INTELECTUALISMO SOCRÁTICO
En su esencia, el intelectualismo moral está ligado a la idea de la unidad e identidad de las virtudes con la sabiduría o el conocimiento (Guthrie, págs. 223 ss). El mejor ejemplo está en la consideración del valor como un saber. Esta argumentación aparece en Laques y se repite en Menón (87d, 88b). En Protágoras se concreta en la idea de que el valor es el saber de lo que es y no es temible (360d).
Consideramos aquí el tratamiento de esta cuestión en el Protágoras (349d-351b). Protágoras está de acuerdo con la relación entre tales cosas, pero objeta que la virtud del valor es especial: ser valiente no implica ser justo y, por tanto, no implica tampoco un conocimiento. Sócrates argumenta en contra: los intrépidos o audaces que actúan así, con desconocimiento, son temerarios insensatos; la audacia sólo es sensata cuando va acompañada del conocimiento de los riesgos.
Para Sócrates, el valor
como sabiduría es beneficioso, compatible con la bondad de la virtud. Si esto
es verdad para todas las virtudes por separado (que la presencia del saber en
ellas es beneficioso para ellas), entonces la virtud en general es saber, y el
saber implica obrar virtuosamente, en ese sentido moral (Guthrie, pág. 224).
Aquí hay dos elementos a
discutir:
- La posible falacia de
considerar que haber probado que el saber es un ingrediente de la virtud
supone concluir que sea por ello equivalente a la esencia de la virtud, y
que la sola presencia del saber asegura la justicia de un acto.
- La confusión, deliberada
o no, por parte de Platón (y quizás también por parte del mismo Sócrates),
entre areté como excelencia (habilidad, arte) y areté como
virtud moral. Esta confusión se produce incluso en las traducciones, al
pasar de areté a virtud sin distinciones, incluso allá donde
el contexto nos permitiría separar ambas acepciones. Así que podríamos
decir que la concepción del intelectualismo moral de Sócrates y Platón se aprovecha
de tal confusión.
Si usamos areté en
el sentido de habilidad, es obvio que toda virtud es una forma de saber (de saber
hacer), cosa que de alguna manera exige la posesión de algún conocimiento
(instrumental, competencial; saber pintar exige la adquisición de las técnicas
correspondientes a ese oficio). La virtud del carpintero consiste en hacer buenos
muebles y, por tanto, para actuar como tal, ha de conocer las técnicas
necesarias para llevar a cabo correctamente su industria. Lo mismo ocurre con
el virtuoso del violín, que lo es en tanto que posee el conocimiento necesario
para saber tocar el violín (posee el arte o areté). Por extensión, y he
aquí la falacia por confusión de sentidos, el virtuoso del valor ha de
saber cómo llevar a cabo tal conducta valerosa.
La tesis intelectualista,
es decir, que la virtud es saber, en este sentido radical de que el
saber impone una conducta justa, y de que una conducta injusta se debe a la
ignorancia (si alguien conoce el camino justo, inevitablemente lo elegirá y seguirá),
parece enfrentarse al sentido común e incluso se contradice con la experiencia,
como el mismo Aristóteles reconoce en la Ética a Nicómaco (Guthrie, pág. 224, nota 32).
Pero aún hay más: en el
texto original puede detectarse un posible desliz de Platón al formular la idea
de que el saber es valor (Guthrie, pág. 224, nota 33, con referencia a Prot. 350c 4). El desliz tiene
que ver con la posición del artículo: al decir el saber, está sugiriendo
que si todos los valientes tienen conocimiento, entonces también ocurre que
todos los sabios son valientes, cosa que el sentido común no nos permite
admitir: una cosa no implica necesariamente la otra. Guthrie opina que se trata
de un desliz, pues parece que Platón sólo desea mostrar que todo valor es
saber, y no lo contrario. Pero el asunto no se resuelve fácilmente así, y ha
conllevado cierta controversia, porque puede haber motivos para sospechar que Platón
ha vuelto a poner una trampa a Protágoras, en manos de Sócrates. Protágoras
había admitido que todos los valientes son audaces, sin pensar que Sócrates
iba a mezclar este binomio con el saber como ingrediente indispensable
(aproximadamente en 350a); luego, al admitir también que todos los audaces
son valientes, se da cuenta de haber caído en la trampa.
Guthrie contempla tres ideas:
- Protágoras había
admitido que los valientes son audaces, sin distinguir entre valor y audacia
irreflexiva, hasta que es advertido por Sócrates de la posibilidad de
que no todos los audaces sean valientes (Guthrie, pág. 225, ref. 350c).
- Protágoras admite con
ligereza la trampa lingüística de Sócrates, cuando éste pregunta si “los
valientes son los audaces” y él asiente y por ello se verá obligado a
admitir después la proposición revertida, “los audaces son los valientes”.
Aquí aparece la cuestión del artículo: su presencia convierte lo que pretendidamente
sólo era una proposición atributiva (los audaces son valientes) en una
relación de identidad, totalmente reversible (los audaces son los valientes,
los valientes son los audaces) (Guthrie, pág. 225).
- Sócrates ha creado esta
situación confusa, de la que Protágoras no puede salir al haber admitido
las premisas, el cebo socrático, y por ello no está en disposición de
disputar acerca de las proposiciones reversibles o convertibles (Guthrie, pág. 225, nota 33).
Sócrates ha querido decir
que toda forma de valor es saber, pero no que toda forma de saber es valor,
pero es responsable de haber dejado esa trampa en el camino de Protágoras, que
replica aduciendo otro binomio de cualidades que, siguiendo los pasos que había
dado Sócrates (la reversibilidad), llevarían a formular un absurdo (Guthrie, pág. 225, referencia a 350de). Se trata de la
relación “los fuertes son potentes, y los fuertes adiestrados (que han
adquirido un saber) son más potentes que los no adiestrados, por lo que se
podría concluir que la fuerza es saber, dado que los potentes son fuertes”
(reversión).
Protágoras arguye que esta conclusión sólo sería válida si la proposición “los
fuertes son potentes” fuese reversible, es decir, si se diese el caso que “todos
los fuertes son potentes y todos los potentes son fuertes”, esto es, los
fuertes son los potentes. Pero no ha tenido en cuenta que, en realidad,
Sócrates no ha usado la reversión en sus premisas, sino sólo un amago, y que ya
había advertido antes (350bc) que los ignorantes pueden ser intrépidos, por lo
que algunos intrépidos no serán valientes (dado que ignoran). En este caso,
dice Guthrie, es Protágoras quien comete falacia y luego la imputa a Sócrates,
simplemente porque sus argumentos se parecen. El caso es que ambos acaban en
tal estado confusión que Sócrates abandona esta línea argumentativa y comienzan
bruscamente otra (Guthrie, pág.
226).
BIBLIOGRAFÍA
Cornford, Antes y después de Sócrates. Barcelona, Ariel, 1981.
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