LA CRÍTICA DE NIETZSCHE A LA FILOSOFÍA
La
“razón” en la filosofía (en Crepúsculo de los ídolos)
Este
texto es una crítica a la labor del filósofo, momificador de conceptos,
complementaria con la que aparece en “Verdad y mentira...”. [1] Aquí,
Nietzsche se pregunta por la idiosincrasia de la filosofía, en el sentido de su
peculiaridad pero también en cuanto a su idiotez (el idiotés griego como
peculiaridad del que no ha visto más allá de su terruño). Esa peculiaridad
consiste en querer momificar al pensamiento, extraerle su sentido histórico, su
devenir, para buscar momias conceptuales, es decir, cosas muertas e
inmóviles, porque sólo así, paralizadas, son algo, son reales y verdaderas:
“Ser filósofo, ser momia, representar el monótono-teísmo con una mímica de
sepulturero”, escribe.
La
filosofía, pues, en sentido general, opera aún bajo el marco conceptual
parmenídeo: lo que deviene no es, sólo es lo que no deviene; lo real es
inmóvil, y sólo interesa o real, aunque esté oculto tras el “engaño de los
sentidos”.
No es
una acusación sólo contra Parménides, Sócrates y Platón; no, se refiere a toda
la filosofía occidental, igual que acusa a la ciencia occidental de tapar la
realidad. Todo eso son estratagemas de los filósofos para excusar su fracaso en
el intento de alcanzar lo real, que es inasible. Por eso, la filosofía rechaza
el devenir, el cambio, y lo convierte en obstáculo para acceder a lo real. En
esa categoría de obstáculo entran los sentidos, la historia, la mentira, lo
corpóreo.
[2]
Todos los filósofos son descalificados, pero Heráclito recibe un trato benévolo
por haber afirmado que el ser es una ficción vacía, aunque no por ello deja de
negar valor a los sentidos, como todos los demás filósofos. Nietzsche defiende
los sentidos y el cambio como o único real: los sentidos no mienten, no mienten
de ninguna manera. Somos nosotros quienes introducimos la mentira al añadir a
los sentidos conceptos racionales que pretenden explicar lo que hay detrás:
cosas, unidad, sustancia, duración, etc. Es la razón la causa de que falseemos
los sentidos. Cuando los sentidos muestran el devenir, el perecer, el cambio,
los sentidos no mienten. Este mundo que muestran es el único. Si buscamos una
verdad más, una explicación más, el añadido es una mentira.
[3]
Sólo la ciencia, en tanto que atiende a los sentidos, sirve al propósito del
conocimiento. Aunque Nietzsche critica a la ciencia por dar pasos más allá, en
el mismo sentido en que aquí está criticando a la filosofía. Para Nietzsche, lo
que hacen la filosofía y otras disciplinas es un aborto de conocimiento: ni la
metafísica, ni la teología, ni la psicología, ni la teoría del conocimiento, ni
la lógica, ni la matemática llevan a ninguna parte. Todas ellas son desarollos
conceptuales o teóricos, es decir, engaños del lenguaje, convencionalismo de
signos donde la realidad “no llega a aparecer ni siquiera como problema”.
[4]
Otro reproche de Nietzsche a la filosofía: que confunde lo último con lo
primero, pone “al comienzo, como comienzo, lo que viene al final”. Se refiere
aquí a los conceptos esenciales, generales, universales, y entre ellos los que
responden a los llamados principios: Dios, Primer Motor, sustancia,
Bien, lo bueno, lo incondicionado, lo perfecto, lo existente... Es decir, que
lo superior no puede venir de lo inferior, y por ello acaba siendo causa sui
(causa de sí mismo). Pero en realidad, todo eso son cosas vacías, “el último
humo de la realidad que se evapora”, lo último, lo más tenue, es puesto como lo
primero por esos “enfermos tejedores de telarañas”, los filósofos.
[5] La
filosofía tradicional toma el cambio como apariencia, es decir, que no es real,
que es un error. Eso le lleva a necesitar de la unidad, la identidad, la
sustancia, es decir, a errores causados por el lenguaje, al convertir en
metafísica el lenguaje, la gramática. La razón ve en todas partes agentes,
causas y efectos, el yo y su derivado, el ser, sustancias, cosas, etc. La razón
crea estos fetiches y añade el ser al pensamiento. Los filósofos están
convencidos de que estas categorías no provienen de la experiencia y por ello
claman que “nosotros tenemos que haber estado ya alguna ver en un mundo más
alto” (Platón, y todo el idealismo, en Grecia y la India). Claman que la realidad
está en otra parte y la hemos visto (mundo de las ideas, ideas innatas,
categorías kantianas, etc.). Es el gran error de los eleáticos (Parménides),
pero también de los atomistas. “Temo que no vamos a desembarazarnos de Dios
porque continuamos creyendo en la gramática”.
[6]
Concluye con la formulación de cuatro tesis: 1) la realidad de los conceptos
vacíos, que niegan la realidad aparente, se sustenta sobre sí misma, de forma
indemostrable pero que tapa a la aparente. 2) Ese mundo real, basado en conceptos
o signos vacíos, de la nada, es una ilusión óptico-moral. 3) Ideamos
fábulas sobre ese mundo verdadero, negadoras del real, fruto del afán de
enpequeñecimiento, del recelo frente a la vida, como una venganza hacia la vida
a partir de otra vida distinta y mejor (La vida está en otra parte, de
Kundera). 4) Esta distinción entre mundo verdadero y mundo aparente
es síntoma de decadencia, de vida descendente, aunque, como hace el artista (no
trágico), se tome la apariencia como una selección de la realidad.
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