencia (no por convención, sino por interés, por supervivencia, en
sentido natural), comportarse como hombres de bien es incompatible con el
mantenimiento de un imperio (Tuc. III 40, 4; Pericles dice algo semejante en II
63, 2-3).
Al
discurso de Cleón le sigue la réplica de Diódoto (Tuc. III 42-48), un moderado
que prefiere un camino menos radical que Cleón; apenas se sabe de este
político. Valora el uso de la palabra y la inteligencia en la política, así
como las prácticas de los sofistas, que son necesarios como consejeros de los
políticos, aunque reconoce que hay que evitar que la oratoria se utilice para
halagar a la asamblea con segundas intenciones (Tuc. III 42) (precisamente
Gorgias llegará con este mensaje: la retórica siempre tiene segundas
intenciones, es esencialmente manipulativa de la opinión a través de las
emociones). Diódoto detecta que el ambiente popular es favorable al populismo,
pues la desconfianza hacia la oratoria propicia que los políticos actúen con
reservas, engañando al pueblo para atraerlo en lugar de declarar abiertamente
sus propuestas, para no levantar sospechas y evitar ser ignorados (Tuc. III 43,
1-3). En cualquier caso, la responsabilidad del pueblo que asiente ante los
argumentos de un orador es la misma que la responsabilidad del orador, y el
pueblo no puede alegar que se dejó tomar el pelo (Tuc. III 43, 5; Pericles usa
el mismo argumento para defenderse de la acusación de haber llevado a Atenas al
desastre después de la epidemia de peste, en Tuc. II 60, 7 y 64).
Diódoto,
sigue Tucídides, tampoco busca la justicia, sino el interés para Atenas de cara al
futuro, lo que es más conveniente: matar a todos los ciudadanos de Mitilene, o
sólo a los instigadores de la sublevación (Tuc. III 44). Aquí ya se ha puesto
en el mismo nivel que Cleón, va a discutir de lo mismo, del interés material de
su ciudad, pero replicando con argumentos: una pena excesiva hará que otras
ciudades se animen a rebelarse, no se retiren a tiempo y prosigan su revuelta
con todas sus fuerzas, sabedoras de que su destino será el mismo tanto si
prosiguen la rebelión como si la paran (Tuc. III 45 y 46, 1-2; Thomas More usó
este argumento contra la pena de muerte indiscriminada). Diódoto también admite
que Atenas ejerce un dominio sobre sus aliados, un dominio que no gusta y que
es respondido con deseos de independencia (Tuc. III 46, 5-6).
Tras
los discursos y después de una disputada votación, ganó con muy poca diferencia
la moción de Diódoto. Enviaron los atenienses una galera para evitar que la
primera llegase con la decisión del primer día, cosa que ocurrió y se evitó así
el asesinato de los ciudadanos de Mitilene, muchos de los cuales sentían
simpatía por la democracia y cedieron la ciudad en cuanto los aristócratas
instigadores de la revuelta fueron controlados (Tuc. III 47-49). Los
mitileneses que habían sido llevados a Atenas para ser juzgados fueron
ejecutados, y Atenas ocupó la isla de Lesbos con tropas y colonos, así como las
ciudades dependientes de Lesbos en la costa de Jonia (Tuc. III 50).
AÑADIMOS: El radicalismo no era exclusivo de Atenas: la expedición espartana en ayuda de Mitilene, comandada por Alcidas, hizo en su camino de vuelta diversas incursiones sobre plazas aliadas de Atenas; en tales encuentros, Alcidas degolló a cuantos habían caído prisioneros suyos por hacer ayudado a los atenienses, a pesar de ser aliados a la fuerza, como bien le reprochó un exiliado de Samos (a causa de la revuelta de 440-439): eso no es liberar a Grecia de los atenienses (Tuc. III 32).
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