LA CRÍTICA DE HUME A LA IDEA DEL SUJETO MORAL
El problema
de la identidad personal es importante para la ética de Hume, como culminación
de la epistemología y como puente hacia la filosofía práctica. La crítica humeana
a la idea del yo como identidad personal es una ampliación de su crítica a la
idea de sustancia como ente espiritual (alma como unidad de la conciencia,
sujeto pensante, etc.).
Hume cuestiona
la idea del yo como sustancia, como algo continuo, como sustrato real de otra
cosa (lo mental, las pasiones, deseos, sensaciones, etc.). Hablamos de ese yo
con la misma evidencia con que hablamos de nuestras impresiones, pero Hume
duda de esa evidencia.
Estas
reflexiones críticas sobre la idea del yo deben ser previas a cualquier
reflexión moral posterior (que corresponde a la primera parte del Tratado).
La crítica del yo es importante para la ética, sobre todo en los términos en
que Hume la plantea: es la identidad del sujeto la que justifica de alguna
manera toda reflexión práctica (ética, política). Si el sujeto se diluye en las
sensaciones (lo único de lo que tenemos evidencia empírica), lo moral pierde
cierto sentido, salvo para una cierta consolación, una salida al escepticismo
en que cae Hume, para poder fundamentar la moral en otra cosa que no pretenda
ser duradera, tan duradera como el sujeto pensante cartesiano.
Pero
Hume considera que la pérdida de la identidad del yo (como evidencia) no
implica la pérdida de la coherencia en la representación del mundo (tal cosa es
el consuelo antes aludido): permanecen las reglas de la naturaleza humana, la
memoria, la imaginación, la asociación, la simpatía, etc. Esto ya no es una
fundamentación ontológica de la moral, pero sí parece suficiente para seguir
hablando del yo como sujeto de la acción humana, compuesto de unas ciertas
impresiones, un carácter, una personalidad que se mantiene, con una cierta
continuidad que no es ontológica, sino sólo un espacio de experiencia, una continuidad
como fenómeno.
De ahí
la idea de Hume de que ese mundo fenoménico que compone el yo de las
sensaciones se puede autorregular con independencia de las exageradas y a
menudo falaces (falacia naturalista) exigencias de la razón. La razón va por
caminos diferentes de la experiencia, y Hume intenta explicar cómo funciona el
hombre fenoménico en el mundo fenoménico, entendiendo que lo que diga la razón
está siempre un poco al margen de los hechos, que sus discursos (el cartesiano,
por ejemplo) no tienen nada que ver, a priori, con la esfera del mundo
de la experiencia (moral y política, en este caso).
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