LA RAZÓN CARTESIANA COMO CRITERIO UNIVERSAL
Rechazados
los criterios de la fe y la autoridad, descartada también la opción del
escepticismo derivado de la crisis tardomedieval de tales criterios, Descartes
inaugura la era de la confianza en la razón, expresada sobre todo en el área
del conocimiento humano. Descartes decide no someterse a otra autoridad que su
propia razón, a partir de lo segura que parece ser en las matemáticas. Su
criterio de verdad, de conocimiento y, en última instancia, de vida, será la
evidencia racional, y esta evidencia se caracteriza por dos propiedades
esenciales en el desarrollo de su pensamiento: la claridad y la distinción.
La
razón es una capacidad que todos los humanos poseemos por igual. A esto llama
Descartes buen sentido, aquello de cuya posesión nadie está descontento.
Así, pues, la existencia de la razón se convierte en una condición previa a
toda posterior especulación, a toda investigación filosófica que ha de basarse
en una mínima confianza en la razón. En Descartes, esta confianza se basa además
en la igualdad de su posesión por la especie humana: la razón es universal. De
esta manera, el conocimiento está al alcance de cualquier espíritu, puesto que
todos participamos del buen sentido. Sólo que unos lo usan mejor que otros. La
diversidad de opiniones y los errores no se deben a una deficiencia en la
razón, sino en su uso, en no llevarla por el camino adecuado. De ahí la
importancia del método (methodos en griego es camino) en la filosofía
cartesiana.
Esta
confianza en la razón tiene un origen en el uso de la matemática. El ideal del
conocimiento es para Descartes el modelo del lenguaje matemático. Mientras la
filosofía ha derivado en un conjunto de embrollos y discusiones, la matemática
procura juicios firmes y seguros. Descartes era matemático desde su juventud, y
al cultivar esta disciplina advirtió que las proposiciones aritméticas y
geométricas se diferencian de las que derivan de los sentidos: son juicios de
naturaleza distinta.
En
la proposición “los perros tienen ojos” no existe la seguridad lógica que hay
en “los triángulos tienen tres lados”. Ésta nunca puede ser desmentida, aunque
no encontremos un solo triángulo en el mundo de los sentidos. Pero la otra
puede ser desmentida en cuanto por un capricho de la naturaleza hallemos un solo
ejemplar de perro sin ojos. Una sola experiencia nueva puede desmentir toda la
acumulación de experiencias anteriores. Sin embargo, la razón parece estar a
cubierto de las sorpresas que pueda guardarnos la experiencia, y a través de
ella pueden afirmarse algunos juicios de validez universal. Por eso Descartes
confía en esa base firme para construir el conocimiento científico. Y por eso
expresa su confianza en la matemática tan tempranamente, como se ve en la Regla
II de sus Regulae: “entre las ciencias ya conocidas sólo la aritmética y
la geometría están exentas de falsedad e incertidumbre” (citado por Garin, pág.
41).
Para
Descartes, el vínculo entre la razón (evidencia) y el conocimiento de la
realidad será la matemática. A partir de la demostración de la existencia de
Dios, en la quinta meditación, Descartes supone que dadas las propiedades de
los juicios matemáticos (distinción y claridad), la conexión de la matemática
con la realidad es indudable.
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Referencias
Garin, Descartes. Barcelona, Crítica, 1989.
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