SPINOZA Y LA DUDA CARTESIANA
Descartes está en las bases de
la filosofía de Spinoza, pero no de forma incondicional: su sistema arranca de
la crítica a Descartes y sólo acepta algunas partes básicas de su pensamiento,
como el primado de la razón, pero rechaza el dualismo y el idealismo implícito
en el cartesianismo.
Por ejemplo, Spinoza mantiene
que la proposición yo pienso es de naturaleza contingente, no expresa
necesidad, porque es susceptible de duda. Por esta razón no la considera un
sólido fundamento para una metafísica. La idea del cogito cartesiano
expresa un subjetivismo que no puede darse en el conocimiento científico, que
ha de darse desde un punto de vista de racionalidad imparcial.
Hay en Spinoza
una crítica a la duda metódica cartesiana. En principio cuenta con la
convicción de estar en la verdad a través de la geometría, del análisis
euclidiano de la metafísica expuesta en forma de encadenamientos de
definiciones y deducciones, de modo que no se siente en la necesidad de probar
otro camino, otro método de garantía epistemológica. Admite la validez del
método geométrico sin discusión previa (recordemos el argumento cartesiano del
genio maligno que cuestionaba la solidez de la razón). Mientras que la mayoría
de los filósofos comienzan por el mundo, y Descartes por el cogito,
Spinoza parte directamente de la certeza de la existencia de Dios.
Discute también
la libertad que Descartes se había tomado en su duda metódica. En lugar de
obrar según razón, Descartes se dejó llevar por su concupiscencia,
considerándose como un centro autónomo, situado frente a las cosas desde una
perspectiva particular. Spinoza denuncia las ilusiones cartesianas de la
subjetividad, encerrada abusivamente en un ser que se tiene por un todo,
mientras que sólo es una parte de la naturaleza. En realidad, la duda no es un
acto libre, sino fruto de la confusión y la ignorancia. Descartes elude la
unidad activa del espíritu, con su potencia afirmativa opuesta a la negatividad
de la duda.
Spinoza se basa,
desde luego, en sus propias convicciones filosóficas, divergentes del
cartesianismo original: niega la distinción entre las potencias de la voluntad
y el entendimiento humanos, que está en la base de la teoría del error de
Descartes; niega que el espíritu sea una sustancia pensante (pues sólo
hay una sustancia de hecho, Dios); considera que la facultad de negar o afirmar
es una ficción, y que no hay límites para la comprensión humana. En conjunto,
la esencia de la separación de Spinoza respecto de Descartes se desarrolla en
el espacio teórico de la necesidad, en el que no se admite ni la teoría
voluntarista del error ni la libertad de pensar en que se inspira la duda
metódica.
Una de sus
maniobras cosiste en eludir el segundo nivel de la duda, el que se refiere a la
correspondencia ontológica con los datos de los sentidos (referido en el
argumento del sueño). Spinoza no entra en el asunto, se mantiene exclusivamente
en el primer nivel, en la temática del conocimiento como presencia, esto es, en
un plano meramente psicológico: el error se produce ante lo lejano (por ello
confuso), corregible en base a una exacta geometría de la visión. De modo que
el nivel de explicación geométrica no puede ser trascendido, y una afirmación o
presencia erróneas son sustituidas por otras exactas. Más allá de esto no hay
una reflexión sobre la situación cognoscitiva del observador.
La evidencia de la geometría es, además, resistente al supuesto engaño
del genio cartesiano. Spinoza expone este tercer nivel de la duda metódica
reduciéndolo a la mera hipótesis del genio pero sin contar con las
consecuencias implícitas en la reflexión cartesiana, es decir, la hipótesis de
la falibilidad de la razón humana, y además refuta al genio: su posibilidad
sería digna de consideración sólo si pudiésemos encontrar que ese dios es
engañador con la misma certeza con que hallamos que la suma de los ángulos de
un triángulo es igual a dos ángulos rectos. Para Spinoza, el hecho de poseer
alguna idea clara y distinta nos permite zafarnos de la amenaza del genio,
cuando además poseemos de Dios un conocimiento semejante al que tenemos del
triángulo. La evidencia geométrico-matemática resiste al engaño del genio, no
tiene por qué sucumbir ante una extraña maniobra de un dios engañador.
BIBLIOGRAFÍA:
- Lorda, F., Conocer Spinoza y su obra, Barcelona, Dopesa, 1980.
- Rodis-Lewis, G., Descartes y el racionalismo. Barcelona, Oikos-Tau, 1971.
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