Heráclito se quejaba de que las masas eran insensibles a la verdad y
no sabían que un hombre bueno vale más que miles, pero apoyaba el orden
imperante sin superstición. La lucha, decía, es la fuente y dueña de todas
las cosas. La vida es un continuo movimiento, y la quietud, muerte. Nadie
puede zambullirse dos veces en la misma corriente, pues ésta fluye y pasa
continuamente y nunca es la misma. La única cosa estable y cierta en medio
del cambio es la razón soberana y universal, que puede no ser percibida por
todos los hombres, pero que es común a todos. Las leyes no se fundan en
autoridad humana, sino en la ley divina de la cual derivan. Estas afirmaciones, que nos recuerdan las nociones generales de verdad política que
hemos encontrado en los libros sagrados y nos llevan a las recientes enseñanzas de nuestros contemporáneos más ilustrados, requerirían amplios
análisis y comentarios. Heráclito es, por desgracia, tan confuso que ni Sócrates pudo comprenderlo, y yo no podría pretender haberlo logrado.FUENTE: Lord Acton, Historia de la libertad en la Antigüedad (1877).
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