LORD ACTON Y LA LIBERTAD
LORD ACTON (1834-1902)
Católico inglés, de familia aristocrática, intentará conciliar el catolicismo con el liberalismo, por ejemplo, en su concepción política del poder Papal, apostando por un modelo de división de poderes. Acton es el autor del famoso aforismo: “el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Esta máxima da una idea de la orientación de este pensado: el poder es un peligro para la libertad.
Educado en una escuela de élite católica, cursó estudios superiores en Munich. En 1858 entra en política y escribe en publicaciones de corte católico-liberal, como The Rambler, de la cual es editor y copropietario. Entre 1859 y 1866 es miembro de la Cámara de los Comunes, por el partido whig, aunque en algunos aspectos está más cerca de los tories, y es admirador de la obra de Burke. En 1869 adquiere el título de Lord, a propuesta del liberal W. Gladstone.
En 1870 se celebró el Concilio
Vaticano I, donde se proclamó la doctrina de la infalibilidad papal, con el fin
de reforzar la autoridad de Pio IX y convertir el gobierno de la Iglesia
católica en una especie de monarquía absoluta. Entre los críticos de esta
doctrina estaban los teólogos más liberales, como Dupanloup, en Francia,
Döllinger, en Alemania, y Acton, que escribió una crónica muy crítica con el
desarrollo de las sesiones conciliares. A partir de este episodio, Acton inicia
un periodo de investigación exhaustiva, con el objetivo de escribir una
historia de la libertad, obra que nunca llegó a publicarse.
Fue un gran estudioso de las fuentes
bíblicas, como profesor de historia en Cambridge, y partidario del estudio
crítico de las fuentes, según el modelo historiográfico alemán; también se le
considera pionero del pensamiento católico del siglo XX. Entre 1872 y 1890 es
nombrado Doctor Honoris Causa por Munich, Cambridge y Oxford, sucesivamente. Y
en 1895 es nombrado profesor de Historia Moderna en Cambridge, la universidad
que no le habría admitido como estudiante por ser católico. Allí impartió clases
y dirigió la revista Cambridge Modern History. Su biblioteca constaba de
unos setenta mil volúmenes, que a su muerte pasaron a la Universidad de
Cambridge.
En 1901 sufrió una apoplejía que le
obligó a retirarse de toda actividad intelectual. Murió en junio de 1902.
Su gran proyecto fue una historia de
la libertad, como se ha dicho, que quedó sólo parcialmente realizado mediante
aproximaciones y ensayos, como sus dos conferencias sobre la Historia de la
libertad en la Antigüedad y la Historia de la libertad en el
Cristianismo (1877), dos textos generalistas y dispersos. Este proyecto
responde a su interés por difundir la interpretación whig de la Historia
y la historiografía, según la cual la idea de libertad es el hilo conductor de
la historia humana. Para Acton, la libertad es anterior a todo poder
establecido (Locke) y tiene un fundamento moral anclado en la historia (Burke).
La libertad no es una cuestión de leyes sino de ideas, de creencias, de
mentalidad; de ahí la necesidad de protegerla de los embates del Estado (Stuart
Mill), de donde viene la preocupación de Acton por la libertad personal, de
conciencia, y por la protección de las minorías. Católico y liberal en una Inglaterra
que privilegia a la confesión oficial, anglicana, mientras que margina a los
católicos. No obstante, se han dado algunos pasos: en 1832 se permite el voto a
los no anglicanos y se reconoce el matrimonio no anglicano. Esta situación
obliga a Acton a criticar a los católicos y los protestantes por pretender
aliar su religión con el poder político, cuando la religión debe estar en el
ámbito personal, lejos de lo político, y protegida por la libertad de
conciencia. Se posiciona, así, en la línea de ideas de Locke sobre la
tolerancia religiosa.
En cuanto al texto antes citado, la Historia
de la libertad en la Antigüedad, se trata de la primera de dos conferencias
dictadas en 1877 ante la Bridgnorth Institution, en el Agricultural Hall; en
este caso, el 26 de febrero de 1877. Seguidamente procedemos a señalar las
ideas más importantes expresadas en esta obra, que se inicia con un tono
inflamado y casi panfletario, con la intención de hallar si Acton defiende una
interpretación de la libertad de los antiguos griegos dentro de los márgenes
del individualismo liberal. Se puede asumir que el poder político no estaba tan
centralizado en las democracias griegas como lo está en el Estado moderno, pero
tal cosa no supone una concepción individualista de la libertad (libertad
personal). Según Acton, la libertad sólo llegó con el cristianismo, a través
del iusnaturalismo estoico, en el sentido de obedecer a Dios antes que al
César obedeciendo una ley no escrita, mediante el libre albedrío. Esto es
para Acton un atisbo de la libertad individual, de conciencia, la libertad
interior de pensar qué debo hacer, que es superior a la libertad exterior, la
de llevar a cabo aquello que debo y quiero hacer.
Comienza con la idea de que la
libertad es como una semilla que fue plantada en Atenas hace más de dos mil
años, cuyo desarrollo se ha visto entorpecido por numerosos obstáculos de muy variada
índole, sobre todo por el ansia de dominio de los poderosos, y por la necesidad
de subsistir de los pobres, que ceden su libertad a cambio de subsistencia. A
pesar de ello, la libertad ha ido avanzando, cosa que se puede apreciar en el
desarrollo de las leyes y las instituciones, aunque con numerosos altibajos,
como los constantes intentos de recuperar el absolutismo, o los sistemas de
elección indirecta y censitaria que promueven los conservadores para proteger
al autoritarismo, o la subasta de nombramientos judiciales, la corrupción de la
burocracia, etc.
Más allá de esto, el autor prefiere
entrar a analizar el pensamiento de quienes se han planteado el asunto de la
libertad en abstracto, y propone comenzar con una definición de libertad acorde
con el liberalismo: la libertad es poder hacer lo que se cree que debe hacerse,
en condiciones de seguridad respecto a la autoridad, las costumbres, la opinión
o la voluntad de las mayorías. Esto equivale a una visión individualista de la
libertad, que ha de protegerse de las pretensiones limitadoras del Estado, que
no debe asumir facultades que no le pertenecen e irrumpir en el dominio de la
libertad personal. Es una concepción no muy distante de la de Stuart Mill y la
mayoría de los liberales decimonónicos. La cuestión es si esta concepción puede
trasladarse a la Atenas clásica, a riesgo de caer en anacronismos.
La idea de Acton es que la libertad
es más antigua que los despotismos, que se puede apreciar en las formas de vida
primitivas y sencillas, aunque no pudieron resistir el desarrollo de sociedades
más complejas y acabaron siendo superadas por los estados y sus formas
autoritarias o despóticas. No obstante, Acton ve en el mundo hebreo la primera
manifestación de ese afán de libertad frente al poder despótico de un monarca,
es decir, como limitación del poder del estado para proteger formas inferiores
y más sencillas de autogobierno, como era el caso de las comunidades tribales
hebreas, que defendían su derecho de autogobierno alegando que la ley divina
estaba por encima del derecho positivo, no obstante, esta idea entraría en
conflicto con una concepción individualista de la libertad.
La siguiente parada queda en Atenas.
La libertad de los atenienses radicaría, según Acton, en que gozaban de
mecanismos políticos para defenderse del abuso de poder de la autoridad
legítima, que es un primer paso en la carrera de la libertad. Fue Solón quien
dio ese primer paso, al otorgar a las clases populares el derecho de elegir a
los magistrados (aunque no el de acceder a tales cargos), y poder exigir
responsabilidades por sus actos, cosa que condujo a la necesidad de gobernar
(los magistrados) mediante el consenso (consentimiento del pueblo). Las
siguientes reformas del sistema ateniense acabaron permitiendo el acceso al
pueblo llano a tales cargos, alcanzando su máxima expresión con Pericles, que
puso como condición tener la ascendencia o ciudadanía ateniense, pero sin
excluir a nadie por sus condiciones sociales o económicas, gracias a la
implementación del pago por la asistencia a la Asamblea o la participación en
funciones públicas (óbolo). Tal es la descripción de Acton no se separa apenas
de lo que cualquier historiador de la democracia ateniense puede suscribir. No
obstante, no hay señales aquí de una idea individualista de la libertad.
Sin embargo, si hay señales de
desconfianza en la popularización de la libertad política, esto es, la
participación popular en el sistema ateniense. Es cierto que Pericles amplió la
base popular en los mecanismos de acceso al poder, y estableció el óbolo para
permitir el acceso a la participación a las clases económicamente
desfavorecidas, pero también es cierto que la ampliación de esta base social
fue acompañada de una restricción importante: la ciudadanía ateniense se ceñía
a aquellos que tuvieran ascendencia ateniense, excluyendo a aquellos nacidos en
Atenas de origen meteco.
Con todo, sigue Acton, la democracia
ateniense derivó en la tiranía de las mayorías populares, cosa que destruyó la
ciudad y desembocó en duras reacciones de la nobleza como respuesta al mal
trato recibido durante la democracia (la dureza de los Cuatrocientos y de los
Treinta Tiranos), cosa que también explica que conspirase con los espartanos.
En este episodio, Acton no tiene en cuenta otras versiones, más críticas con la
aristocracia ateniense, siempre opuesta a la democracia. Aquí se refleja su
desconfianza hacia el gobierno de todo el pueblo, que es tan nefasto como la
monarquía absoluta.
Sigue Acton su reflexión sobre la
historia de la libertad y llega a Roma. Dice que los romanos podrían haber
aprovechado las bases de la democracia ateniense, pero que acabaron llevando a
la asamblea las luchas entre facciones rivales; su historia constitucional no
se separa de las tradiciones aristocráticas y es la aristocracia quien retiene
el poder efectivo, a pesar de los esfuerzos de los plebeyos por conseguir
mayores cuotas de participación, cosa que desembocó en las Guerras Sociales o
civiles hasta la transformación de la República en Imperio. No obstante, Acton
alaba los logros sociales y culturales de la Roma imperial. Menciona, por
ejemplo, la llegada de los intelectuales griegos a Roma, como es el caso de
Carneades, en 155 a. C., que sedujo a los iletrados conquistadores (de
Grecia) y les dejó un modelo de filosofía para la élite romana, recogido y
cultivado por Cicerón. El estoicismo romano fue la base del derecho natural que
luego heredaron los pensadores modernos. La ley natural (divina) quedaba por
encima de la ley positiva, de modo que los gobernantes debían ceñirse a la
primera, e introdujo la libertad como condición natural y universal
(cosmopolitismo). Esto se mezclará con el cristianismo: la verdadera libertad
consiste en obedecer a Dios, la ley natural; San Agustín lo reconoce, pero poca
cosa puede añadir a lo ya dicho por Séneca. Esto explica que los cristianos de
abstuvieran inicialmente de entrar en funciones políticas, rechazando así el
absolutismo, según Acton.
En conclusión: para Acton, ni Grecia
ni Roma supieron gestionar bien la libertad individual, ya que sólo comprendían
bien la regulación del poder. En general, los pensadores griegos no
contribuyeron al desarrollo de la libertad humana, sugiere, especialmente
Platón y el conservador Aristóteles, aunque señala que la idea de estado
natural ya aparece en Critias, o la propuesta de relativismo político de
Epicuro, e incluso la idea de un régimen mixto, que Platón expone aunque no
está de acuerdo con ella. Grecia propuso las ideas, pero no hubo las
circunstancias propicias para aplicarlas, pues ni siquiera las democracias
griegas supieron implementar la división de poderes y la protección de las
minorías. Finalmente, Acton se declara bajo la influencia de Las leyes
de Platón y La política de Aristóteles. No han sido superadas, dice, ni
por Burke ni por Hamilton, ni por Tocqueville. Pero observa en el pensamiento
político griego cierto desinterés por la libertad política, prefiriendo una
administración firme basada en la prudencia, sin advertir que el buen gobierno
y la libertad no se excluyen mutuamente, que pueden ir juntos a pesar de que la
libertad del pueblo pueda mermar la riqueza de la ciudad, quizás más próspera
bajo una tiranía bien administrada. Según Acton, el pensamiento griego tampoco
se ocupó de la limitación del poder político, de su arbitrariedad, ni teorizó
sobre el gobierno representativo, ni sobre la emancipación de los esclavos (no
es cierto, los estoicos lo hicieron), ni sobre la libertad de conciencia.
En cuanto a la libertad en el
cristianismo (consideradas en la segunda conferencia), se da la paradoja,
explica Acton, de que la libertad ligada al cristianismo se vio en manos del
poder político, que se apropió de la creencia para obtener el control social.
Pero la Iglesia, aunque unida al poder, en ocasiones representó un contrapoder,
defendiendo el derecho del pueblo a sublevarse contra un tirano. El texto sigue
recorriendo las diferentes etapas históricas, y Acton aprovecha este recorrido
para criticar la instrumentación política de la religión, por ejemplo, mediante
la generación interesada de tensiones entre católicos y protestantes. En todo
caso, Acton defiende que la religión ha estado a favor de la libertad (libertad
de conciencia religiosa) y de las libertades civiles. Finalmente, hace una
defensa de la Revolución americana y de los gobiernos representativos.
La libertad de conciencia es, pues,
la primera manifestación de la libertad humana, según Acton: poder elegir en
sentido interno, poder decidir uno mismo qué está bien y qué está mal. Sin
libertad de conciencia no hay libertades civiles, ni es posible un sistema
político compatible con la libertad humana. No obstante, Acton está pensando
más bien en la defensa de la libertad religiosa, es decir, que la libertad de
conciencia es la base del derecho a seguir cualquier creencia religiosa si que
el Estado tenga derecho a entrometerse ni a legislar en sentido confesional.
Afín al pensamiento de Stuart Mill, pero quizás sin ir más allá de la libertad
de conciencia religiosa. Acton está defendiendo el derecho de un inglés a ser
católico y vivir en igualdad de condiciones que los protestantes; pero no dice
nada del derecho a ser ateo.
La libertad civil, por otro lado,
debe contar con un mecanismo para evitar la fagocitación de las minorías por el
magma social de las mayorías. Acton intenta enfrentarse a los riesgos de la
uniformidad social mediante la separación entre sociedad civil y Estado, y por
ello se opone a que una confesión concreta obtenga privilegios sobre otras
confesiones minoritarias. Todo el mundo puede hacer proselitismo, pero no puede
imponer sus ideas en el terreno de la conciencia. Se pude objetar aquí que
Acton considera la libertad de conciencia exclusivamente en relación con el
sentimiento religioso, olvidando que hay una minoría tan respetable como las
otras, la de los ateos. En este sentido, Stuart Mill resulta mucho más avanzado.
En cuanto a la libertad política,
Acton la entiende como un fundamento constitucional, esto es, el conjunto de
normas fundamentales que ha de servir para proteger la libertad civil, la auténtica
y natural forma de libertad.
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REFERENCIAS
Para el análisis de las ideas políticas de Lord Acton se ha utilizado como fuente su texto sobre la libertad entre los antiguos, así como el artículo de J. L. Pérez Francesch, “Lord Acton y la historia de la libertad”, en Revista de Estudios Políticos 121 (nueva época), julio-sept. de 2003, pp. 223-231.
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