DR. SEMMELWEIS
Como miembro del equipo médico
de la Primera División de Maternidad del hospital, Semmelweis se sentía
angustiado al ver que una gran proporción de las mujeres que habían dado a luz
en esa división contraía una seria y con frecuencia fatal enfermedad conocida
como fiebre puerperal o fiebre de postparto. En 1844, 260 de un total de 3157
madres de la división primera - un 8,2 % - murieron de esa enfermedad; en 1845,
el índice de muertes era del 6.8 % y en 1846 del 11.4 %. Estas cifras eran
sumamente alarmantes, porque en la adyacente segunda división de maternidad del
mismo hospital, en la que se hallaban instaladas casi tantas mujeres como en la
primera, el porcentaje de muertes por fiebre puerperal era mucho más bajo, Semmelweis
relata sus esfuerzos por resolver este terrible rompecabezas.
Una opinión ampliamente
aceptada atribuía las olas de fiebre puerperal a “influencias
epidémicas”,que se describían vagamente como “cambios atmosférico - cósmico -
telúricos”,que se extendían por distritos enteros y producían la fiebre
puerperal en mujeres que se hallaban de postparto. Pero, ¿cómo podían esas
influencias haber infestado durante años la división primera y haber respetado
la segunda? Y ¿cómo podía hacerse compatible esta concepción con el hecho de
que mientras la fiebre asolaba el hospital, apenas se producía caso alguno en
la ciudad de Viena o sus alrededores?. Una epidemia de verdad, como el cólera,
no sería tan selectiva. Finalmente, Semmelweis señala que algunas de las mujeres
internadas en la división primera que vivían lejos del hospital se habían visto
sorprendidas por los dolores de parto cuando iban de camino y habían dado a luz
en la calle; sin embargo a pesar de estas condiciones adversas, el porcentaje
de muertes por fiebre puerperal entre estos casos de “parto callejero” era más
baja que el de la división primera.
Según otra opinión, una causa
de mortandad en la división primera era el hacinamiento. Pero Semmelweis señala
que de hecho el hacinamiento era mayor en la división segunda, en parte como
consecuencia de los esfuerzos desesperados de las pacientes para evitar que las
ingresaran en la tristemente celebre división primera. Semmelweis descartó asimismo
dos conjeturas similares haciendo notar que no había diferencias entre las dos
divisiones en lo que se refería a la dieta y al cuidado general de las
pacientes.
En 1846, una comisión
designada para investigar el asunto atribuyó la frecuencia de la enfermedad en
la división primera a las lesiones producidas por los reconocimientos poco
cuidadosos a que sometían a las pacientes los estudiantes de medicina, todos
los cuales realizan sus prácticas de obstetricia en esta división. Semmelweis
señala, para refutar esta opinión, que a) las lesiones producidas naturalmente
en el proceso del parto resultaban mucho mayores que las que pudieran
producirse en un examen poco cuidadoso; b) las comadronas que recibían
enseñanzas en la división segunda reconocían a sus pacientes de modo muy
análogo, sin por ello producir los mismos efectos; c) cuando, respondiendo al
informe de la comisión, se redujo a la mitad el número de estudiantes y se
restringió al mínimo el reconocimiento de las mujeres por parte de ellos, la
mortalidad, después de un breve descenso, alcanzó sus cotas más altas.
Se acudió a varias
explicaciones psicológicas. Una de ellas hacia notar que la división primera
estaba organizada de tal modo que un sacerdote que portaba los últimos auxilios
a una moribunda tenía que pasar por cinco salas antes de llegar a la enfermería:
se sostenía que la aparición del sacerdote, precedido por un acólito que hacia
sonar una campanilla, producía un efecto terrorífico y debilitante en las
pacientes de las salas y las hacía así más propicias a contraer la fiebre
puerperal. En la división segunda no se daba este factor adverso, porque el
sacerdote tenía acceso directo a la enfermería. Semmelweis decidió someter a
prueba esta suposición. Convenció al sacerdote de que debía dar un rodeo y
suprimir el toque de campanilla para conseguir que llegara a la habitación de
la enferma en silencio y sin ser observado. Pero la mortalidad no decreció en
la división primera.
A Semmelweis se le ocurrió una
nueva idea: las mujeres, en la división primera, yacían de espaldas; en la
segunda, de lado. Aunque esta circunstancia le parecía irrelevante, decidió
probar si la diferencia de posición resultaba significativa. Hizo pues, que las
mujeres internadas en la división primera se acostaran de lado, pero una vez
más la mortalidad continuo.
Finalmente, en 1847, la
casualidad dio a Semmelweis la clave para la solución del problema. Un colega
suyo, Kolletschka, recibió una herida penetrante en un dedo, producida por el
escalpelo de un estudiante con el que estaba realizando una autopsia, y murió
después de una agonía durante la cual mostró los mismos síntomas que Semmelweis
había observado en las víctimas de la fiebre puerperal. Aunque por esa época no
se había descubierto todavía el papel de los microorganismos en ese tipo de
infecciones, Semmelweis comprendió que la “materia cadavérica”que el escalpelo
del estudiante había introducido en la corriente sanguínea de Kolletschka había
sido la causa de la fatal enfermedad de su colega, y las semejanzas entre el
curso de la dolencia de Kolletschka y el de las mujeres de su clínica llevó a
Semmelweis a la conclusión de que sus pacientes habían muerto por un
envenenamiento de la sangre del mismo tipo; el, sus colegas y los estudiantes
de medicina habían sido los portadores de la materia infecciosa, porque él y su
equipo solían llegar a las salas inmediatamente después de realizar disecciones
en la sala de autopsias, y reconocían a las parturientas después de haberse
lavado las manos sólo de un modo superficial, de modo que éstas conservaban a
menudo un característico olor a suciedad.
Una vez más Semmelweis puso a
prueba esta posibilidad. Argumentaba él, que si la suposición fuera correcta,
entonces se podría prevenir la fiebre puerperal destruyendo químicamente el
material infeccioso adherido a las manos. Dictó, por tanto, una orden por la
que se exigía a todos los estudiantes de medicina que se lavaran las manos con
una solución de cal clorurada antes de reconocer a ninguna enferma. La
mortalidad puerperal comenzó a decrecer, y en el año 1848 descendió hasta el
1.27% en la división primera, frente al 1.33 de la segunda.
En apoyo de su idea, o como
también diremos, de su hipótesis, Semmelweis hace notar además que con ella se
explica el hecho de que la mortalidad en la división segunda fuera mucho más
baja: en esta las pacientes estaban atendidas por comadronas, en cuya
preparación no estaban incluidas las prácticas de anatomía mediante la
disección de cadáveres.
La hipótesis explicaba también
el hecho de que la mortalidad fuera menor entre los casos de “parto callejero”:
a las mujeres que llegaban con el niño en bazos casi nunca se las sometía a
reconocimiento después de su ingreso, y de este modo tenían mayores
posibilidades de escapar a la infección.
Asimismo, la hipótesis daba
cuenta del hecho de que todos los recién nacidos que habían contraído la fiebre
puerperal fueran hijos de madres que habían contraído la enfermedad durante el
parto; porque en ese caso la infección se le podía transmitir al niño antes de
su nacimiento, a través de la corriente sanguínea común de madre e hijo, lo
cual, en cambio, resultaba imposible cuando la madre estaba sana.
Posteriores experiencias
clínicas llevaron pronto a Semmelweis a ampliar su hipótesis. En una ocasión,
por ejemplo, el y sus colaboradores, después de haberse desinfectado cuidadosamente
las manos, examinaron primero a una parturienta aquejada de cáncer cervical
ulcerado; procedieron luego a examinar a otras doce mujeres de la misma sala,
después de un lavado rutinario, sin desinfectarse de nuevo. Once de las doce
pacientes murieron de fiebre puerperal. Semmelweis llegó a la conclusión de que
la fiebre puerperal podía ser producida no sólo por materia cadavérica, sino
también por materia pútrida procedente de organismos vivos.
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