La caída de Luis XVI, 10 de agosto de 1792


La preparación del segundo asalto a las Tullerías (el primero fue el 20 de junio) se prolonga durante unos días, porque se espera la llegada de tropas jacobinas de élite, unos seiscientos hombres que vienen desde Marsella. Llegan el 6 de agosto, desfilando al ritmo de un himno revolucionario, La Marsellesa.
La noche del 9 al 10 de agosto, una vez llegados los marselleses, se prepara el asalto. Desde los clubs y secciones se coordinan los movimientos Los cabecillas de la insurrección armada popular son Danton, Robespierre y algunos girondinos. En las Tullerías también se está alerta, porque se sabe que los marselleses no han venido para nada. Hay unos dos mil hombres armados guardando el palacio (la guardia suiza, protección personal del rey), y en su interior numerosos oficiales y caballeros leales al rey.

A partir de la una de la madrugada se hace evidente la movilización popular, y en las Tullerías se prepara la guardia, comandada por un tal Mandat. Sobre las cuatro de la madrugada Mandat es llamado al Hôtel de Ville para recibir una comunicación, pero es sólo un engaño para asesinarlo. Luis XVI autoriza que se desplace al lugar, del que no regresará. Ahora, la defensa de las Tullerías está sin jefe.
A partir de este momento, la defensa queda en manos del rey, que es un tipo tembloroso, lleno de dudas e indecisiones, y no sirve para transmitir coraje a los hombres que han de jugarse la vida por él. Por este motivo, la defensa del palacio es ya un fracaso de antemano. La Guardia Nacional, formada por hombres de origen burgués, tampoco va a poner todo su empeño en esa defensa, e incluso llegarán a confraternizar con los asaltantes.

Napoléon, un joven teniente corso por entonces sin empleo, asiste a los acontecimientos desde las calles (en realidad no simpatiza con los asaltantes, a los que considera una canaille sin opciones políticas).
Ante la amenaza de una gran multitud que se acerca a las Tullerías, y después de grandes vacilaciones, el rey acepta ser trasladado a la Asamblea Nacional (a poca distancia del palacio), a fin de conseguir mayor protección. La Asamblea le acoge, pero este gesto equivale al fin de la monarquía.
Como durante las deliberaciones de la Asamblea, la Constitución prohibe estar presente al rey, se les alija en una habitación adyacente, y allí pasará la familia real unas 18 horas, a pleno calor, sin apenas poder estar de pie, ante la total indiferencia de los diputados. Esta humillación simboliza el final de la monarquía francesa.
Dos horas después de su salida, se produce el asalto al palacio de las Tullerías, defendido por la guardia suiza que apenas ha recibido instrucciones. Caen unos mil hombres y la muchedumbre acaba ocupando el palacio.
Después, los líderes de la insurgencia se dirigen a la Asamblea. Allí exigen a los diputados que el rey sea destituido. Los diputados proponen que sea trasladado al palacio de Luxemburgo, y que le sea revocado el derecho de veto.
Con todo, Luis XVI aún tiene apetito, pide que le sirvan comida e incluso duerme una siesta.
Convento de los Feuillants
Tras esas 18 horas de refugio en la Asamblea Nacional, la familia real es trasladada al convento de los Feuillants, donde pueden dormir. Durante dos días, mientras los reyes permanecen en el convento de los Feuillants, se les obliga a asistir a las deliberaciones sobre su futuro en la Asamblea Nacional, y en ellas ya no se habla del palacio de Luxemburgo como destino, sino de la prisión del Temple. Finalmente, la Asamblea deja a la Comuna de París la decisión final sobre el futuro del rey; es una muestra del poder creciente de la Comuna.El 13 de agosto se trasladarán hasta el Temple, una fortaleza bien guarnecida, donde no correrán peligro, pero de la cual ya no saldrán libres.
El 21 de septiembre de 1792 se decreta la abolición de la monarquía. Nace la I República francesa y se inicia uno de los periodos más interesantes de la Revolución.


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