ENTREVISTA A CÉSAR RENDUELES (2014)
César Rendueles (Girona, 1975) creció en Gijón pero desde hace veinte años vive en Madrid. Doctor en Filosofía, profesor de Teoría Sociológica en la Universidad Complutense y antiguo trabajador del Círculo de Bellas Artes de Madrid, acaba de publicar Sociofobia, un ensayo en el que analiza el papel de Internet y las redes sociales en el contexto político actual, y en el que desmonta muchos tópicos idealizados sobre ellas. Miembro fundador de Ladinamo, un colectivo cultural que tenía su sede en Lavapiés y que editaba la revista del mismo nombre, abraza con alegría el resurgimiento del asociacionismo popular y reflexiona sobre los pasos que hay que dar, ahora que todo se ha desmoronado ante nuestros ojos.
Dice usted que Internet es muy bueno cuando ya se ha logrado sacar a la gente de casa, pero no para sacarles. Entonces, ¿cómo se les saca?
Esa es la pregunta clásica de la acción política. Constantemente buscamos una clase de automatismo que nos permita evitar esas preguntas. ¿Cómo hacemos que la gente que no tiene trabajo lo tenga? Construimos un edificio o, como en Gijón, un súper puerto, y ya irán llegando los barcos. Esto es un poco lo mismo, comprémonos un montón de aparatitos y ya llegará la democracia. Nos negamos a enfrentarnos a dilemas que son de otra categoría.
Vivimos con un miedo atroz a que nos cambien este sistema democrático actual que tenemos y que no se sostiene. Sin embargo, si nos lo ofreciesen como nuevo no lo querríamos.
Hay una apuesta clásica del sistema político tradicional de izquierdas que se ha olvidado completamente, el hecho de creer que las clases trabajadoras no deben ser el objeto de caridad de los que mejor están, sino que son de verdad los agentes del cambio político. Los que estamos un poquito mejor que ellos estamos atrapados en contradicciones, en cambio quien peor está y no tiene nada que perder puede iniciar cambios que nos vienen bien a todos los demás. Tenemos que dejar de confiar en esa leyenda urbana que son las clases medias y recuperar el hecho de que los perdedores de ese gran timo que llamamos capitalismo son los que pueden ayudarnos a cambiar las cosas.
¿Y cómo se hace?
Estamos asistiendo a un momento en el que debemos recuperar las políticas de apoyo, que es de lo que verdad se tratan las políticas de izquierdas. Hay que volver a finales del siglo XVIII y a las organizaciones de socorro mutuo, redes generales en donde había una continuidad entre el espacio más íntimo y la solidaridad política. Algo de eso está volviendo a aparecer y supone recuperar algunas cosas muy importantes de la tradición de izquierdas, y también criticar muchas otras. No creo que haya muchas más opciones. Ahora bien, es cierto que es un camino lleno de posibilidades de fracaso, como siempre.
Dice usted que las clases trabajadoras pasan más tiempo en Internet que las élites.
Hay toda una retórica ciberpolítica que dice que los medios digitales no nos han convertido en mejores, más libres y fraternos por la brecha digital, porque los pobres todavía no tienen las herramientas adecuadas. Al menos en los países más ricos, no es así. Los pobres pasan mucho más tiempo delante de ordenadores, tabletas y televisores. Las relaciones personales cara a cara empiezan a ser un bien escaso acaparado por las élites. Antes lo que tenían los pobres era capital social, pero cada vez se da menos porque tenemos que viajar, porque nos mudamos lejos de nuestra familia y amigos, porque muchas veces trabajamos desconectados del resto de nuestros compañeros de trabajo.
La lucha de clases no ha cesado, defiende usted en el libro, y sin embargo ya no tenemos sensación de vivir en esa lucha.
No la tenemos los trabajadores, las élites tienen clarísimo que hay lucha de clases. El neoliberalismo fue un proyecto con unos objetivos claros que se persiguió sistemáticamente durante muchos años, y que en los setenta irrumpió con una fuerza brutal. Se ve en las políticas fiscales. Los ricos han dejado de pagar impuestos, las rentas del trabajo han asumido todo el peso fiscal de este país y claro, si el peso fiscal cae sobre las clases trabajadoras y hay un 30% de paro, ¿qué pasa? Lo de ahora. Eso es la lucha de clases. Las élites jamás han pensado que la lucha de clases haya desaparecido, es algo que nos hemos creído los demás. Y así nos va.
Dice que el fetichismo de las redes de comunicación ha reducido nuestras expectativas políticas.
Lo que esperamos de la acción política se ha venido reduciendo en las últimas décadas. El origen es ese proceso de la lucha de clases. Se nos dijo que de alguna manera el mercado iba a tomar decisiones por nosotros. Ya nadie cree que el mercado vaya a hacer eso con la que está cayendo. Pero en cambio sí pensamos que en las redes se está abriendo un espacio público de debate. Y es una rebaja de las expectativas políticas, que deberían estar más ligadas a los procesos de deliberación, de transformación de los unos a los otros a través de la discusión política. En Internet se respira muchas veces una efervescencia política que acaba deshinchándose.
Al final va a ser cierta esa frase de que “tenemos los políticos que nos merecemos”.
Desde el momento en el que empezamos a hablar de políticos como alguien que se debe ocupar de ese espacio, mal encaminados vamos. Debemos aceptar que, como mucho, puede haber delegados que asuman alguna parte de las tareas que les encomendamos. Hay formas de delegación política importante, no solo inevitables sino valiosas, pero se tienen que dar ciertas condiciones para que funcionen, tiene que haber una manera de examinar ese trabajo de forma sistemática y de despedir a la gente que no lo haga bien. Eso es lo que ahora mismo no existe. Así que, si pensamos que “tenemos políticos”, sí, tenemos los que nos merecemos.
Después de tanta crítica, hay un toque esperanzador en su libro, gracias a su propuesta de la “ética del cuidado”.
Propongo la ética del cuidado como la recuperación de algo que ha sido muy valioso, pero que no ha sido detectado como tal, y que creo que habla de las condiciones sociales de la emancipación de la política. Nos hemos centrado mucho en las condiciones materiales de la emancipación -si no tenemos todos un nivel de riqueza determinado, esto es un timo- o en las condiciones políticas. Pero nos hemos olvidado del vínculo social que necesitamos para que la igualdad y la libertad sean reales.
Esa ética del cuidado suena mucho a El espíritu del 45 del último documental de Ken Loach.
La imagen que tenemos del proyecto socialdemocrático es la de un consenso en donde las clases trabajadoras acordaron no molestar mucho y renunciar a aspiraciones igualitarias profundas a cambio de ciertos bienes de consumo y herramientas de integración social. Pero Ken Loach detecta cómo en 1945, en Gran Bretaña, se ve de otra manera. Hay un sentimiento de que se puede parar el capitalismo desbocado, y eso está ligado a iniciativas políticas con un componente de fraternidad importante. El propio título, el espíritu, alude a qué tipo de personas deberíamos ser para vivir en una sociedad más libre.
En El espíritu del 45 también hay un momento en el que dicen que son los mayores, los que lograron hacer cambios en esa época, los que tienen que salir ahora a la calle y motivar a los jóvenes. Es un espíritu diferente al del Movimiento 15-M, donde sucedió lo contrario.
Esa no es la experiencia que yo tuve. La mejor imagen del 15-M ha sido el movimiento en contra de los desahucios, en donde hay inmigrantes, gente con distintas tonalidades de piel, y de distintas edades. En las fotografías del 15-M en los medios siempre aparecían jóvenes con dos masteres, bien vestidos, con grandes habilidades informáticas, a punto de emigrar y seguramente con un par de idiomas. Es un mal reflejo de la realidad. No veo por qué los trabajadores no cualificados no pueden ser agentes del cambio político tanto o más poderosos y dignos que los universitarios que saben idiomas.
Decía Orwell que la izquierda estaba irremediablemente asociada a la tecnologización de la sociedad y que ya era muy tarde para dar la vuelta y rechazarla.
Yo me siento cómodo con la idea, que es de Marx, de que la tecnología permite potenciar determinados cambios. Lo que pasa es que el origen del cambio siempre está en esos procesos sociales y políticos. Lo plantearía un poco al revés. ¿Quién puede sacar partido de los móviles, los ordenadores, los aparatos en general? La izquierda. ¿Qué pasaría si tuviésemos políticas educativas ambiciosas? Pues que con los ordenadores se podrían hacer cosas increíbles. Es la izquierda la que puede hacer que todos esos medios sean una fuente de potencialidades positivas.
¿Y qué hacemos con el copyright y la piratería en España? ¿Es cuestión de mercado, de cultura libre, o de encontrar el término medio?
Es un poco lo mismo, un debate muy formalista. Soy muy partidario de la cultura libre, del copyleft, pero creo que planteado desde términos legales es absurdo. Para que los movimientos de cultura libre den de sí todo lo que pueden dar tenemos que implementar cambios políticos importantísimos. De lo que se olvidan totalmente los defensores del copyleft más liberales es que hay muchísimas prácticas culturales que, sin mediadores, son imposibles. Mediadores que tendrán que tener alguna remuneración. Y si el mercado no puede ofrecer esa remuneración, tendremos que afrontarlo como un problema público. Nos tenemos que plantear la pregunta inversa: ¿qué queremos que sea gratis y qué creemos que debe ser remunerado? Tengamos ese debate.
Leyendo las páginas que le dedica al crowfunding y a cómo nos realizamos firmando diferentes cartas en Change.org, recordaba a los jóvenes que nos paran en la calle para intentar asociarnos a alguna ONG.
Es lo mismo. Hay un estudio de Robert Putman en Estados Unidos, El declive de la comunidad, en el que se ve cómo desde los años sesenta la gente se implica menos en todo tipo de actividades colectivas. Y en los años ochenta hay un repunte en cierto tipo de asociaciones, las que comienzan a usar, de manera masiva, el correo postal. Por una cantidad al mes pagada por transferencia bancaria los socios recibían un boletín sobre el trabajo de la organización. Ese es un tipo de compromiso como el de los que te paran por la calle, bastante débil. Es el mismo discurso que se nos repite a día de hoy con Internet, que todos los clics en Change.org son discontinuos pero conforman una amalgama fragmentaria que unida a la de todos los demás es una especie de cambio social distribuido. Es una auténtica chorrada. Cuando te van a echar de casa no quieres ocho mil clics sino a cincuenta a la puerta para parar a los policías. Eso es compromiso, y la actividad política tiene que ver con ello, no con lo que te apetece. Nos dicen que intervenir políticamente es como decidir si ir a H&M o a Zara, y no lo es.
Ladinamo era un proyecto basado en la pasión que al final falló, pero ahora con la crisis brotan asociaciones de la mano de la gente inquieta. ¿Se podría recuperar, mejorado, el espíritu de Ladinamo?
Ladinamo fue un proyecto bonito y ambicioso que quería abrirse paso más allá de las trayectorias culturales básicas de izquierdas, pero desde el punto de vista de la gestión fue un desastre. Los proyectos que están apareciendo ahora traen la lección aprendida y veo un cierto auge del cooperativismo en sentido amplio. La gente es menos sectaria, tiene menos prisa, aprende a escuchar. El problema es que es el peor momento posible. Uno de los giros deseables de las instituciones públicas sería reafirmar esas iniciativas saludables pero también pragmáticas.
¿Qué debe hacerse para interesar a la gente en las ciencias sociales y las humanidades, abandonadas en los programas educativos?
El pensamiento riguroso es esencial no solo para ser una persona culta e inteligente, sino para ser un ciudadano con capacidad política. Son herramientas básicas porque vivimos en sociedades muy opacas. En Arabia Saudí hay una ley que dice que no puedes conducir por ser mujer; la desigualdad de género está clara. En nuestra sociedad tenemos leyes que dicen lo contrario, que es ilegal la discriminación, y sin embargo las mujeres cobran sistemáticamente menos que los hombres. Necesitamos herramientas para entender por qué pasa eso. Esa aspiración de las ciencias sociales es crucial, también en términos políticos. Para ser ciudadanos con capacidad de intervención necesitamos saber lo que está pasando.
¿Y las ciencias sociales han servido para eso?
No, las ciencias sociales han intentado permanentemente convertirse en un coto privado de expertos que necesitan un lenguaje muy alambicado para desarrollarse, sin nada que ver con nuestras actividades cotidianas. Es una falsedad que ha sido muy nociva en términos políticos. Lo que hacemos los científicos sociales es una prolongación de lo que podemos estar haciendo cuando charlamos en el bar. El valor de todo ese trabajo debería ser obvio: ¿cómo no va a ser relevante aprender a hacer mejor aquello que consideramos importante en nuestra vida cotidiana?
PUBLICADO ORIGINALMENTE EN ATLÁNTICA XXII Nº 30, ENERO DE 2014. REBLOGUEADO DESDE SOCIOLOGÍA CRÍTICA.
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