SPANISH REVOLUTION 4
UNA JORNADA PARTICULAR
Es triste, pero el sistema electoral nos pide que reflexionemos sólo un día de cada cuatro años. Ese es el valor que tienen las ideas de los ciudadanos para los que gestionan el funcionamiento de la democracia.
POR UNA DEMOCRACIA REAL YA
Este es el lema de la Spanish Revolution. Un poco tardía, esta revolución. Desde 1978 tenemos una democracia de pacotilla, basada en la canalización de los flujos de opinión populares hacia la maquinaria de los partidos, para que sean asimilados y, en caso necesario, neutralizados. Este es el modelo de la “democracia de la opinión”, vigente en el ámbito occidental y reforzada desde la emergencia de las nuevas tecnologías de la información. Se trata de un modelo, por supuesto, muy alejado del ideal de democracia participativa que subyace en el lema “democracia real ya”, un lema que reclama la redefinición de la democracia, una refundación de las reglas de juego e incluso una reforma constitucional.
Pero es la de los indignados del 15M una reacción tardía. Ahora que todo va mal, pedimos reformas profundas en el sistema político para evitar algo que es casi inevitable: que los políticos que elegimos se conviertan en profesionales de la política, en gestores de nuestros derechos y deberes, y de nuestros recursos, durante un ciclo político más; que los aparatos de los partidos controlen todos los mecanismos participativos y que la voluntad popular que representan no vaya más allá de sus propios límites y programas. ¿Por qué cuando todo iba bien no se oían voces de protesta, si el funcionamiento del sistema político era el mismo, con los mismos profesionales un ciclo tras otro, con los mismos lastres, las mismas apropiaciones, las mismas desmesuras?
Tal y como están las cosas, parece imposible ir más allá del resultado del día 22. Más aún, si la voluntad popular prevaleciese por algún tipo de cambio de orientación del voto, aparecería algún tipo de personalismo que se erigiría en representante de esa voluntad, y algún aprovechado acabaría instrumentalizando ese movimiento popular. Es el viejo problema de la democracia rousseauniana: quién se hace cargo de la voluntad general, qué persona o institución la interpreta. Volvemos de nuevo al ciclo de la partitocracia.
De nuevo, ésta ha sido una reacción tardía. Para indignarse ante las deficiencias de nuestro modelo político era suficiente con leer algún periódico y a Tucídides. Es paradójico que haya sido un éxito de ventas el desencadenante de tanta protesta contra el sistema; y sorprende aún más debido a que el libro de Hessel está lleno de obviedades que cualquier persona con cultura media debería conocer. Si tanto joven se ha sentido inspirado por ese librito, como si de una revelación se tratara, debe ser que la cultura media ha caído en picado.
Si el libro de Hessel inspira y llama a la protesta, leyendo a Tucídides uno se convierte en escéptico: hace 2400 años pasaban las mismas cosas que ahora, aunque no hubiera facebook. Los políticos tomaban el pelo al pueblo y el pueblo se lo dejaba tomar mientras todo fuese bien; el conformismo es casi un instinto social. Cuando algo dejaba de ir bien, el pueblo se indignaba, echaba al político responsable y ponía a otro en su lugar, que acababa haciendo lo mismo que el anterior. Y vuelta a empezar. Pero el pueblo apenas caía en la cuenta de su propia (ir)responsabilidad cívica. Y esa es la piedra angular de la reforma política: para que la democracia participativa funcione, la ciudadanía debe ser activa, debe implicarse en el funcionamiento del sistema y debe aprender el juego de la política para poder tratar de igual a igual a los políticos profesionales. Tal era la propuesta educativa de los sofistas de Atenas: ciudadanos educados en la política, con una cultura media capaz de hacer frente a la retórica de los políticos profesionales. Eso, para poder reflexionar de verdad después de una campaña electoral llena de estupideces que insultan al electorado.
La consecuencia de esta reflexión es inevitablemente pesimista. Quedan por delante dos días muy interesantes, quizás haya una cierta prolongación de este movimiento a escala mediática, en la red. Pero el lunes 23 amanecerá un nuevo ciclo de 4 años del que no nos podemos despachar, gane quien gane. Puede que algo haya cambiado, pero todo seguirá igual, como dijo Lampedusa. Con todo, no hay que renunciar a repensar la democracia y a hacer planteamientos críticos. La democracia es perfectible, el sistema es un pantano de contradicciones y hay que sacarlas a la luz. Definir la democracia real es un gran desafío, pero a largo plazo.
La solución a corto plazo no es sólo votar nulo, o en blanco, o votar a los partidos pequeños, o no votar; eso pertenece al orden de lo superficial e inmediato. Es cierto que un alto grado de abstencionismo o de voto nulo deslegitimaría a nuestros representantes. Pero alguien se alzaría con la voz de la legitimidad, sin duda. Es la rigidez del sistema electoral lo que falla; son las reglas de juego establecidas y aceptadas en 1978 _y nunca revisadas, por cierto, como si cada generación no tuviese derecho a ser escuchada y tuviera que heredar el peso de las estupideces de sus antepasados sin poder zafarse del lastre de sus errores, para regocijo de Edmund Burke_; es todo esto, pues, lo que paraliza cualquier inciativa popular desde su base.
Por supuesto, el riesgo de una democracia popular reside en el populismo, y el populismo sólo se combate con cultura política, leyendo a Tucídides, a Cicerón y a Maquiavelo. Éste es el desafío: redefinir la democracia y su ideología para poder concretar qué es eso de la democracia real que reclaman los indignados de las plazas españolas. Ésta es la gran tarea pendiente: definir la utopía democrática para tener una perspectiva de la democracia real, hoy todavía ideal, no realizada. Si el empeño de los indignados va por ahí, yo me apunto (de hecho, hace años que estoy en ese camino).
L'autèntica revolució començaria per invertir els valors de l'actual sistema educatiu que patim al nostre país. Però està clar que no interessa formar persones sinó clonar idiotes.
ResponderEliminarPer fer els primers passos cap a la revolució ciutadana caldrà:
1. Que el docent tingui el prestigi social i la preparació que ha de tenir (no volen mestres; volen ramaders).
2. Que l'escola sigui pública, laica i de qualitat per a tothom (abaixar el nivell per evitar el fracàs és un crim imperdonable).
3. Que els alumnes desenvolupin el sentit crític a partir del coneixement, no de la sobreinformació.
4. Cal potenciar la formació professional de qualitat a partir dels 14 anys (a partir dels 16 ja es pot treballar legalment, oi?)
5. La formació teoricopràctica és imprescindible en tots els nivells ecucatius, el contacte amb el món real, amb la vida; no solament al laboratori de l'aula, perdent el temps amb plans d'estudis obsolets que tenen poc a veure amb la realitat laboral.
La revolució és un camí llarg, però s'ha de començar pel principi.
Gràcies pels teus comentaris.
ResponderEliminarDoncs sí, sembla que l'educació pot ser la pedra angular de tot això. Però jo sóc molt pessimista respecte del que pugui passar aquí, a partir de demà. Aquestes movilitzacions són força circumstancials, i només responen a la frustració per la manca de perspectives de futur. La manca d'educació política va ser també la causa que la reforma democràtica a Espanya es fes com els polítics professionals volien en 1978, sense concesions a un model democràtic més participatiu que no va ser reclamat llevat des d'instàncies minoritàries (els intel·lectuals de sempre).