LA IMAGINACIÓN HUMANA

 Fernando Savater

¡Qué monos!

«No es el uso de la razón lo que nos distingue del resto de los animales y a mi juicio lo que nos hace, si no superiores, sí mas interesantes»

THE OBJECTIVE, noviembre de 2015

Texto original en este enlace.


Los humanos siempre hemos estado hondamente convencidos de que nuestra superioridad ontológica sobre el resto de los seres vivos se debe a que gozamos del privilegio de la razón. Somos animales, no hay más remedio que admitirlo, pero racionales: ¡menuda diferencia! El gran Rubén Darío, en un episodio de pesimismo, envidió al árbol porque es apenas sensitivo y más aún a la piedra porque esa ya no siente, pues no hay dolor más grande que el dolor de estar vivo y por encima de todo la vida consciente. Sin embargo, incluso de tener consciencia racional de la vida, por románticamente dolorosa que resulte como señala el poeta, estamos orgullosos: hasta ese sufrimiento reflexivo nos hace únicos. Un altísimo pensador que no dudó en zaherir cuanto hizo falta y aún más el orgullo humano, señalando nuestra insignificancia y fatal fragilidad en la inmensidad del universo, nos igualó con los cañas que cualquier ventolera quiebra: cañas, sí… pero pensantes. Y esa pensativa condición nos alza por encima de todo lo demás, incluso por encima de lo que con toda facilidad puede destruirnos. Lo que nada ni nadie puede quitarnos es esa exclusiva que nos identifica y nos convierte en discutibles señores de la creación, la capacidad y sin duda la obligación de razonar. Incluso Dios que según dicen nos hizo a su imagen y semejanza, o sea parecidos por muy lejanamente que sea a la razón suprema, nos otorgó la libertad, característica esencial de los animales racionales gracias a la cual podemos pecar y condenarnos al infierno eterno, privilegio del que no disfruta ningún otro bicharraco. No hay rosa sin espinas.

Volviendo a los animales, siempre han encontrado humanos para ensalzarlos más o menos retóricamente como más «sabios» que nosotros. No sólo es que ciertos bichos se han convertido gracias a las fábulas en prototipos de dones envidiables (la memoria de los elefantes, la astucia de los zorros, la paciencia de los asnos, la lealtad de los perros, la industriosidad de las hormigas, etc…) sino que siempre hay alguien ilustre que asegura preferirlos a sus congéneres por hallarles mayores virtudes y talento. «Cuanto mejor conozco a los hombres, más estimo a mi perro» dijo Schopenhauer… y sólo tenía un caniche. En cuanto a Montaigne, confiesa que cuando se entretiene jugando con su gata le entran dudas de si será ella la que se entretiene jugando con él. Por no hablar de nuestros animalistas modernos, que parecen considerar a los animales como poseedores de tantos derechos como cualquier humano e incluso sostienen (por ejemplo Peter Singer) que entre salvar a un niño mongólico o un chimpancé sano hay que dar preferencia al mono. Y nada de sacrificar a conejillos de Indias para experimentos de laboratorio, aunque de ese modo se salven muchas vidas de nuestros semejantes… Algunos  zoólogos sostienen que hay monos como los bonobos y otros parientes que se educan unos a otros, hacen descubrimientos técnicos y resuelven sus conflictos por vía erótica en lugar de emplear la violencia (lo cual les evita en ocasiones no sólo ir al campo de batalla sino también a las fastidiosas comisiones del Senado). Muy recientemente, unos psicólogos de Berkeley y de la universidad de Utrecht han constatado que los chimpancés rectifican sus creencias cuando los hechos les demuestran que están equivocados. Es decir, procesan la información que reciben y de acuerdo con ella modulan sus decisiones según la evidencia disponible. Modificar criterios cuando aprendemos novedades que los desmienten se considera una característica del pensamiento racional, de modo que estos investigadores han lanzado las campanas al vuelo y llegan a la conclusión de que su estudio cuestiona la visión tradicional de que la racionalidad es una exclusiva de los humanos. Vaya por Dios, para un privilegio que teníamos…

A mí, que desde luego no soy un investigador de ninguna gran universidad anglosajona, siempre me ha parecido que los animales se portan de un modo muy racional: se protegen de los elementos adversos, buscan su comida cuando tienen hambre evitando las plantas venenosas, cuidan a su prole incluso con ternura (por lo menos las hembras, de los machos ya pueden los pequeños fiarse menos), no atacan a presas más grandes o fuertes que ellos y ciertos insectos tienen unas estructuras sociales de una complejidad y eficacia que ya quisiéramos los humanos. No hay animales ineptos a la hora de cubrir sus necesidades salvo catástrofe exterior y tampoco los hay caprichosos o extravagantes. Son modelos de cordura y todo lo que hacen tiene un justificado motivo… racional. Comparados con ellos nosotros cometemos muchos más errores y aplicamos razonamientos menos fiables, más improvisados. Tenemos la suerte de contar con máquinas que son como superanimales y desarrollan procesos racionales activos que suplen nuestras deficiencias, pero estamos expuestos a utilizarlas mal. Fabricamos aparatos racionales, pero somos poco razonables al emplearlos, de modo que el resultado muchas veces es peor que si fuésemos directamente irracionales. 

No, no es el uso de la razón lo que nos distingue del resto de los animales y a mi juicio lo que nos hace, si no superiores, sí mas interesantes. Nuestra característica primordial es la imaginación, la cual asciende nuestro raciocinio por vías innecesarias e innovadoras. La imaginación nos obliga a desvariar, pero también a variar: por eso todos y cada uno somos micromundos, distintos e imprevisibles. Somos grandes técnicos, mejores que cualquier otro animal, pero en un campo en que los animales juegan a su propio nivel. Por añadidura también somos poetas (palabra que significa «creadores». Imaginadores) y por ahí escapamos a la zoología y entramos en una órbita milagrosa y terrible en la que estamos solos.

Comentarios

ENTRADAS MÁS VISITADAS EN LA ÚLTIMA SEMANA

CRONOLOGÍA DE LAS OBRAS DE PLATÓN

DESCARTES Y LA DUDA (actualización)

LAS IDEAS INNATAS DE DESCARTES