XAVIER DE MAISTRE Y EL PATRIOTISMO

Otra serie de fragmentos de la Expedición nocturna de Xavier de Maistre (1799), en esta ocasión dedicados a reflexionar sobre el valor del patriotismo. No hay duda de que en el fondo de estos textos hay una clara apuesta por el amor a la patria, como no podía ser de otra manera en un noble de esta época. Pero Xavier de Maistre se hace preguntas, algunas incómodas. Todavía no es un nacionalista, aún es pronto para eso, pero ya sabe que con el amor a la patria se conjuga el desdén, cuando no el desprecio hacia las demás patrias.

Esta reflexión se produce en el momento en que Xavier de Maistre ha decidido abandonar Turín, tentado por la oferta de los rusos, que necesitan un guía para atravesar los Alpes de regreso a Rusia. Xavier los acompañará y se quedará en San Petersburgo hasta 1825, haciendo caso de aquel sueño que le indicaba el camino del Norte. He aquí su reflexión:


Una de las dificultades que más me preocupaban, porque provenía de mi conciencia, era saber si haría bien o mal en abandonar mi patria, cuya mitad, por su parte, me había abandonado[1]. Semejante partido me parecía demasiado importante para decidirme a tomarlo sin pensarlo bien. Reflexionando acerca de esta palabra de patria, advertí que no tenía de ella una idea muy clara. ‘¿Mi patria? ¿En qué consiste la patria? ¿Sería, acaso, una reunión de casas, de campos, de ríos? No podría creerlo así. ¿Sería acaso mi familia, mis amigos, lo que constituye mi patria? ¡Pero ya me han abandonado! ¡Ah, ya estoy! ¿Sería el Gobierno? Pero lo han cambiado. ¡Dios mío! ¿Dónde, pues, estará mi patria?’ Me pasé la mano por la frente en un estado de inquietud imposible de expresar. ¡El amor a la patria es de tal modo enérgico! Los tristes recuerdos que yo mismo sentía a la sola idea de abandonar la mía me probaban con tanta tristeza la realidad de la patria, que hubiera permanecido a caballo toda mi vida antes que emprender la marcha sin haber resuelto por completo esta dificultad. 

Pronto eché de ver que el amor a la patria depende de varios elementos reunidos; es decir, del largo hábito que adquiere el hombre desde su infancia, de los individuos, de la localidad y del gobierno. No se trataba ya mas que de examinar en qué contribuyen estas tres bases, cada una por su parte, a constituir la patria. 

El afecto a nuestros compatriotas, en general, depende del gobierno, y no es otra cosa que el sentimiento de la fuerza y de la felicidad que nos proporciona en común; puesto que el verdadero afecto se limita a la familia y a un pequeño número de individuos que nos rodean inmediatamente. Todo lo que rompe la costumbre o la facilidad de vivir en común hace a los hombres enemigos; una cadena de montañas forma por una y otra parte ultramontanos que no se tienen afecto; los habitantes de la orilla derecha de un río se creen muy superiores a los de la orilla izquierda, y estos, a su vez, menosprecian a sus vecinos. Esta disposición se advierte hasta en las grandes ciudades separadas por un río, a pesar de los puentes que reúnen sus orillas. La diferencia del idioma aleja mucho más todavía a los hombres que tienen el mismo gobierno; en fin, la familia misma, en la cual reside nuestro verdadero cariño, está con frecuencia dispersa en la patria; cambia continuamente en la forma y en el número; además, puede ser transportada. No es, pues, ni en nuestros compatriotas ni en nuestra familia donde reside absolutamente el amor a la patria. 

La localidad contribuye por lo menos tanto al afecto que sentimos por el país natal. Se presenta con referencia a esto una cuestión muy interesante: se ha notado siempre que los montañeses son, entre todos los pueblos, los que tienen más apego a su país, y que los pueblos nómadas habitan, en general, las grandes llanuras. ¿Cuál puede ser la causa de esta diferencia en el amor de estos pueblos a la localidad? Si no me equivoco, es ésta: en las montañas la patria tiene una fisonomía; en las llanuras no la tiene. Es una mujer sin facciones, que no hay medio de amar a pesar de todas sus buenas cualidades. ¿Qué le queda, en efecto, de su patria local al habitante de una aldea de casas de madera, cuando, después del paso del enemigo, la ladea ha sido quemada y los árboles tronchados? El desgraciado busca en vano en la línea uniforme del horizonte algún objeto conocido que pueda suscitar sus recuerdos; no existe ninguno. Cada punto del espacio le presenta el mismo aspecto y el mismo interés. Aquel hombre es nómada de hecho, a menos que la costumbre del gobierno no le haga permanecer en su país; pero su morada estará aquí o allí, no importa dónde; su patria está dondequiera que el gobierno ejerce su acción; no tendrá mas que una patria a medias. El montañés se siente ligado a los objetos que está habituado a ver desde su infancia, y que tienen formas visibles e indestructibles; desde todos los puntos del valle ve y reconoce su pedazo de tierra sobre las laderas del monte. El ruido del torrente, que hierve entre las rocas, no se interrumpe nunca; el sendero que conduce a la aldea se tuerce cerca de un bloque inmutable de granito. Ve en sueños el contorno de las montañas, que lleva impreso en su corazón como después de haber mirado largo rato las vidrieras de una ventana todavía se las sigue viendo con los ojos cerrados; el cuadro grabado en su memoria forma parte de él mismo y no se borra nunca.

La parte del gobierno es evidente; es la primera base de la patria. Él es quien produce el afecto recíproco de los hombres y quien hace que sea más enérgico el que siente naturalmente por la localidad; él solo, por los recuerdos de felicidad o de gloria, puede ligarles al suelo que les ha visto nacer. ¿Es bueno el gobierno? La patria está en toda su fuerza. ¿Se convierte en vicioso? La patria está enferma. ¿Cambia? La patria muere. Se trata entonces de una nueva patria, y cada cual es dueño de adoptarla o de escoger otra. Cuando toda la población de Atenas abandonó esta ciudad bajo la fe de Temístocles, ¿abandonaron los atenienses su patria o se la llevaron consigo en sus naves? Cuando Coriolano... ¡Dios mío! ¿En qué discusión voy a meterme? Me olvidé que estoy a caballo sobre mi ventana” 


FUENTE: Expedición nocturna alrededor de mi cuarto. Madrid, Calpe, 1921, cap. XXXII, págs. 78-82.


[1] Por la incorporación de Saboya a Francia en noviembre de 1792, quedando sólo el Piamonte.

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