BERTIE Y LUDWIG, UNA RELACIÓN FORMAL
LA INFLUENCIA DEL PRIMER WITTGENSTEIN SOBRE BERTRAND RUSSELL
Después
de la guerra, en 1918, Russell recibe un ejemplar del Tractatus
de Wittgenstein, cuando éste es aún prisionero de los italianos, en
Montecassino. Russell acepta los postulados básicos del Tractatus,
aunque posteriormente, cuando escribe sus memorias, cuestionará su subyacente
teoría de la representación por correspondencia entre la forma lingüística y la
forma empírica descrita por la primera, es decir, el criterio de que “una
proposición verdadera debe reproducir la estructura de los hechos a que se
refiere” (referencia a Tractatus 4.014). Esto enlaza con el
interés de Russell, desde 1917, por encarar el problema de la relación entre el
lenguaje y los hechos, desde dos perspectivas, la semántica y la sintaxis. Para
Russell, “lo esencial del lenguaje es que tiene un significado; esto es, que
está relacionado con algo distinto de sí mismo y, en general, no lingüístico”
(Russell, págs. 12 y 13). Resulta que
esta relación entre lenguaje y mundo, que Wittgenstein contempla como una
correspondencia, es fundamental en el Tractatus, hasta el punto de que
desemboca en una especie de misticismo lógico. Pero Russell
considera que esto conlleva ciertos problemas: con el lenguaje no se puede
describir que hay entre el lenguaje y el mundo, de modo que esta relación (de
correspondencia o de semejanza) solo puede mostrarse, como el mismo
Wittgenstein asume. “Las proposiciones pueden representar toda la realidad,
pero no pueden representar todo lo que deben tener en común con la realidad a
fin de poder representarla: la forma lógica” (Russell, pág. 117). De modo que, “para ser
capaces de representar la forma lógica, habríamos de ser capaces de situarnos
con las proposiciones fuera de la lógica, esto es, fuera del mundo” (Russell, pág. 117,
con referencia a Tractatus 4.12).
Russell
no está de acuerdo con esta teoría de la representación y del significado del
primer Wittgenstein, como ha remarcado en el prólogo al Tractatus
(publicado en inglés en 1922). Russell propone que, aunque en un lenguaje hay
cosas que ese lenguaje no puede representar o expresar, siempre es posible
recurrir a un metalenguaje, y así sucesivamente, ad infinitum. Se refiere, pues, a su teoría de los tipos o las descripciones,
desarrollada entre 1902 y 1905 (con referencias a Tarski y la paradoja del mentiroso,
las diferentes paradojas russellianas, y el problema del rey de Francia).
Otro asunto importante en cuanto a la relación de Wittgenstein con Russell es el de la identidad (o semejanza). Russell, en sus Principia mathematica, distingue dos tipos de predicación (dos formas de identidad):
- Funciones predicativas normales: Napoleón era corso.
- Funciones predicativas sobre la totalidad de las cualidades de algo: Napoleón tenía todas las cualidades de un general.
Pero
Wittgenstein ha considerado en el Tractatus que esta explicación no es
válida (Russell refiere los apartados 5.5302 y 5.5303, donde Wittgenstein
también lo menciona, para rebatir su posición). Para Wittgenstein, las
proposiciones de identidad, como x es idéntico a y, no tienen sentido,
del mismo modo que decir que x es idéntico a sí mismo no es decir nada.
Sobre
el axioma de reductibilidad, que había generado dudas en cuanto a su veracidad,
en la segunda edición del Principia (1925), Russell prescinde al máximo
de él, sobre todo en el asunto de la inducción matemática, que tiene relación
con las ideas que se refieren a la totalidad de las propiedades de una cosa
(también antes aludida). “Un inglés típico” es una propiedad asignada a alguien
porque posee todas las propiedades que posee la mayoría de los ingleses.
Pero, en realidad, esto es falso, de modo que cualquier inglés es realidad es
un inglés atípico, pues en sentido estricto no posee todas las
propiedades que posee la mayoría de los ingleses (pág. 124). Para Russell, se
trata de no usar el término literalmente, según el principio de reductibilidad,
es decir, “una propiedad que no es predicativa (que pretende referirse a la
totalidad de las propiedades), es siempre alguna propiedad predicativa” (Russell, pág.
125).
Aplicado
a los axiomas lógicos y matemáticos (Russell, págs. 125-126):
la razón para aceptar un axioma, como
para aceptar cualquier otra proposición, es siempre ampliamente inductiva; es
decir, que muchas proposiciones casi indudables puedan deducirse de él, y que
no se conozca ningún modo igualmente aceptable en que dichas proposiciones
pudieran ser ciertas si el axioma fuese falso, y que nada que sea probablemente
falso pueda deducirse de él. Si el axioma es aparentemente evidente por sí,
esto significa sólo, prácticamente, que es casi indudable; porque cosas que se
han estimado evidentes por sí mismas ha resultado ser falsas. Y si el mismo
axioma es casi indudable, ello se debe simplemente a la evidencia inductiva
derivada del hecho de que sus consecuencias son casi indudables; no aporta una
nueva evidencia de género radicalmente distinto. La infalibilidad nunca se
puede alcanzar y, por tanto, algún elemento de duda ha de ir siempre unido a
todo axioma y a todas sus consecuencias. En lógica formal, el elemento de duda
es menor que en la mayor parte de las ciencias, pero no está ausente, como se
deduce del hecho de que se hayan seguido paradojas de premisas de las que no se
supiera previamente que requirieran limitaciones. En el caso del axioma de
reductibilidad, la evidencia inductiva en su favor es muy fuerte, ya que los razonamientos
que permite y los resultados a que conduce aparecen todos como válidos. Pero,
si bien parece muy improbable que el axioma resulte falso, no es de ningún modo
improbable que pudiese resultar deducible de algún otro axioma más fundamental
y más evidente.
Todo
esto hace referencia a la teoría de la verdad como redundancia. De alguna
manera, si x es idéntico a y, esto es, x = y, acabamos afirmando
que “y es x”, que son la misma cosa, y si dos cosas son idénticas, se puede
incluso decir que no se pueden distinguir entre ellas. Para poder distinguir
dos cosas semejantes, algo debe de haber diferente entre ellas, algo
particular, por ejemplo, la posición que ocupan en el espacio. Esto lo afirma
Russell al considerar el tema de la navaja de Ockham. Y lo confirma aquí,
al referirse a Wittgenstein: cree que la propuesta de Wittgenstein implicaría
que dos objetos idénticos no podrían separarse, dado que entre uno y otro hay
una identidad absoluta, por lo que no podrían contarse, cosa que hace
inviable la lógica matemática. Además, si hay una identidad absoluta entre x
e y, según Wittgenstein, entonces la relación de diferencia también es
indefinible, cosa que invalidaría gran parte de su sistema.
Por
ejemplo, si dos cosas tienen todas sus propiedades en común, según Wittgenstein
no podrían contarse como dos cosas, ya que eso implicaría poder distinguirlas
como dos cosas separadas, esto es, no idénticas. Pero según la proposición x
es idéntico a y, en tales términos de identidad absoluta, tal distinción
sería lógicamente imposible. Para poder distinguir dos cosas idénticas han de
tener alguna propiedad diferenciadora, luego ya no son idénticas, algo debe
tener x que no tenga y (pág. 119). Por ejemplo, el espacio que
ocupan, su ubicación (pues dos cosas no pueden tener la misma ubicación al
mismo tiempo). Sobre el asunto de los objetos indiscernibles, véase ente
enlace relativo al principio de individuación
El tema
de discusión entre ambos pensadores es sobre el sentido de “una expresión
acerca de todas las cosas del mundo” (Russell, pág. 120), que Wittgenstein no admite que
sea posible, es decir, sobre la totalidad, frente a la posición de Russell en
sus Principia, donde define la totalidad de las cosas como “la clase de
todos aquellos X tales que X=X”. Wittgenstein podía admitir, sigue
Russell, que hubiese cosas, e incluso poder contarlas (tres sillas en
una clase), como aseveración finita, en un entorno finito, pero no en relación
con la totalidad del mundo, en tanto que no admitía las relaciones de identidad.
En
relación con esta cuestión, otro elemento de diferencia entre los dos
pensadores se refiere al llamado axioma de infinitud, formulado por
Russell, según el cual, el problema de cuántas cosas hay en el mundo se reduce
a algo empírico (que no se puede comprobar), mientras que en el ámbito lógico o
matemático, lo infinito es una hipótesis necesaria, que se ha de presuponer,
porque si no se puede suponer el infinito, parte de las matemáticas no se podrí
sostener. Aquí también hay un choque con Wittgenstein, dado que este sostenía
que proposiciones como “en el mundo hay, al menos, un número de cosas”, en el
sentido de mundo como totalidad, carecen de significado.
En
cuanto al principio de extensionalidad de Wittgenstein, formulado en el Tractatus
(5.54 y ss): “La verdad o falsedad de cualquier enunciado acerca de una
proposición p depende solamente de la verdad o falsedad de p”,
así como que “la verdad o falsedad de cualquier enunciado que implique una
función proposicional depende solamente de la extensión de la función, es
decir, del dominio de valores para los cuales es cierta la función
proposicional” (a la manera de una función matemática) (Russell, pág. 121).
Russell
piensa que Wittgenstein no tiene aquí en cuenta las proposiciones de carácter
psicológico, las que se llaman también evidencias empíricas. Por
ejemplo, “A cree p”; si p es una proposición que enuncia “Dios
existe”, como tal, p es verdadera o falsa según sus propias condiciones,
pero “A cree p” es verdadera o falsa con independencia de la verdad o
falsedad de p. Russell añade que la argumentación de Wittgenstein sobre
esta cuestión es oscura y enigmática: que la proposición “A cree p” no
es una función de p, sino de las palabras expresadas por A, una función
de A (sobre si A realmente cree lo que emite).
En
cuanto al principio de atomicidad (Tractatus, 2.0201): “Toda
aseveración acerca de complejos puede analizarse en un enunciado acerca de sus
artes constitutivas, y en aquellas proposiciones que describen completamente
los complejos” (Russell, pág. 122). Es un principio básico en el atomismo lógico,
desarrollado por el primer Wittgenstein, para luego ser abandonado. Este
principio supone que “el universo consiste en un número de elementos o
entidades simples con varias propiedades y relaciones” que se denominan hechos
atómicos, a los cuales podemos referirnos con proposiciones atómicas. La crítica de Russell va por el mismo camino que antes: A cree p
es una proposición compleja, contiene dos verbos, es una subordinación, y el
principio de atomización exigiría poder expresar todo ello sin el verbo
subordinado, como A cree que… Dios existe. Todas las
proposiciones atómicas son mutuamente independientes, los hechos atómicos no
dependen lógicamente de otros hechos, salvo que uno de los hechos sea en
realidad un compuesto o complejo, que podría atomizarse tras un análisis de la
proposición que lo describe. Por ejemplo, A y B son hombres es una
proposición compleja, dividida en A es un hombre y B es un hombre,
que, como tales hechos separados o simples o atómicos, son independientes,
aunque no lo parezca en la proposición compleja. Lo mismo podríamos decir de El
actual rey de Francia es calvo. No hay ninguna seguridad en cuanto a la
conexión entre hechos atómicos, como ya había señalado Hume.
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FUENTE: Russell, La evolución de mi pensamiento filosófico. Madrid, Alianza, 1982 [1960], cap. 10.


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