LAS REVOLUCIONES ENCADENADAS (2)

DEMOGRAFÍA Y REVOLUCIÓN


En esta entrada voy a considerar la relación entre el impulso revolucionario y la cuestión demográfica, a partir de las aportaciones de Godechot, en su libro Las revoluciones (1770-1799) y de Soboul en La Révolution française. Serán datos a tener en cuenta los referentes al crecimiento demográfico y la distribución por edades de la población. En el caso francés hay factores específicos que explicarían la radicalidad de su revolución, en comparación con las de otros países de su entorno. No obstante, cada uno de estos autores aporta datos en virtud de sus propias inclinaciones interpretativas.

Godechot enlaza la Revolución francesa con las rebeliones auspiciadas por la burguesía contra el régimen absolutista y aristocrátrico que limitaba sus aspiraciones de libertad, sobre todo comercial. Era necesario liquidar todo el sistema de trabas feudales y de organización tradicional de la producción artesanal y agrícola, para poder dar vía libre al comercio y la incipiente industrialización. Proceso encabezado por Inglaterra, numerosos países desarrollados de las dos riberas del Atlántico necesitan dar salida a su economía mediante las reformas liberales que la burguesía necesita, y dada la oposición de la aristocracia y a menudo de las monarquías, será por la vía de la revolución que esas reformas se llevarán a cabo. En el caso francés, dadas sus circunstancias específicas, esa revolución será más violenta. Para conocer con más detalle la postura de Godechot, véase nuestra primera entrada de este tema, en este enlace.

Hasta aquí una explicación, la de Godechot, que puede ser aceptada desde casi todas las posiciones historiográficas. Soboul no le presenta objeciones de peso: aunque asigna a la Revolución francesa un puesto clave en el proceso histórico de ascenso de la burguesía hacia posiciones de poder político, no la liga explícitamente a las revoluciones atlánticas del XVIII sino a la inglesa y la holandesa del siglo anterior. Por lo demás, generalmente coincide con Godechot en las claves esenciales del proceso revolucionario que sacude el último tercio del siglo XVIII: la burguesía, situada entre el pueblo llano y la aristocracia, ha adquirido peso social y económico, y con ello ha adquirido consciencia de sí y del tipo de sociedad en que se siente cómoda para llevar a cabo sus actividades económicas, es decir, eliminando las múltiples ataduras de la economía feudal y liquidando el Antiguo Régimen, sobre todo en Francia (Soboul, pág. 45). Diversos cambios económicos y sociales llevados a cabo con antelación explicarían, por ejemplo, que en Inglaterra no se llevase a cabo una revolución similar, a pesar del incremento del autoritarismo de George III. En Francia, la burguesía buscaba convertir sus aspiraciones en régimen político y en estructura legal, cosa que consiguió tras el régimen napoleónico y consolidó a pesar de la Restauración borbónica en 1814 y 1815.

François Guizot
 Esta interpretación, añade Soboul, es coherente con una justificación histórica de las posiciones liberales, tan temprana como los historiadores Guizot o Taine. La línea marxista de la historiografía francesa, a partir de Jaurès, pondrá el acento crítico sobre esta interpretación tan ingenuamente burguesa. En este sentido, Mathiez desarrolla una línea interpretativa que va a topar con las interpretaciones revisionistas (Godechot): la revolución francesa no fue obra exclusiva de la burguesía, y en este sentido se manifiesta su diferencia respecto de las otras revoluciones liberales que Godechot considera encadenadas a un mismo proceso histórico. Es un sí pero no. La Revolución francesa es algo más complejo que una revuelta burguesa porque abre paso a las reclamaciones sociales y las aspiraciones políticas populares, y a lo largo de su camino deja manifestarse los antagonismos presentes en todas las clases que participan en ella: burguesía y pueblo llano no son grupos uniformes, sino compuestos por facciones que representan intereses específicos, a menudo solapados; incluso hay diferencias entre los habitantes del campo, mayoritarios en Francia, y los de las grandes ciudades. Se hace evidente, pues, que un estudio de la Revolución francesa precisa de un análisis previo de la estructura social de este país, cosa que tanto Godechot como Soboul han llevado a cabo de forma minuciosa (Soboul, pág. 47).

Tal cosa es lo que nos proponemos analizar en esta entrada: las condiciones específicas de la estructura demográfica de la Francia de finales del XVIII van a incidir tanto en las dificultades económicas del momento como en el carácter radical de la Revolución a partir de 1792.

En primer lugar hay que mencionar el gran crecimiento demográfico operado en Francia y en toda Europa durante todo el siglo XVIII. Godechot destaca el gran aumento de la población, a partir de 1730, en toda Europa, gracias al crecimiento de la producción agrícola. Destaca el hecho de que la población es muy joven, más del 70% es menor de 40 años. Esto va a generar problemas sociales: no todos los países están en disposición de poder dar salida laboral a una población creciente. En la Europa Central y Oriental, hay grandes superficies agrícolas sin explotar que permiten colocar el excedente de población sin variar la estructura social ni política, lo que explicaría la estabilidad de estos países. Por otro lado, Suiza, Alemania occidental, Inglaterra e Irlanda enviaron sus excedentes de población a las colonias y allí ocuparon tierras libres que los colonos encontraban en su constante expansión hacia el Oeste. Alemania e Inglaterra, a su vez, pioneras en la revolución industrial, pudieron colocar los excedentes de población urbana al servicio de la nueva manufactura industrial (que desembocó, más adelante, en la formación de una nueva clase social, el proletariado industrial). Francia, en cambio, estaba en una situación de desventaja: carecía de nuevas tierras de cultivo en su territorio, y había perdido sus posesiones en Canadá y la Luisiana; su revolución industrial estaba en fase embrionaria, y a finales del XVIII tuvo que soportar un desarrollo demográfico insostenible, con más de un 30% de población menor de 20 años y un 70% menor de 40 (Godechot, págs. 7-8)



DATOS DEMOGRÁFICOS
Evolución de la población francesa (según Soboul, págs. 53-54):
·             En 1700:  20,8 millones
·             En 1784:  24,7 millones (cifra aportada por Necker)
·             En 1790:  27,6 millones
·             La variación entre 1700 y 1790 es del 32,6 %.
·             La esperanza de vida al nacer, en 1789: 29 años
·             Natalidad, durante el periodo 1700-1790: 38 ‰
·             Mortalidad en 1750: 35 ‰, aunque sometida a variaciones

Es importante tener en cuenta que el crecimiento demográfico francés se sostiene a pesar de que la natalidad ni varía, pero sí disminuye la mortalidad, hasta ser superada por la natalidad. Las crisis demográficas del siglo anterior (debidas básicamente a hambrunas asociadas a las malas cosechas y a las epidemias asociadas a una pobre alimentación) se han atenuado. A partir de 1741, disminuye la mortalidad asociada a tales fenómenos y es sobrepasada la por la natalidad, sobre todo en las clases populares y en las ciudades, más que en el campo.



Las dificultades para dar empleo a esta población acaban relegando a la gran mayoría a la indigencia y el vagabundeo. Se trata de jornaleros del campo que en momentos de baja actividad estacional, o por las malas cosechas, se desplazan a las ciudades buscando oportunidades de trabajo, que en ocasiones consiguen en la construcción o en las manufacturas. Pero la cosecha de 1788 es pésima, y en ese momento la manufactura francesa está en recesión por el aumento de los precios, que ha provocado la caída del consumo interno, del que dependía porque la exportación es imposible a causa de la competencia inglesa (Soboul, págs. 76 y 89-90). En algunas zonas de Francia se llega a una tasa de pobreza absoluta del 90%. Esto explicaría la especial radicalidad de la Revolución francesa: una población muy joven y desempleada sirve para crear una masa de adictos disponible para las revueltas, e incluso un ejército que acabará conquistando Europa (aunque también la contrarrevolución se sirvió de ellos). Como ejemplo, la crisis agrícola de 1788, la más violenta del siglo: “durante el invierno [de 1788 a 1789], el hambre hizo su aparición; la mendicidad y el desempleo se multiplicaron: estos desempleados hambrientos constituyeron uno de los elementos de las masas revolucionarias” (Soboul, pág. 79). 
El crecimiento demográfico fue favorecido por el significativo aumento de la producción agrícola. Pero al crecer la población aumento la demanda de alimentos, y algunos países como Francia no pudieron satisfacer plenamente tal incremento. Consecuencias: alza de los precios de los alimentos (granos, harinas y pan), y descontento social. La inflación afectó de forma desigual según los productos, aunque fue mucho más importante sobre los alimentarios que sobre las manufacturas, dado que la mayor demanda se centraba sobre los primeros. Entre los alimentos, fue mucho mayor en los cereales, de gran peso en la dieta popular, que en las carnes, porque además estaban sujetos a las fluctuaciones estacionales y a la calidad de las cosechas, así como a las dificultades en la importación de grano (Soboul, pág. 55).
Durante el período 1785-1789, previo a la Revolución, la subida de precios siguió estas pautas (la base 100 es de 1726):
o            Harina de trigo, 66% (71% acumulado desde el inicio del siglo).
o            Carnes, 67%.
o            Leña, 91%.
o            Vino, 14%.
o            Lana, 29%.
o            Hierro, 30%.


Además, el alza de precios provocó diversas crisis económicas (aunque intervinieron más factores).  En consecuencia, aumenta la pobreza y la indigencia. Francia no puede colocar los excedentes de población ni en una industria manufacturera en expansión, como hace Gran Bretaña, ni en territorios coloniales, como hacen también Gran Bretaña, Irlanda. La dinámica económica durante el siglo XVIII es muy variable. Hay crecimiento entre 1730 y 1770, pero a partir de ahí se producen grandes variaciones, sobre todo en los precios, que comienzan una escalada sometida a vaivenes relacionados con cambios climáticos, cosechas escasas o cosechas demasiado abundantes; el comercio de metales preciosos extraídos en América también influye en los precios de los productos europeos, al hacer aumentar la moneda circulante (Godechot, pág. 10; Soboul, pág. 56). Tal vez estemos ante una de las primeras crisis económicas inducidas por al economía especulativa.

Las principales víctimas de todas estas alteraciones son, naturalmente, los obreros agrícolas y urbanos. Desde este enfoque económico, las diversas revoluciones que Godechot considera encadenadas en la Europa Occidental y en América están vinculadas, de alguna manera, a sucesivos brotes de crisis social causada por el alza de precios o por malas cosechas: 1763, 1770, 1774, 1783-1784 y sobre todo 1788-1789 (Godechot, pág. 10).

Todos estos factores, sobre todo teniendo en cuenta los marcadores demográficos (edad, esperanza de vida) y económicos (tasas de desempleo e indigencia), fueron decisivos en los momentos en que las tensiones sociales estallaron y se canalizaron violentamente. La violencia del sistema económico genera una violencia contenida, pero incontrolable si se desata. Es lo que Soboul llama motines emocionales, que van dirigidos contra quienes representan el origen de todas las penurias de los obreros no cualificados empobrecidos, desempleados y hambrientos (Soboul, pág. 80).


Conclusiones
A partir de aquí se puede hacer una interpretación útil para el presente. Hay muchos optimistas que piensan que es posible una revolución que cambie las cosas en España y otros países sacudidos por la crisis. El ejemplo islandés representa un punto de esperanza. Pero atendiendo a los datos demográficos es preciso hacer una reflexión más pesimista: la pirámide de la actual población española es justamente el reverso de la francesa en 1789: abundan los ancianos y disminuye el crecimiento en las edades juveniles. Por lo demás, el índice de indigencia es relativamente bajo, aunque nos parezca escandaloso para nuestra época. El grueso de la población está descontenta, pero no hambrienta ni desesperada. No sólo no va a haber revolución, sino que desde el poder político en manos de la contrarrevolución se están activando reformas que liquidan ante nuestros ojos todos los logros del estado de bienestar. Precisamente éste es el momento apropiado para hacer sin riesgos. Habrá movilizaciones, protestas, heridos incluso, pero no una revolución, y lo saben, porque la población española no está en la edad adecuada ni en las condiciones emocionales para emprender esa aventura.








BIBLIOGRAFÍA:

  • Jacques Godechot, Las revoluciones (1770-1799). Barcelona, Labor, 1974.
  • Albert Soboul, La Révolution française. Paris, Gallimard, 1996. Es una revisión y ampliación realizada por Soboul en 1981 sobre su clásico Précis d’Histoire de la Révolution française, de 1962 y reeditado en 1972. Así, pues, es el texto definitivo de Soboul sobre la Revolución francesa, ya que este gran historiador francés murió el 11 de septiembre de 1982.






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