HEMEROTECA: Savater vuelve a la carga (2014)
Lúcido artículo de Fernando Savater sobre la difícil relación entre ciudadanía y sentido identitario. Publicado en El País, 4 de marzo de 2014. Puede leerse en este enlace. A continuación reproducimos el texto íntegro:
Otra asignatura pendiente
Fernando Savater
Me parece muy bien que el Ministerio de Asuntos Exteriores haya preparado un dossier titulado Por la convivencia democrática,
destinado a facilitar a nuestras sedes diplomáticas un argumentario que
sirva como réplica a la activa, si bien no demasiado fructuosa,
propaganda del nacionalismo catalán en Europa. Es un trabajo que puede
resultar sin duda útil. Pero ante su mismo título o el de algunos de sus
apartados (Sobre la lealtad a los ciudadanos y a las instituciones, Por la concordia frente a la voluntad de no convivir: exigencias de la ética cívica,
etc…) me pregunto si ahora el Gobierno no estará por fin echando de
menos la asignatura de Educación para la Ciudadanía que ha eliminado del bachillerato
para complacer a la clerigonza más reaccionaria. Claro que tampoco
resultan más fiables quienes como los socialistas la reclamaron
indignados para luego demostrar diariamente en Cataluña o el País Vasco
que no la han estudiado muy a fondo. A no ser que sea una sutil
estrategia para ejemplarizar los estragos que causa su ausencia…
Más allá de los argumentos históricos o económicos que el informe aporta
frente al nacionalismo catalán, quienes padecemos la enfermedad
filosófica echamos de menos la elucidación de la cuestión de fondo: en
qué consiste la ciudadanía misma. Porque desespera ver que en la disputa
actual los protagonistas siguen siendo Cataluña, Andalucía, Euskadi y
demás territorios, con sus agravios o exigencias, pero nunca los
ciudadanos con los derechos y deberes que los configuran como tales. Es
la confusión entre pertenencia (prepolítica, acrítica, sentimental e
intelectualmente irrefutable) y la participación, basada en derechos y
leyes, en acuerdos institucionales y en la deliberación de cada cual. O
si prefieren entre "identidad", que es una construcción esencialista a
base de rasgos culturales o folklóricos, y "ciudadanía", que es la
titularidad del ejercicio democrático moderno para la que no cuentan
particularismos previos religiosos, raciales o regionales.
Lo aclara muy bien un filósofo, el profesor Ramón Rodríguez, en su artículo ¿Justicia o privilegio? (El Confidencial,
9 de febrero): “Se es sujeto de derechos precisamente como un
cualquiera, como un don Nadie, por eso la justicia ha de ser ciega y por
eso la ley es igual para todos. Pero el resultado inevitable al que
tiende la política nacionalista de la identidad es a introducir
diferencias en ese nivel básico de la ciudadanía, haciendo que la
identidad actúe como un filtro de la condición ciudadana, que establece
condiciones y aporta beneficios en virtud de la pertenencia a ella”. Por
eso el imprescindible laicismo democrático no consiste sólo en separar
al Estado de las iglesias, sino en desligar a la ciudadanía de todo
condicionamiento prepolítico (para que nuestra Constitución fuese
realmente laica deberían suprimirse los "derechos históricos", algo que
no suelen proponer la mayoría de quienes piden reformarla). Y ello no
para abolir las diferencias identitarias, sino para que cada ciudadano
pueda fraguarse su propia identidad única como desee dentro de leyes
compartidas que no reconocen ninguna como condicionamiento político. Me
temo que esto se entiende tan mal en Europa como en España, por eso
seguimos tan lejos de conseguir una ciudadanía europea. Y de que pueda
haber efectivamente una justicia universal, para qué voy a contarles.
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