SÓCRATES COMO PROBLEMA
El tratamiento de la cuestión socrática
en El crepúsculo de los ídolos de Nietzsche
En este
texto, la escritura de Nietzsche es sumamente metafórica, alegórica y poética,
incluso en lo que va a ser la introducción al libro. Apunta a términos muy
usados en textos anteriores, como El nacimiento de la tragedia, de
manera que podemos pensar que Nietzsche lleva a cabo aquí una recapitulación de
su pensamiento.
De
forma más concreta, parece que Nietzsche pretende en este texto reabrir la
herida abierta sobre la consistencia de los ídolos que los humanos no
dejamos de adorar, a pesar de ser cosas llenas de aire, para dejar en evidencia
que “hay más ídolos que realidades en el mundo”, por lo que se hace necesario
hacer preguntas con el martillo. Los
humanos nos aferramos a los ídolos a pesar de su vacuidad, de la que no somos
plenamente conscientes. Vivimos en un espejismo, y Nietzsche quiere mostrarlo.
Por eso es maestro de la sospecha. Nos negamos a reconocer una verdad básica:
que vivimos apostados en el autoengaño, que nos consuela. La vida social se
construye sobre una multiplicidad de ídolos, que no son sólo las ideas que
nuestra cultura usa para entenderse a sí mismo, sus apuestas por lo que debe
ser aceptado, realizado, etc., sino,
además, las cosas vanas sobre las que se constituye una poderosa
idolatría que nos adormece frente al malestar que esa propia vida social nos
depara (trabajo, imposiciones morales, etc.), cargada de asignaciones que nos
vemos forzados a admitir y a ignorar que son forzadas y, por ello, falaces. Si
Nietzsche pudiera contemplar la vida del hombre posmoderno, tan liberado de los
ídolos que él mismo denunciara en su momento, advertiría que las cosas más
vacías siguen presentes y multiplicadas, y no bajo la inocente apariencia biedermayer,
sino de forma mucho más agresiva y que se resiste con fuerza a los martillazos.
El hombre posmoderno se deshizo de unos ídolos pero ha adoptado otros, así que
no es el niño de que hablaba Nietzsche, ¡qué más quisiera! Sigue siendo un
miserable camello.
El problema de Sócrates
[1] En
este capítulo, Nietzsche trata el tema del escaso valor de la vida, cuyo mayor
exponente es Sócrates. Un enfermo, según Nietzsche, un tipo decadente. [2]
“Sócrates y Platón son síntomas de decaimiento, instrumentos de la disolución
griega, pseudogriegos, antigriegos”. Al referirse al consensus sapiemtium
alude al conocimiento como acuerdo de los sabios, de los decadentes, de los
enfermos, para imponer su visión, esa misma actitud negativa frente a la vida.
Sobre el valor de la vida, Nietzsche considera que no es algo que pueda ponerse
en una balanza, sopesarse, no tiene sentido plantearse el valor de la vida,
porque en el hecho mismo de hacerlo se está cuestionando el valor de la vida.
“El valor de la vida no puede ser tasado”, el hecho de que un filósofo se
plantee el valor de la vida como problema es un signo de su falta de sabiduría.
Así que el consensus sapientium no sólo es fruto de la decadencia, una
enfermedad, es también una falta de sabiduría. El valor de la vida no es
cuestionable.
Esto
remite a varios temas: la crítica a Sócrates y compañía, por cuestionar el
valor de la vida; y la crítica a la filosofía idealista, por obrar en esa misma
línea; también el tema de la afirmación de la vida, como punto de partida de
Nietzsche.
[3]
Seguimos con Sócrates, de nuevo vituperado por Nietzsche. Sócrates pertenece a
la casta de la plebe, los feos, viciosos y resentidos. Sobre el Sócrates
vicioso parece que hay citas (Cicerón, Tusculanas IV, 37, 80; De fato
V, 10), donde Sócrates reconoce ser un vicioso que ha vencido a sus vicios por
medio de la razón. Sócrates es feo, y por ello extraño que los griegos le
tomasen en serio. Ser feo es toda una refutación para los griegos, sostiene
Nietzsche. [4] Lo que es más extraño aún: que Sócrates consiguiera introducir
entre los griegos la idea del intelectualismo moral, es decir, que razón,
virtud y felicidad son equivalentes, o consecuentes. Para Nietzsche, semejante
ecuación es extravagante, antigriega.
[5]
Naturalmente, entre los griegos se ha operado un cambio importante como para
que sean receptivos a las ideas socráticas y a su dialéctica (podríamos hablar
de la erística). Para Nietzsche, la dialéctica adquiere un nuevo valor
ese momento, ya que antes no estaba al uso, sino que se consideraba que “lo
valioso no necesita ser probado”, ya que la auténtica autoridad la del noble,
no necesita dar razones, sino órdenes. En este sentido, el dialéctico era una
especie de payaso, la gente se ríe de él y no lo toma en serio, como bien le
recuerda Calicles en el Gorgias. Pero Sócrates, dice Nietzsche, “fue el
payaso que se hizo tomar en serio”. [6] La dialéctica es el instrumento de los
que no tienen otras armas, de los pobres y los esclavos. [7] En Sócrates, la
dialéctica es una forma de venganza plebeya frente a la aristocracia, una
venganza que se impone con la democracia ateniense, donde el pueblo toma el
poder con la ayuda de la palabra (isonomia, isegoria).
[8] Con
todo, si en ese momento Sócrates puede provocar repulsión por su fealdad entre las
mentes arcaicas, también fascina a los jóvenes por ser el descubridor de
esa nueva especie de agon, la dialéctica, provocando en el instinto agonal
de los helenos esa fascinación. [9] Pero si los jóvenes que le siguen, hijos de
la democracia, se dejan atrapar por la dialéctica socrática, también los
aristócratas son arrastrados, dice Nietzsche. Sócrates advirtió que incluso la
aristocracia estaba sumida en la decadencia, dispuesta a recibir su mensaje y
admitir la represión de los instintos como solución a la decadencia de los
últimos momentos de la democracia ateniense.
[10] Sócrates se aprovechó de la necesidad latente de creer en la razón,
de “hacer de la razón un tirano” frente a la tiranía de los instintos. La
racionalidad era la salvación a la que los griegos se lanzaron con fanatismo,
dice Nietzsche, para quien “el moralismo de los filósofos griegos a partir de
Platón tiene unos condicionamientos patológicos”. [11] Al escoger la razón como
salvación ante la decadencia, los griegos hicieron más patente aún su
decadencia. Resultado: un malentendido moral, su apuesta por la luz de la
razón, diurna, por la previsión, el cálculo, la consciencia, frente al
instinto. [12] Sócrates murió porque quería morir, porque la muerte era el
médico de su propia enfermedad.
FUENTE: Nietzsche, El crepúsculo de los ídolos. Madrid, Alianza, 1973.
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