ARQUÍMEDES, APUNTES BIOGRÁFICOS
En Alejandría entra en
contacto con discípulos de Euclides, como Konon de Samos, Dositheos y
Eratóstenes. Con ellos mantuvo amistad y correspondencia, e intercambio de información,
lo que ahora hacen los científicos por la vía de sus publicaciones (papers)
o intervenciones en congresos.
Acabados los estudios,
regresa a Siracusa, donde residirá el resto de su vida, dedicado a la
investigación pura y a la invención mecánica. No obstante, algunas referencias
aluden a que no regresa inmediatamente a Siracusa, sino que viaja por algunos
lugares, como su estancia de la corte de Eclidérides, rey de los cilodrastos,
en la península ibérica, a quien auxilió en materia militar, según testimonio de
Leonardo da Vinci. Autores árabes aseguran que regresó
a Egipto, reclamado por el rey Ptolomeo, para ocuparse del problema de las
inundaciones anuales del Nilo. Para ello diseñó diques y puentes, pero sobre
todo destacó por la invención del tornillo hidráulico, que permitía
elevar agua para drenar zonas inundadas, o elevarla para regar zonas por encima
del nivel del río. Diodoro Sículo cuenta que este mecanismo se utilizó en las
minas de Hispania para desaguar minas, y era llamado tornillo egipcio
(posiblemente porque el invento les llegó desde Egipto, donde había sido ideado
por Arquímedes).
Otros mecanismos
desarrollados por Arquímedes en Egipto fueron las lámparas eternas,
instrumentos quirúrgicos (mencionados por Galeno), un prototipo de lentes que
fueron antecedentes de la maquinaria óptica instalada en el faro de Alejandría;
llevó a cabo un catastro del país, y construyó un órgano hidráulico, pero
destacó sobre todo por la esfera que lleva su nombre, una especie de
planetario que reproducía mecánicamente los movimientos estelares. De esta
máquina hay numerosos testimonios. El propio Arquímedes habla de ella en su
obra Esferopeia, pero el texto se ha perdido. Se conservan otras
referencias en Ovidio, Sexto Empírico, Lactancio y Cicerón (en sus Tusculanae
Disputationes I, 63; y en De re publica I, 14).
De
regreso a Siracusa, goza de gran popularidad y prestigio a causa de sus
inventos mecánicos. Esta popularidad genera numerosas anécdotas, recogidas por
historiadores como Polibio, Tito Livio o Plutarco, pero no todas son fiables
(por ejemplo, la de los espejos que reflejaban la luz sobre los barcos romanos
hasta llegar a incendiarlos).
La II
Guerra Púnica lleva a los romanos a las puertas de Siracusa, hacia el 215 a. C.
A la muerte de Hierón II, es sucedido por un sobrino adolescente y débil, lo
que desemboca en luchas intestinas que llevan a la disolución de la monarquía y
el establecimiento de un régimen republicano. En este contexto, la ciudad ha
apostado por apoyar a los cartagineses, que desde el 218 se enfrentan a los
romanos por el dominio de esta parte del Mediterráneo.
En este
momento de crisis, el cónsul romano Marcelo dirige sus tropas contra la ciudad
de Siracusa e inicia un asedio que durará tres años. Arquímedes ayuda en la
defensa de su ciudad desarrollando máquinas de guerra como catapultas, garfios
y grúas que levantan los barcos por la proa y los hunden por la popa, así como
los controvertidos espejos ustorios. Estas máquinas entorpecen el avance
de los romanos, pero después de tres años de asedio, finalmente entran en
Siracusa (Plutarco narra este episodio en Marcelo
XV-XVIII).
Arquímedes
muere en manos de un soldado romano, en 212-211, a los 75 años. Numerosas
referencias narran este último episodio de la vida de Arquímedes, a menudo
cayendo en un estilo novelesco.
Marcelo
había conquistado buena parte del territorio de Sicilia, por lo que contaba con
mayor ventaja en el asedio de Siracusa. Además, había detectado los puntos
débiles de sus defensas, y aprovechó la ocasión de la celebración de las fiestas
en honor de Artemisa para hallar desprevenidos a los siracusanos y ocupar la
ciudad, en 212 a. C. Durante el inevitable saqueo
de la ciudad, un soldado entra en la casa de Arquímedes, no lo reconoce y lo
asesina a sangre fría. El relato de Plutarco no tiene desperdicio, pues refleja
el talante típico del intelectual absorto en sus pensamientos, ajeno e
indiferente al mundo que se derrumba a su alrededor (Plutarco, Marcelo
XIX; el texto transcrito pertenece a una edición de 1821):
Mas lo que principalmente afligió a
Marcelo fue lo que ocurrió con Arquímedes: hallábase éste casualmente entregado
al examen de cierta figura matemática, y, fijos en ella su ánimo y su vista, no
sintió la invasión de los romanos ni la toma de la ciudad. Se le presentó
repentinamente un soldado, dándole orden de que le siguiese a casa de Marcelo;
pero él no quiso antes de resolver el problema y llevarlo hasta la
demostración; con lo que, irritado el soldado, desenvainó la espada y le dio
muerte. Otros dicen que ya el romano se le presentó con la espada desnuda en
actitud de matarle, y que al verle le rogó y suplicó que se esperara un poco,
para no dejar imperfecto y oscuro lo que estaba investigando; de lo que el
soldado no hizo caso y le pasó con la espada. Todavía hay cerca de esto otra
relación, diciéndose que Arquímedes llevaba a Marcelo algunos instrumentos
matemáticos, como cuadrantes, esferas y ángulos, con los que manifestaba a la
vista la magnitud del Sol, y que dando con él los soldados, como creyesen que dentro
llevaba oro, le mataron. Como quiera, lo que no puede dudarse es que Marcelo lo
sintió mucho, que al soldado que le mató de su propia mano le mandó retirarse
de su presencia como abominable, y que habiendo hecho buscar a sus deudos los
trató con el mayor aprecio y distinción.
Valerio
Máximo aporta otra versión, en la que se remarca que Marcelo había dado orden
de preservar la vida de Arquímedes, a quien admiraba, pero un soldado que entró
en su casa para saquearla, sin reconocerlo, perdió la paciencia con un Arquímedes
que pedía tiempo para acabar de resolver el problema geométrico que tenía entre
manos, y lo mató (Valerio Máximo, Facta et
dicta memorabilia VIII, 7 7).
Nuevamente
hallamos la actitud del intelectual indiferente hacia l mundo, a pesar de verse
rodeado de destrucción. Aquí destacan dos elementos: la capacidad de
abstracción de Arquímedes, absorto en sus pensamientos mientras la ciudad es
saqueada, y el hecho de que Marcelo admiraba al sabio y quería protegerlo, y en
esto coinciden todos los comentaristas.
En cuanto a la tumba de Arquímedes, este había ordenado que, al morir, en su tumba hubiese una inscripción grabada, representando una esfera inscrita en un cilindro, además de la razón entre ambos sólidos (problema planteado en su obra Método, Proposición II, sobre la curvatura de la esfera). Así se hizo, y al parecer, Cicerón, admirador de Arquímedes, cuando siendo Cuestor llegó a Siracusa, buscó la tumba del geómetra y la halló gracias a esta inscripción, como él mismo cuenta en su obra Tusculanae Disputationes.
La decadencia de Siracusa conllevó el olvido de la ubicación de la tumba de Arquímedes. Actualmente sólo se conserva un lugar llamado Tumba de Arquímedes, pero solo a título simbólico.
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REFERENCIAS
Introducción a la edición del texto de Arquímedes, Mètode. Barcelona, Bernat Metge, 1997.


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