BUENOS AIRES SEGÚN BOUGAINVILLE (1767)
Bougainville había ido hasta la Argentina española para una misión diplomática: devolver a los españoles la posesión de las islas Malvinas, que estos reclamaban a los franceses desde que en 1764 se apostaran en ellas. Luis XV reconoció ese derecho y encomendó a Bougainville ir hasta Buenos Aires para gestionar el traspaso de soberanía de las islas, y marchar desde allí hacia las Indias Orientales por el Pacífico, en viaje de exploración.
El gobernador Bucarelli |
La nave de Bougainville, la Boudeuse, zarpó de Nantes el 15 de noviembre de 1766 hacia el Río de la Plata, con escala en Brest y Canarias. Llegaron a la ensenada del Río de la Plata el 27 de enero de 1767, para luego fondear en Montevideo el 30 de enero, donde Bougainville se encontró con el español Felipe Ruiz, que comandaba la flotilla española desplazada hasta allí con el mismo propósito. Juntos viajaron en goleta hasta Buenos Aires, donde se entrevistaron con el gobernador español, Francisco Bucareli (in full Francisco de Paula Bucarelli y Uruzúa), con quien debía concertar las medidas necesarias para la cesión del establecimiento francés a los españoles. Es a partir de aquí que Bougainville dedica algunas páginas a hablar de la ciudad argentina con cierta extensión.
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Fuente: Bouganville, Viaje alrededor del mundo. Madrid, Espasa-Calpe, 1966, parte I, cap. 2.
Plano de la ciudad de Buenos Aires en el siglo XVIII |
Esta ciudad, regularmente construida, es mucho mayor que lo que parece según el número de sus habitantes, que no excede de veinte mil, blancos, negros y mestizos. La forma de las casas es lo que le da tante extensión. Si se exceptúan los conventos, los edificios públicos y cinco o seis casas particulares, todas las demás son muy bajas y no tienen más que el piso bajo. Tienen, de otra parte, vastos patios y casi todas jardines. La ciudadela que encierra el Gobierno está situada a orillas del río y forma uno de los lados de la plaza principal; el opuesto está ocupado por el Ayuntamiento. La Catedral y el Obispado están en esta misma plaza, donde todos los días hay mercado público.
No hay puerto en Buenos Aires, ni aun siquiera un muelle para facilitar el abordaje de los barcos. Los navíos no pueden aproximarse a la ciudad más de tres leguas. Descargan sus cargamentos en goletas, que entran en un pequeño río llamado Chuelo, de donde las mercancías son llevadas en carros a la ciudad, que está a un cuarto de legua.
Las afueras de Buenos Aires están bien cultivadas. Los habitantes de la ciudad tienen casi todos casas de campo que llaman quintas, y sus alrededores suministran abundantemente todos los frutos necesarios para la vida. Exceptúo el vino, que trane de España, o que obtienen de Mendoza, viñedo situado a doscientas leguas de Buenos Aires. Estos alrededores cultivados no se extienden muy lejos; si nos alejamos a tres leguas de la ciudad no se encuentran más que campos inmensos, abandonados a una multitud innumerable de caballos y vacas, que son sus únicos habitantes.
Todo el país es llano, sin montañas y sin otros bosques que los de los árboles frutales. Situado bajo el clima de la más deliciosa temperatura, sería uno de los más abundantes del universo en toda clase de producciones, si estuviese cultivado. El poco trigo y maíz que se siembra produce mucho más que en nuestras mejores tierras de Francia. A pesar de este aviso de la naturaleza, casi todo está inculto, las cercanías de la ciudad como las tierras más lejanas; y si la casualidad hace encontrar algunos labradores, son nogres esclavos.
Continuará...
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Fuente: Bouganville, Viaje alrededor del mundo. Madrid, Espasa-Calpe, 1966, parte I, cap. 2.
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