KANT Y LA MENTIRA
¿Mentir? iJamás!
Así pues, la mentira, definida simplemente como
declaración intencionadamente falsa dirigida a otro hombre, no necesita el
complemento de que tenga que perjudicar a otro, como lo exigen los juristas
para su definición [...]. Pues siempre perjudica a otro, que, aunque no sea
otro hombre, sí es la humanidad en general, en cuanto que hace inutilizable la
fuente de su derecho. Pero esa mentira bondadosa puede también resultar por
accidente (casus) punible según las leyes civiles; mas lo que escapa a
la penalidad por mera casualidad puede también ser juzgado como injusto por las
leyes exteriores.
Así, por ejemplo, si mediante una mentira tú has impedido
obrar a alguien que se proponía cometer un asesinato, eres jurídicamente
responsable de todas las consecuencias que puedan seguirse de ello. Pero si te
has atenido estrictamente a la verdad, la justicia pública no puede hacerte
nada, sea cual fuere la imprevista consecuencia de ello. En cambio, es posible
que, después de haber respondido sinceramente que sí a la pregunta del asesino
de si su perseguido se encontraba en tu casa, este se haya marchado de manera
inadvertida, de modo que el asesino no dé con él y, por tanto, no tenga lugar
el crimen. Pero si has mentido y dicho que no está en tu casa y aquel se ha
marchado realmente (aun no sabiéndolo tú), de suerte que el asesino lo
sorprende en la fuga y perpetra en él su crimen, puede acusársete a ti con
derecho como originador de la muerte de aquel. Pues si tú hubieras dicho la
verdad tal y como la sabías, acaso el asesino, mientras buscaba a su enemigo en
tu casa, hubiera sido atrapado por los vecinos que acudieran corriendo y el
crimen se habría impedido. Así pues, el que miente, por bondadosa que pueda ser
su intención en ello, ha de responder y pagar incluso ante un tribunal civil
por las consecuencias de esto, por imprevistas que puedan ser. Pues la
veracidad es un deber que ha de considerarse como la base de todos los deberes
fundados en un contrato, deberes cuya ley, si se admite la menor excepción a
ella, se hace vacilante e inútil.
El ser veraz (sincero) en todas las declaraciones es,
pues, un sagrado mandamiento de la razón, incondicionalmente exigido y no
limitado por conveniencia alguna.
Kant, “Sobre un presunto derecho de mentir por
filantropía”, en Teoría y Práctica. Tecnos, Madrid, 1986, traducción de
Juan Miguel Palacios.
FUENTE: Michel Onfray, Antimanual de filosofía. Madrid, EDAF, 2005, págs. 288-289.
La tesis de Kant es que decir la verdad es un deber moral fundamental al margen de las consecuencias de nuestras acciones. Se trata de un deber incondicionado, derivado del imperativo categórico: "obra de tal manera que lo que hagas puedas pensarlo como deseable bajo la de forma ley universal."
Si atendemos a las consecuencias de nuestras acciones, la valoración moral de las mismas va a depender de factores que no siempre podemos controlar i que pueden estar lejos de nuestras intenciones iniciales, como bien muestra el ejemplo del asesino, en el texto. En cualquier caso, para Kant, si decimos la verdad, quedamos exentos de responsabilidad moral ante lo que pueda ocurrir, pero si mentimos, seremos responsables de todo ello, ante nosotros, la sociedad y la humanidad entera. Lo que cuenta es seguir los principios éticos con independencia de la cadena de intenciones y consecuencias vinculadas a nuestras acciones.
Esta concepción de la ética se corresponde con lo que se llama ética de los principios, frente a la ética de las consecuencias.
Si non o entendín mal, que quizáis si, o imperativo categórico kantiano vale para todas as ideoloxías e creencias, porque todas pensan que os seus valores son validos para todo o mundo. O mesmo pasa coas diversas maneiras de vivir e costumes que se consideren validas para todas as persoas.
ResponderEliminarNo, el imperativo categórico es puramente racional, no se adapta a las ideologías o creencias sólo por el hecho de que todas crean que son válidas. La racionalidad es única. Lo que no quita que el hecho de querer pensar la ética desde una postura estrictamente racional sea una ideología, como demuestran Adorno y Horkheimer.
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