LA CREENCIA Y EL HÁBITO EN HUME
La
mayor parte de las consideraciones de Hume sobre la creencia y su relación con
el conocimiento se hallan en su Tratado sobre la naturaleza humana
(libro I, parte III, secciones 7, 8 y 10). A partir de esto se derivarán otras
consideraciones sobre la relación entre creencia y moralidad, religión, filosofía,
etc.
El antecedente
de estas reflexiones está en la psicología de la causalidad, desarrollada en la
sección 5 (libro I, parte III) y principio de la sección 6, al explicar la transición
desde la impresión a la idea de causa-efecto. Estas impresiones tienen dos orígenes:
o son datos inmediatos de los sentidos, o se dan a través de la memoria y la
imaginación, y se diferencian entre sí en que las ideas de la memoria son más
vivaces que las de la imaginación, aunque sus mecanismos psicológicos sean los
mismos (Tratado, I, III, sección 5).
En este
contexto se definen tanto la ficción (lo producido por la imaginación) como el
recuerdo (producido por la memoria, más vivaz que la imaginación y a lo que el
sujeto otorga asentimiento. Y nuestra memoria contribuye al
establecimiento de una conjunción constante que sirve de soporte a la idea de conexión
necesaria, constitutiva de la noción de causa-efecto. Dar crédito a una
repetición que se recuerda como la consecución de dos impresiones, una de las
cuales se supone causa de la otra (la primera de la segunda), es el mecanismo
psicológico de la causalidad, en el que interviene decisivamente la noción de creencia
(ese dar crédito) (Tratado, I, III, 6).
Pero
esta inferencia no está fundamentada sino en las impresiones, por cuanto que
entre dos impresiones consecutivas no puede haber sino otra impresión intermedia.
Pero de las impresiones no se puede inferir relación alguna entre ellas mismas,
y no podemos ir más allá de las impresiones. La mente no nos permite alcanzar una
relación entre dos objetos contiguos, salvo esa contigüidad en el espacio y el
tiempo que se ha dado en nuestra experiencia. Todo lo que vaya más allá de la
descripción de esa experiencia es una inferencia que se apoya en la creencia:
creemos que hay una conexión entre dos impresiones contiguas. Es un mecanismo
psicológico sin explicación lógica alguna; es una explicación psicológica que
muestra nuestra respuesta frente al mundo fenoménico (sensaciones), nuestra
manera de ser, nuestra naturaleza humana.
Lo
anteriormente escrito es la parte preliminar de una psicología de la creencia
que Hume desarrolla detenidamente, consciente de la importancia de la creencia
en toda consideración epistemológica.
La
diferencia entre creencia y no creencia es psicológica, en tanto que damos más crédito
a una impresión más vivaz que otra, por ejemplo. La creencia no tiene nada que
ver con la razón, con el razonamiento lógico: “todo lo que es absurdo es
ininteligible y no es posible para la imaginación concebir algo contrario a la
demostración” (Tratado I, III, sección 6), pero la razón no interviene
en los procesos de inferencia causal, por lo que la imaginación puede concebir
cualquier cosa, diversos efectos para una causa concreta (sólo que tiende a
elegir aquella impresión más próxima a la primera). Puedo pensar que el pan me
envenenará, y puedo darle crédito o no. ¿Qué mecanismo hace que yo de crédito o
no a un juicio de experiencia? Sencillamente, el mecanismo de la creencia: la
memoria suscita en mí una impresión más vivaz de que el pan me alimentará que de
que el pan me envenenará. Ante tal vivacidad producida por una representación
del pasado (nunca me ha sentado mal el pan, hasta ahora), doy mi asentimiento a
una inferencia sobre la experiencia y a una expectativa sobre el futuro.
La razón no puede jamás convencernos de que la existencia de un objeto implica la de otro; así que, cuando pasamos de la impresión del uno a la idea o creencia del otro no nos hallamos determinados por la razón, sino por el hábito o un principio de asociación (Tratado I, III, sección 6).
Así, la
creencia es un modo de actuar de la mente a la hora de formar ideas a partir de
impresiones, en un proceso en el que interviene la memoria, de modo que esa idea
originada en la creencia es determinada por un hábito, una costumbre, nuestra educación,
nuestro bagaje, etc., y abre paso a la intervención de un factor de subjetividad
que aleja aún más a la razón del proceso del conocimiento humano.
Una idea
determinada sobre cualquier objeto (Dios, por ejemplo), será particular para
cada persona, ya que las distintas creencias, producidas por la costumbre,
intervienen en la formación de esa idea.
La
creencia es un modo de concebir las ideas, pero no consiste ni en la naturaleza
ni el orden da las ideas, que dependen de la imaginación y la percepción; la creencia
es una forma de concebir las ideas y una forma de que estas afecten al espíritu
(generando asentimiento, basado en un proceso psicológico). Es “algo sentido
por el espíritu que distingue las ideas del juicio de las ficciones de la
imaginación, las de mayor fuerza e influencia las hace aparecer de mayor
importancia, las fija en el espíritu y las convierte en los principios directores
de nuestras acciones” (Tratado I, III, sección 7).
En la sección
7, Hume muestra que la creencia es una forma muy vivaz de concebir ideas, tal
que nos provoca asentimiento. En la sección 8, Hume examina este mecanismo, de qué
principio se deriva y qué concede vivacidad a la idea por éste generada.
Hay
ciertas tendencias en el espíritu que lo mueven en una determinada dirección
cuando se le presenta una impresión. Esas tendencias de la naturaleza humana
conducen al espíritu a otras ideas relacionadas con aquella impresión, comunicándoles
una gran vivacidad, y esto ocurre tanto si las ideas tienen relación de
semejanza o contigüidad con la impresión, como si esa relación se añade (como
ocurre con las supersticiones o la veneración de imágenes religiosas). Por lo
cual puede deducirse que la superstición interviene como factor importante en
el desarrollo de las creencias: la superstición religiosa es capaz de elevar a
la categoría de ideas a simples impresiones como son las ceremonias, las
reliquias y las iconografías.
Contigüidad
y semejanza contribuyen decisivamente a la firmeza de la vivacidad de las ideas
asociadas a impresiones, en mayor grado que si las ideas son suscitadas por
otras ideas. También la relación de causalidad establecida entre dos ideas o
entre impresiones e ideas contribuye a aumentara vivacidad que consolida
nuestra creencia.
Pero, en
definitiva, la creencia no añade nada a la idea, sino que tan sólo cambia
nuestra manera de concebirla y la hace más fuerte y vivaz, cosa que nos induce
a descartar todo error. Una impresión, por sí misma, no permite ir más allá de
sí misma, limitada a su momento presente; de una impresión no se puede derivar
ninguna conclusión por sí misma, pero “puede más tarde llegar a ser el fundamento
de la creencia cuando poseo la experiencia de sus consecuencias usuales” (Tratado
I, III, sección 8) (recuérdese el caso de Adán, o de esas personas que nunca
han escuchado el timbre de una casa y no saben qué hay que hacer cuando suena; para
el caso, véase estos enlaces sobre la ignorancia de Adán
y sobre el caso de los Beverly Hillbillies).
La
costumbre nos induce a establecer relaciones entre impresiones e ideas, así que
podemos establecer como una verdad cierta que toda la creencia que sigue a una
impresión presente se deriva tan sólo de aquel origen, de la costumbre. La
creencia es una sensación: cuando ya estoy convencido de un principio sucede
tan sólo que una idea me impresiona más fuertemente, en un mecanismo en el que el
sentimiento es decisivo. Los objetos no poseen una conexión entre sí que pueda
descubrirse, y sólo la costumbre nos induce a hacer inferencias sobre las
relaciones entre los objetos del mundo, la costumbre unida a la credulidad
humana, que podría llegar a entenderse como una debilidad de la naturaleza
humana, ya que provoca creencias que van más allá de una razonable confianza en
el mundo: religión, supersticiones, etc.
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