LOS INICIOS DE LA FILOSOFÍA GRIEGA (ampliación)
Según
la tradición, la filosofía occidental nació en el siglo VII a. C.,
en las costas jonias de Asia Menor. Aristóteles explica en la
Metafísica (I, 2, fragmento) que su aparición tuvo por causa la
admiración y el intento de librarse de la ignorancia, pero no
buscando la utilidad, sino simplemente el saber. En este proceso, el
problema práctico cedió su puesto al teorema abstracto, a la
extracción de alguna verdad general. Así, vemos que la geometría
egipcia, desarrollada para resolver problemas de agrimensura, al ser
tratada por Tales derivó en teoría pura, en generalización no
destinada a resolver problemas concretos, sino a expresar una verdad,
aunque sin por ello renunciar a una posible aplicación práctica,
pues el mismo Tales sacó provecho y fortuna de sus conocimientos.
"La razón halló gozo en saber que los ángulos de la base de
un triángulo isósceles son siempre iguales" (Cornford, Antes y después de Sócrates, pág.
12). Del mismo modo, la astronomía babilónica quedó separada de su
componente mítico y supersticioso al ser tratada por los griegos.
Se
puede decir que en Mileto se inauguró una nueva forma de relación
con el mundo: el ocio que proporciona la prosperidad y la
independencia política y de otras instancias, tales como un
sacerdocio políticamente fuerte, favorecieron la libre especulación
sin ataduras, así como la dedicación a la observación natural
según criterios no sobrenaturales, sino puramente observacionales.
Esto implica un salto en la cultura arcaica griega, que hunde sus
raíces en lo mítico. Pero Guthrie insiste en que más que un salto
entre una supuesta forma de pensamiento primitivo, pre-lógica, a una
forma lógico-racional de relacionarse con el mundo, lo que hay es un
proceso de separación de los componentes mágicos presentes en la
cultura, y su sustitución por elementos lógico-racionales, pero de
ningún modo un salto. Guthrie insiste en el componente mágico
presente aún en la cultura griega moderna, en campesinos griegos
(escribe en los años 50 del siglo XX). En el pensamiento griego
arcaico y en la mentalidad popular clásica persistían determinados
presupuestos interpretativos cargados de componentes mágicos, como
la ley de la simpatía entre
determinadas cosas y los humanos, aún vigente en la época de Platón
(Guthrie, Los filósfos griegos, págs. 17-18).
Estas
nociones pueden parecer demasiado alejadas del material propio de la
reflexión filosófica, pero Guthrie advierte del peligro de
considerar al pensamiento griego totalmente depurado de ellas, así
como de la posibilidad de toparnos con cuestiones donde la diferencia
entre magia y razón es mucho más sutil. Se refiere, por ejemplo, al
tema del lenguaje, es decir, a la relación entre las cosas y
el nombre de las cosas (Guthrie, pág, 18), que en la época
arcaica (y Platón lo recoge en su Crátilo: resumen),
se consideraba de esta forma mágicamente explicativa : “quien
conoce les nombres conoce las cosas”, es decir, una relación
natural entre los nombres y su referente, a causa de algún poder
inexplicable, algún dios que puso los primeros nombres a las cosas
(Guthrie, págs. 19-20). Es una creencia primitiva, que aparece en el
Génesis, considerando
la creación del mundo en paralelo a la creación de un libro
(Manguel, Una historia natural de la curiosidad.
Madrid, Alianza, 2015, págs. 131-132: enlace);
en relatos egipcios, como el de Psamético, citado por Herodoto
(Historia II, 2, según
Manguel, ibid., págs.
167-169: enlace);
y en textos hindúes del siglo V d. C. (que recogen la disputa entre
naturalismo y convencionalismo lingüísticos, citados por Manguel,
ibid., 181: enlace).
Esto
ocurre en autores de indiscutible talante racionalista, o que al
menos no se defienden apelando explícitamente a la magia o lo
sobrenatural, porque se supone que están en ese proceso del paso del
mito al logos, en vías de abandonar la explicación mitológica. Es
decir, que en ellos podemos encontrar maniobras sospechosamente
audaces, saltos lógicos no explicados pero que presuponen una
concepción previa, mágica, que une un elemento con otro a pesar del
aparente salto. Uno de esos autores es Heráclito, que une discurso
lógico y realidad ontológica bajo la metáfora del fuego (la
llamada conexión lógico-ontológica, que impregna
todo el pensamiento presocrático); otro es Pitágoras, que relaciona
los números con la materia (porque supone en el número unas
cualidades mágicas que Aristóteles, por ejemplo, ya no puede
asumir. En resumen, concluye Guthrie, no se trata de un salto desde
una mentalidad primitiva, como suponen algunos antropólogos, hasta
una mentalidad lógica, sino de un proceso de emancipación del
pensamiento respecto de prejuicios culturales a menudo aún
presentes, de los que la filosofía debió zafarse con esfuerzo
(Guthrie, pág. 21).
Un
genial fragmento de Russell resulta muy ilustrativo:
“Sabemos más o menos lo que un griego culto aprendía de su padre, pero muy poco de lo que le enseñaba su madre, que en alto grado era excluida de una civilización que tanto entusiasmó a los hombres. Es probable que los atenienses cultos, incluso en la época de su mayor florecimiento, por muy racionalistas que puedan haber sido en sus métodos mentales explícitamente conscientes, conservaran de la tradición y de la infancia una manera de pensar y de sentir más primitiva, que siempre resultaría victoriosa en tiempos de tensión. Por esto, ningún análisis simple de la ideología griega resulta adecuado” (Russell, Historia de la filosofía, I, 1.1. RBA, Barcelona, 2005, pág. 66).
Para
darse ese proceso es necesario que se den ciertos cambios
estructurales ya en el momento previo, es decir, en la etapa
mitológica. Cornford compara el proceso a la evolución de la
relación con el mundo que llevan a cabo los niños (Cornford, págs. 16 y ss). El descubrimiento del objeto
externo, el interés práctico y la creencia en poderes
sobrenaturales predominan en la mentalidad infantil. La separación
del yo respecto del objeto externo se remonta a las primeras semanas
de vida, pues pronto el niño descubre que hay cosas fuera de él,
sobre todo cuando fallan las expectativas contraídas tras nueve
meses de embarazo. De un modo parecido, el inicial solipsismo del
hombre primitivo frente a la naturaleza debió desaparecer muy
pronto, pero hubo de transcurrir un tiempo más largo antes de que el
hombre adquiriera la conciencia de la total separación respecto del
objeto.
Esto
pudo ocurrir completamente en Jonia, cuando el pensamiento pudo
zafarse de las necesidades prácticas primarias; antes, el
pensamiento estaba atado a ellas y limitado al logro de
satisfacerlas. Los objetos se podían considerar en tanto que tenían
algún interés para la supervivencia, pero también cuando se
consideraban como detentores de alguna influencia misteriosa,
transmisores de la voluntad de la naturaleza, en tanto que el mundo
exterior se consideraba animado desde la perspectiva primitiva. De
estas consideraciones surgió el mundo sobrenatural. Pero el
desarrollo del naturalismo implicaba la negación de estos supuestos
sobre lo mítico: el comportamiento sobrenatural no es calculable, ni
regular, ni predecible. Así, los pensadores jonios admiten, casi
inconscientemente, que todo el universo es natural y está al alcance
del conocimiento.
La mitología griega sufrió un proceso de negación en manos de los
pensadores naturalistas. El paso del mito al logos constituye
un fenómeno de racionalización que, aunque sobre el germen de la
mitología, pasa de la explicación mitopoyética a la
explicación material y abstracta, de la cosmogonía mitológica y
descriptiva a la cosmología natural o racional, explicativa. Las
prácticas mágicas y la religión olímpica fueren quedando en
segundo plano a raíz del proceso de antropomorfización de las
divinidades en manos de Hesíodo, lo que condujo a un incipiente
escepticismo (Cornford). De ahí que la mitología y la religión
griegas deban considerarse como plataformas del pensamiento
filosófico, de las que éste acabó separándose, aunque conservando
la huella de sus orígenes. En este sentido, las cosmogonías de
Hesíodo y Ferécides tienen un punto de relación con las
especulaciones de los presocráticos.
Este cambio de actitud ha suscitado la cuestión de si la filosofía
griega es original y exclusiva de los griegos, o si hay otros
momentos semejantes en otras culturas. Unos piensan que las
condiciones históricas del nacimiento de la filosofía (en las
colonias griegas de Asia Menor y Sicilia) son peculiares del momento
griego, e irrepetibles; otros señalan que ese momento griego recibió
influencias orientales, por lo que no fue un fenómeno exclusivo;
otros señalan que en China e India hubo especulaciones que merecen
el apelativo de filosóficas en una época no lejana de la
colonización griega del Mediterráneo. En general, parece correcto
atribuir esa superación de lo mitológico a través de la
racionalidad a la cultura griega, y que la filosofía alcanzó su
madurez a partir de estas raíces. El pensamiento oriental es
esencialmente religioso, manifestado como “sabiduría”, es decir,
carente de interés por la investigación, puesto que es una
descripción de lo que se sabe. La filosofía griega, en cambio, se
enfrenta a la tradición mitológica, a las costumbres y las
creencias. Carece, además, de adscripción religiosa, no nace dentro
de una casta sacerdotal, sino entre hombres libres e inquietos.
Los términos “sabio” y “filósofo” se emplearon
indistintamente desde la época de los presocráticos, uso que fue
reproducido por los doxógrafos helenísticos. No obstante, puede
decirse que mientras las demás civilizaciones tenían sabios,
los griegos introdujeron la figura del amigo o amante o
pretendiente del saber (los que buscan la sabiduría pero no
la poseen formalmente), así como la reflexión filosófica entre
amigos, entre iguales, superando la barrera que hay entre el sabio y
el discípulo, siempre inferior. Para Deleuze y Guattari, no se trata
de una degradación desde la condición del sabio a la del filósofo,
sino simplemente un cambio de nivel: el sabio piensa en figuras,
mientras que el filósofo piensa en conceptos, ya que la filosofía
es precisamente la actividad de crear conceptos (Deleuze &
Guattari, ¿Qué es filosofía?, 1995, págs. 8-9).
La transformación del sabio en amigo, amante o pretendiente del
saber tiene también relación con el desarrollo de las ciudades
griegas, que es un fenómeno específicamente griego _también había
ciudades en Persia, naturalmente, pero sólo las ciudades griegas
alcanzaron un desarrollo político y cultural capaz de hacer germinar
la filosofía. En las ciudades griegas se forjan relaciones
societarias, relaciones entre amigos fundamentadas en vínculos de
igualdad incluso para la rivalidad en todos los ámbitos: amor,
juegos, tribunales, política, etc. Se trata de la rivalidad entre
hombres libres e iguales (agon) (Deleuze & Guattari, págs. 9-10).
Lo que hizo posible esta superación tuvo mucho que ver con la
sociedad de las colonias griegas de Asia Menor. Los pueblos jónicos,
viajeros, comerciantes curiosos, conocedores de las rutas de Egipto y
Oriente, ociosos en su prosperidad económica, burgueses entregados a
la ilustración, a la búsqueda de un saber e influidos por los
aspectos materiales de su vida social, querían una interpretación
de su mundo libre de mitología, es decir, libre de la azarosa
voluntad de los dioses griegos. Entre otras razones porque los
navegantes jonios habían encontrado importantes desajustes entre la
cartografía homérica (a partir de la Odisea) y sus propias
cartas de navegación.
Popper atisba en este proceso, imbricado en la colonización del
Mediterráneo por los griegos, un signo de choque cultural, un
encuentro entre mentalidades tan diferentes que llegan a ser
incomprensibles. Al margen de los prejuicios de Popper acerca de la
superioridad de la cultura griega, es útil resaltar sus ideas sobre
la predisposición griega a interpretar el mundo con un sentido
crítico desarrollado gracias al proceso de colonización. Pero es
evidente que aquí ya se ha puesto en marcha el paso del mito al
logos (ver Popper, El mito del marco común. Barcelona,
Paidós, 1997, págs. 49-51 y ss).
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