EL SENTIDO DE LA VIDA JÓNICO-HOMÉRICO
Enlazado
con las tradiciones populares arcaicas encontramos el pensamiento homérico, que es
esencial para entender el desarrollo de la primera filosofía griega. El paso
del mito al logos se produce en este contexto, y no en el órfico, simplemente
porque desde el pensamiento homérico es posible realizarlo, ya que él ya ha
dado los primeros pasos en esa dirección: por un lado, Homero inicia una
racionalización de la creencia religiosa; por otro, su concepción del alma, de
la vida y de la muerte es también complementaria de tal racionalización, y
afianza el materialismo derivado de ella.
Homero
es, en cierto sentido, un descreído, un incrédulo en comparación con los
personajes micénicos protagonistas de su épica. Lo es tanto que llega a
ridiculizar a algunos dioses, como hace Arquíloco pero no se atreve Píndaro.
Por eso a Homero se le puede considerar como quien da un paso más hacia el
racionalismo religioso griego, que conducirá desde el politeísmo mitológico al
monoteísmo abstracto de Jenófanes, que se mueve desde las personificaciones de
los dioses, pasando por su conversión en seres abstractos, hasta alcanzar al
Ser identificado con los divino.
Por
otro lado, los criterios morales de los dioses arcaicos, que son la base de la
fe primitiva (creer en los dioses a pesar de sus escandalosos actos de lujuria
y su escasa moralidad), se transformarán en criterios más intelectuales, dando
lugar a la posterior teología racional de Heráclito, Anaxágoras, Platón,
Aristóteles, etc. Homero se halla precisamente entre ambas orillas, a medio
camino, pues sus personajes, hijos y nietos de dioses, son ya demasiado
humanos, demasiado conscientes de su condición de mortales, y comienzan a
sentirse hombres.
El
referente religioso popular es cierto pesimismo existencial entre los griegos
de tradición jónica. Aquí se combinan pesimismo y vitalismo. La existencia
humana es mostrada como algo efímero y envuelto en miserias. “Homero compara a
los hombres con las hojas que el viento abate en tierra” (Eliade, Historia
de las creencias..., vol. 1, cap X, pág. 336, citando a Homero, Iliada
VI 146 ss), y numerosos testimonios posteriores mantienen esta línea pesimista
respecto de la existencia humana: enfermedades, sufrimiento, vejez, vida
sometida a los azares de destino: “Los dioses destinaron a los míseros mortales
a vivir en la tristeza, y sólo ellos están descuitados. En los umbrales del palacio
de Zeus hay dos toneles de dones que el dios reparte: en uno están los males y
en el otro los bienes, unas veces topa con la desdicha y otras con la
buenaventura; pero el que tan sólo recibe penas vive con afrenta, una gran
hambre le persigue sobre la divina tierra, y va de un lado a otro sin ser
honrado ni por los dioses ni por los hombres”, dice Aquiles (Ilíada
XXIV).
El
hombre homérico es un ser desgraciado. “Porque no hay un ser más desgraciado
que el hombre, entre cuantos respiran y se arrastran por la tierra”, dice Zeus
a la muerte de Patroclo (Ilíada XVII). Esto es así hasta el punto de
proclamarse que es mejor morir cuanto antes. Eliade cita diversas referencias,
entre las que destaca la de Heródoto, según la cual Apolo concedió a una madre
el mayor regalo que podían recibir sus dos hijos: morir sin inmediatamente sin
sufrimiento (Heródoto, I 31.1). Otra cita hace referencia a Sófocles: “la mayor
suerte que podría caber a los humanos sería no haber nacido o, una vez nacidos,
morir cuanto antes” (Edipo en Colonos 1219 ss, citado por Eliade, Historia
de las creencias..., vol. 1, cap X, pág. 336. Nietzsche menciona esta
narración vinculada a l encuentro entre Midas y el Sileno, en El nacimiento
de la tragedia, cap. 3, pág. 52 de la edición de Alianza, con referencias
de Sánchez Pascual erradas). Sólo los hiperbóreos saben apreciar los bienes de
la vida y, tras una larga y feliz existencia, no esperan a la muerte sino que
se lanzan al mar desde un acantilado (Heródoto, III 21 y IV 32). Heródoto también
menciona a los trausos, que siguen costumbres semejantes, pues reciben a los
recién nacidos con llantos, y despiden a los muertos con alegría (Heródoto, V 4
y 9).
Para la
perspectiva jónico-homérica, la muerte también conlleva una visión pesimista.
El alma es un aliento, algo que separa lo humano de lo divino. En Homero, el
alma está separada del cuerpo, pero le aporta el aliento de la vida. Cuando el
cuerpo muere, el alma sobrevive para llevar una desgraciada existencia en el
Hades, poblado de sombras pálidas, porque no se une a los dioses ni siquiera
tras haber llevado una vida virtuosa; sin recompensas ni castigos, tras la
muerte, el mundo humano sigue separado del mundo divino, y la vida terrenal
adquiere por ello un carácter único que ha de aprovecharse. Sólo algunos héroes
alcanzarán una vida parecida a la de los dioses, al ser conducidos a las Islas
de los Bienaventurados, y sólo unos pocos de ellos serán castigados por sus
ofensas a Zeus, como Sísifo (Kirk & Raven, pág. 23; Eliade, Historia de
las creencias..., vol. 1, cap X, pág. 337).
Así, si
los humanos son unos desgraciados, mucho peor están los muertos, según la
mentalidad jónico-homérica. El mundo de ultratumba es un lugar donde no ocurre
nada (no es un infierno en el sentido cristiano), pero por eso mismo el jonio
siempre preferirá estar vivo, a pesar de esa desgraciada condición. En otro
texto de Homero (Odisea XI 467ss), hallamos uno de los mejores ejemplos
del vitalismo jónico, tan opuesto al órfico. En este pasaje, Ulises ha bajado
hasta el Hades, donde residen las almas de los muertos, “donde en sombras están
los humanos privados de fuerza”, y se encuentra con alguno de los héroes de
Troya, muertos en la guerra. Aquiles reina sobre esas almas y sin embargo
preferiría ser cualquier siervo de cualquier campesino , pero estar vivo (hay
referencias similares en Apolodoro, Epítomes o Biblioteca 5.5; y
en Platón, sobre la Isla de los Bienaventurados, en el Fedón 107ac, como
contrapunto).
A todo
esto hay que añadir, en la mentalidad jónico-homérica:
- La conciencia de no tener contacto directo con los dioses, porque el hombre no es una criatura divina. Por ello, es inútil rezar.
- La conciencia de que la vida está condicionada por el destino, la porción de suerte que le ha tocado al hombre en vida, hasta la llegada de su muerte, inevitable y determinada por el hilo divino (en manos de las hilanderas de Zeus, las moiras o aisas) (Eliade, Historia de las creencias..., vol. 1, cap X, págs. 337-338).
- Este destino se asocia también a la idea de justicia (diké), a la que el propio Zeus se somete y de la que deriva la justicia humana, a través de los deberes, los límites, la idea de excelencia (areté) y orgullo (hybris), todos ellos componentes inevitables de la condición humana (Eliade, Historia de las creencias..., vol. 1, cap X, pág. 339).
- La sabiduría comienza con la conciencia de tales condiciones, cosa que conduce a sacar provecho del presente: juventud, salud, goce material, excelencia personal (valor en la batalla). “Vivir con plenitud y al mismo tiempo con dignidad en el presente” es la síntesis del sentido homérico de la vida sin perder de vista el pesimismo existencial (Eliade, Historia de las creencias..., vol. 1, cap X, pág. 339).
- Todo esto remite a una exuberante y triunfal imagen de la existencia humana, en la que está divinizado todo lo que se da, tanto si es bueno como si es malo. Exaltación del goce de vivir, la belleza del cuerpo y a experiencia erótica, así como la alegría colectiva (la auténtica función de la religión) a través de festivales, procesiones, juegos, danzas, banquetes, etc. Hay por ello una valoración religiosa (colectiva) del presente, del simple hecho de existir, de vivir en el tiempo, de apreciar el instante vivo (Eliade, Historia de las creencias..., vol. 1, cap X, pág. 340).
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