MALEBRANCHE Y LA DUDA CARTESIANA

Malebranche se apoya en la religión en base a la unión inmediata y directa que tenemos con el Verbo de Dios, la soberana Razón. Y la crítica a Descartes se abre desde esta posición: la ficción cartesiana de un decreto imponiendo libremente las verdades aboliría toda ciencia verdadera. Incluso critica las ideas innatas como un acto de vanidad humana. Confía en la regla de la evidencia cartesiana (claridad y distinción), pero otorga a la fe mayor prerrogativa, pues la fe es la voz de la verdad que nos habla interiormente.
Sin embargo, Melabranche es, de todos los post-cartesianos, el más fiel a Descartes, el que mantiene intocable el dualismo antropológico. Pero la aceptación de los presupuestos cartesianos no es completa en él hasta el punto que su sistema es del todo diferente. En este punto, la duda es la única etapa del itinerario cartesiano que Malebranche, al menos explícitamente, rehusa aceptar en su totalidad: no hace de la duda el momento inicial, bajo la influencia de la fe, de modo que la duda no será fuente de incertidumbre sino sólo un instrumento de análisis. El sujeto pensante parte de la condición previa de estar en contacto con Dios, protegido así desde el principio de la reflexión; el itinerario de la duda es, entonces, una excursión innecesaria.
Así, pues, hay en Malebranche sólo una aceptación parcial de la duda: considera fundamentado el desarrollo de los dos primeros niveles de la duda, pero no el tercero. Mantiene la duda sobre los sentidos y la relación entre sueño y vigilia, pero sobre la garantía de la razón (genio maligno) no hay duda posible: las ideas y los conocimientos intuidos son apercibidos por Dios inmediatamente, dado que el alma humana y Dios están unidos.
Al contrario que en Spinoza, Malebranche profundiza en la duda sobre los sentidos, llegando a la tesis de que la existencia de los cuerpos es más un asunto de fe que de razón: las cualidades sensibles no son objetivas, pero además no hay razones para demostrar, como intentó Descartes, que las cosas reales sean causa de las cualidades sensibles captadas por el sujeto. Es decir, no sólo duda de una correspondencia psicológica referida a las cualidades sensibles, sino que también duda de la correspondencia ontológica referida a las cosas del mundo: no sé si lo que veo del árbol es el árbol mismo, incluso es posible que ni siquiera haya árbol.
La herencia del idealismo cartesiano es tan radical en Malebranche que niega la posibilidad de la percepción física: la existencia de las cosas es sólo una cuestión de fe en la creación divina, y no puede ser demostrada. La percepción es un proceso dirigido no hacia el mundo, porque el mundo es imperceptible, sino hacia Dios: la visión es en Dios. Creemos vivir en un mundo de cuerpos cuando de hecho sólo vivimos en un mundo de ideas apercibidas en Dios, al que estamos esencialmente vinculados.


BIBLIOGRAFÍA:
Rodis-Lewis, G., Descartes y el racionalismo. Barcelona, Oikos-Tau, 1971.

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