RESEÑA: dos libros sobre los presocráticos (2001)
LA IDEA DEL COSMOS
Radamés Molina y Daniel Ranz
Barcelona,
Paidós, 2000
EL INICIO DE LA SABIDURIA
Hans-Georg Gadamer
Trad. de Antonio
Gómez Ramos
Barcelona,
Paidós, 2001
Dos paseos alternativos por la filosofía
griega
Julia Tamiris
La cosmología
griega ha sido escrutada desde múltiples puntos de vista: teológico,
sociológico, historicista, economicista, político, literario, etc. Sin duda que
tales rigurosos estudios no han dejado de lado una referencia a la música, cuya
esencia matemático-geométrica no escapó a los griegos y, de paso, influyó en
sus consideraciones sobre el orden de los cielos. El libro de Radamés Molina y
Daniel Ranz La idea del cosmos
(Paidós, 2000), contrariando la tradición erudita, adopta la música como centro
de su análisis. Los cuerpos sólidos regulares equivalen a números, y éstos a
tonos musicales, de manera que la música está vinculada a la materia, al mundo;
es mundana.
Los cuerpos
celestes orbitan la tierra, y sus posiciones en las esferas celestes
representan perfectamente la disposición de los tonos musicales. La tesis de
este libro es que las cosmologías griegas, en sus más variadas disposiciones,
se atuvieron a este principio. Incluso la épica homérica tenía un oculto
significado cosmológico, que pasó desapercibido al ya descreído Aristóteles.
Los misterios le sobraban al estagirita, pero su afán crítico le permitió
advertir que los pitagóricos adaptaron a su esquema matemático-musical las
ideas cosmológicas, y eso mismo hicieron todos los cosmólogos posteriores. La
idea de poner la música en el centro de gravedad de la cosmología es por eso
muy atractiva, aunque no insólita; lástima que no se ha presentado con el
aparato documental y crítico que la ocasión merecía.
El libro
contiene un cd-rom que sirve para ver en pantalla lo que se explica por escrito.
Es, como dicen los autores, un recurso muy griego, pues los helenos se
empeñaron en construir máquinas que imitaran el movimiento de los astros y las
esferas celestes; el griego necesitaba ver para creer (idea es imagen). El
disco contiene el programa relativo al cosmos de Platón, más la música
correspondiente a su representación. Es posible, a través de una página web,
acceder a los cosmos de otros autores. El programa es muy sencillo, y permite
visualizar en tres dimensiones, y desde ángulos diferentes, las órbitas de los
astros en torno a la tierra, y escuchar cómo suena el monocordio cuando cada
astro invade la zona de audición marcada. Esto, en los estudios de cosmología,
sí es totalmente inédito.
Gadamer también
ha marcado la diferencia respecto de la tradición en su último libro sobre la
filosofía griega, titulado Los inicios de
la sabiduría (Paidós, 2001) y dedicado a una controvertida figura del
pensamiento presocrático, Heráclito el Oscuro. Para comenzar, su punto de vista
es el hermenéutico, aunque ya no puede decirse que éste sea un enfoque del todo
heterodoxo.
Ya casi nadie
cree que los presocráticos fueran una escuela, sino más bien la conjunción de
varias tradiciones filosóficas aunadas artificiosamente por los historiadores
románticos alemanes. Sin embargo, persisten los intentos de enlazar a unos
pensadores con otros, tal como hicieron los doxógrafos helenísticos, simulando
la sucesión de las generaciones en una familia. Más falsa no podía ser esta
imagen, y a desenmascararla contribuye este libro de Gadamer sobre Heráclito y
sus relaciones con la filosofía griega (y por, extensión, occidental). De
Heráclito se pensó que era un fisiólogo
jonio más, seguidor de los de Mileto _ciudad muy próxima a la suya, Éfeso. Eso
creyeron los antiguos, y esto consignó Dilthey en su historia de la filosofía:
que el fuego era para Heráclito la stofa,
igual que para Tales era el agua. Pero no, el pensamiento de Heráclito es mucho
más complejo e inclasificable. Heráclito introdujo en la filosofía formas y conceptos
nunca del todo explicados.
El estudio de
Gadamer está realizado desde la metodología hermenéutica, quizás la más
adecuada para afrontar las sentencias de Heráclito como es debido, es decir, en
su supuesto contexto. Los fragmentos del efesio fueron recogidos por los
autores que se interesaron por él, paganos y cristianos, y por ello han
sobrevivido al tiempo, pero a la vez han sobrevivido a su contexto y han
recogido sedimentos de otros contextos. El arqueólogo ha de rasparlos para
dejar a la vista la superficie primigenia. Ese es el camino que desea seguir
Gadamer.
Una cuestión en la que Gadamer discute seriamente
la tradición académica, puesto que afecta a la posterior interpretación del
pensamiento de Heráclito, es puramente biográfica: cuándo vivió el efesio,
antes y después de quién. En general se acepta que Heráclito vivió y escribió
antes que Parménides, y que la obra de éste parece ser una respuesta al otro, y
que por ello sus pensamientos están enlazados (volvemos al prejuicio
generacional). Gadamer piensa que esta aparente obviedad es discutible, que
Heráclito se mantuvo aislado de las líneas filosóficas de su época (Jonia y
Sicilia), y que, para colmo, era más joven que Parménides. Esta tesis enfrenta
a Gadamer no sólo con las interpretaciones tradicionales, sino sobre todo con
los textos sobre los que se asientan esas interpretaciones. Platón muestra en
tres diálogos (Parménides, Teeteto y Sofista) que el joven Sócrates coincidió en una ocasión con el
anciano Parménides. Lo dice de una manera clara y con detalles, y no parece
razonable sospechar que Platón mintiera. Más aún, otros aspectos de la vida de
Platón, como la circunstancia de haber sido discípulo de un heracliteo antes
que de Sócrates, no encajan en la idea de un Heráclito tan joven. Convertir a
Heráclito en casi contemporáneo de Sócrates parece, pues, bastante forzado, y
no puede argumentarse mediante textos, sino mediante interpretaciones mucho más
discutibles.
Publicado en lateral en septiembre de 2001
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