ANTES DE LA REVOLUCIÓN

Seguimos con los antecedentes de la revolución francesa: el Tercer Estado, compuesto por la burguesía y las clases populares. Esta entrada la dedicamos a las clases populares urbanas.




Aunque unidas a la burguesía en su oposición a la aristocracia y el Antiguo Régimen, cuyo peso soportan como masa social, en su seno hay diferentes grupos de interés cuya conducta va a ser diferente durante las diversas fases de la revolución, en función de qué facción de la burguesía tome la iniciativa. Entre la burguesía media y las clases populares hay una línea de sutiles diferencias hasta llegar al antagonismo claro, aunque lleguen a compartir la oposición a la aristocracia. Son las diferencias entre los jacobinos y los sans-culottes, diferencias que serán más importantes en los momentos más tensos de la Revolución. En conclusión, las categorías diferenciadoras dentro del Tiers État no están claramente trazadas, y sólo la evolución del capitalismo se encargará de precisarlas, más adelante.

De arriba abajo, las clases populares se dividen en:
  • Artesanos dependientes (semejantes a los actuales profesionales autónomos). Cercanos a la pequeña burguesía. Modelo: el tejedor lionés. Dependen del comerciante-capitalista que les proporciona la materia prima y luego comercializa el producto manufacturado. Los artesanos trabajan en su propio taller, fuera del control de su pagador, y posee los útiles que necesita para su trabajo; además, puede tener algunos empleados. Su dependencia del pagador radica en que la tarifa la establece éste y no el artesano.
  • Maestros artesanos, que trabajan en su taller familiar, que funciona como una célula autónoma de producción.
  • Obreros de los artesanos, que dependen de los maestros artesanos, tanto económica como ideológicamente. Viven bajo el mismo techo que su maestro. Aunque en el momento de la Revolución estas relaciones de producción estaban en pleno uso, tenderán a perderse por la evolución de la producción artesanal hacia la industrial, que producirá la separación entre maestros y obreros y el aumento en el número de estos.
  • Obreros de las manufacturas. Son un incipiente proletariado urbano. Carecen de cualificación y cargan con los trabajos menos remunerados, y siempre sometidos a los reglamentos de los talleres y gremios. Su dependencia del empleador es tal que incluso necesitan un permiso por escrito para poder cambiar de taller (congé par écrit). Aunque este grupo constituirá el germen del proletariado industrial en el siguiente siglo, su importancia en los albores de la Revolución no debe exagerarse.
  • Asalariados de clientela: jornaleros, jardineros, porteadores de agua o leña, personal doméstico de la aristocracia y la alta y media burguesía (cocineras, camareras, mozos, cocheros, etc.). Es el grupo más numeroso dentro de las clases populares urbanas, sobre todo en las grandes ciudades. Muchos de ellos provienen de las zonas rurales, y llegan a las grandes ciudades durante las estaciones en que disminuye o cesa la actividad en el campo o en épocas de mala cosecha, en busca de oportunidades como mano de obra barata (en ocasiones como obreros de la construcción). Este grupo tendrá un activo papel en la Revolución, a causa de sus específicas condiciones de precariedad. En los años de malas cosechas, y 1788 lo fue, las ciudades se llenaban de estos jornaleros del campo desempleados, que acababan vagabundeando en busca de oportunidades que nunca llegaban en aquellos momentos de crisis y carestía y de modesto crecimiento de la industria urbana. Si además tenemos en cuenta el aumento de población y la crisis económica en las manufacturas urbanas, las dificultades para dar empleo a esta población indigente acaban relegando a la gran mayoría a la indigencia y el vagabundeo en las ciudades donde han llegado huyendo de la precariedad del campo. En algunas zonas de Francia se llega a una tasa de pobreza absoluta del 90%. De hecho, esta situación de incremento de población indigente y vagabunda se manifiesta desde 1760. Esta situación explicaría la especial radicalidad de la Revolución francesa: una población muy joven y desempleada sirve para crear una masa de adictos disponible para las revueltas e incluso un ejército que acabará conquistando Europa (aunque también la contrarrevolución se sirvió de ellos). Como ejemplo, la crisis agrícola de 1788, la más violenta del siglo: “durante el invierno [de 1788 a 1789], el hambre hizo su aparición; la mendicidad y el desempleo se multiplicaron: estos desempleados hambrientos constituyeron uno de los elementos de las masas revolucionarias.”

Hay que añadir que el alza de los precios, detallada más adelante, empeorará las condiciones de vida de las clases populares urbanas, porque las subidas salariales no compensaban la inflación creciente y perdían capacidad adquisitiva paulatinamente.
 
 
 
FUENTE
 
Godechot, J., Las revoluciones (1770-1799). Barcelona, Labor, 1974, pág. 8.
Soboul, A., La Révolution française. Paris, Gallimard, 1996, págs. 74-89.

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